El salario del miedo

La fotografía en Jerez, al igual que en otras ciudades, es deprimente. La izquierda acabó como acostumbra, pidiendo autocrítica pero sin hacerla, clamando generosidad pero sin tenerla, llamando a la unidad sin reunirse

Besos y abrazos al levantarse la sesión de investidura. FOTO: MANU GARCÍA
Besos y abrazos al levantarse la sesión de investidura. FOTO: MANU GARCÍA

La subida salarial de la corporación municipal de Jerez (de entre un 7 y un 8% aproximadamente) y la ampliación de la plantilla de los partidos con la nueva figura (remunerada) de los “viceportavoces” supone, en fondo, forma y simbolismo, una nueva derrota.

En primer lugar, por una serie de razones básicas y sencillas de entender: respetando las antiguas retribuciones, las del 2015, nuestros representantes podrían vivir perfectamente, disponer de unos generosos sueldos, bien retribuidos y considerablemente por encima de la media en la ciudad, que es de apenas 14.721 euros al año. A partir de mañana percibirán más y vivirán más distanciados de la gente de a pie, lo que influye a la hora de tomar decisiones: cuanto más lejos se sitúe el político del pueblo, menor será la empatía. En segundo lugar porque también se podía (y se puede) hacer política (perfectamente) con el montante económico que aportaba el Ayuntamiento a cada grupo municipal, eso se ha visto y comprobado.

En un Ayuntamiento con una deuda grosera (alrededor de 756 millones de euros de deuda viva), elevar el gasto de la corporación en personal y sueldos no parece la mejor de las ideas (aunque haya prosperado en la mayoría de municipios de España), no por una cuestión de austeridad, sino por un asunto de responsabilidad, principios y ejemplaridad para con los vecinos y vecinas, ¿qué mejor muestra de tacto o empatía que congelar unos sueldos que ya de por sí son generosos?

Ocurre además que, con el aumento de puestos de trabajo habrá más personas cuyos ingresos se vinculen directamente a la actividad política (casi el doble), por lo que pierde su carácter voluntario-altruista y se adquiere un perfil mayormente profesional, que si bien no es reprochable (al fin y al cabo la política es una actividad empleable como cualquier otra) sí trae efectos secundarios: queramos o no, a la larga crece el clientelismo y la dependencia de un partido político. Y una consecuencia directa: al haber una vinculación de trabajadores tan sumamente estrecha a los partidos políticos se dispara en sus filas el forofismo.

Tranquilidad, que os regalo un spoiler; el tema del aumento de sueldos y de plantilla pasará, no es dramático y atención a esto: el sol seguirá saliendo mañana. Los jerezanos y jerezanas tendrán que llevar, como cada día, un plato a la mesa de sus seres queridos y luchar contra un mundo hostil que olvida a los pueblos del sur. La polémica pasará a la historia con más pena que gloria como también pasaron otras que parecían “a vida o muerte” como la de la zona ZAS, la del asfaltado del centro, el arboricidio, el ERE municipal, las paragüeras del circuito, la cesión gratuita de los terrenos públicos al Obispado, el Plan de Ajuste y un largo etcétera que casi prefiero no rememorar, no por nada, sino porque las derrotas se acumulan y el desaliento crece.

Pero ojo, el episodio salarial tiene una característica reseñable; ha sido y es especialmente cruento. Ha traído la puesta en escena de las enormes divergencias de las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE. Si bien las diferencias-hostilidades han sido evidentes y se han ido acumulando una tras otra a lo largo de los últimos cuatro años, es cierto que estas permanecían, obligadas por las circunstancias (y las elecciones), más o menos en un discreto segundo plano. Pero en estos últimos meses de campaña electoral y de posterior negociación ha detonado una bomba que, como en la película de Clouzot, siempre amenazaba con detonar: al final se produjo la erupción de tanta inquina acumulada, tanto desafecto personal y tanto ego desmedido. Una salida a borbotones del rencor más desagradable de nuestros foros internos.

El ambiente entre las izquierdas ha sido irrespirable: un cruce de reproches, insultos, mentiras (o medias verdades), sonrisas impostadas, puyas sucesivas y golpes de pecho, cada cual barriendo para su casa, que ha despertado la vergüenza ajena en muchas personas simpatizantes (en todos los frentes), que asisten hoy y desde lejos, a un triste espectáculo con motivo de los sueldos y recursos (mañana podría ser cualquier otro).

Una actitud que no tiene ni medio gramo del espíritu del 15M. Con toda seguridad nuestros yoes de hace cuatro años sentirían incredulidad, tal vez bochorno, al verse, de un lado tan cercano al PSOE, y del otro, defendiendo con vehemencia la subida de sueldos de la corporación y levantando la mano en los plenos municipales (poco hay más simbólico que esta cuestión para los que venimos del 15M), sin conseguir un ápice de sintonía, acuerdos o confluencia entre las partes en nada menos que cinco años de nuestras vidas, habiéndose autodenominado años atrás movimientos (los Podemos y los municipalistas tipo Ganemos) desinteresados creados para unir y desbordar.

Hoy solo la desafección es desbordante. La fotografía en Jerez, al igual que en otras ciudades, es deprimente. La izquierda acabó como acostumbra, pidiendo autocrítica pero sin hacerla, clamando generosidad pero sin tenerla, llamando a la unidad sin reunirse. Hoy vemos a un PSOE crecido (al timón de la estrategia de Iván Redondo) hasta la prepotencia contemplando entre risas cómo la izquierda se devora cual perros de presa, unas derechas rearmándose con la vista puesta en el futuro y una ciudad que, apesadumbrada y apática, sigue esperando respuestas ante problemas urgentes que se perpetúan: el paro, la precariedad y el deterioro de nuestros derechos básicos (sanidad, educación y limpieza, mayormente).

Sólo queda la esperanza de que del tortazo de la realpolitik alguien recoja el guante y quede algún aprendizaje. Quizás surja una nueva generación que se abra paso con mayor generosidad. La nuestra, la del 15M, lo intentó. Trabajó mucho y lo hizo lo mejor que pudo (y supo) mientras duró, pero acabó empozoñada en odio y rencor, cada escisión creyendo que su verdad era la más pura y absoluta. Como sucede siempre en la izquierda. El maldito cuento de nunca acabar.

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