No… Obama no debe estar contento. Intentó cambiar el mundo y se irá de la Casa Blanca con la sensación de haber desperdiciado la mejor ocasión para ello desde que acabaran las grandes guerras.

A estas alturas, el presidente Obama debe estar frotando sus ojos con una mezcla de sorpresa y culpabilidad. Sorpresa porque sí… porque nadie lo esperaba. Nadie en su sano juicio hubiera apostado un triste dólar en que Donald Trump sería presidente de los Estados Unidos, y menos aún de una forma tan holgada.

Y culpabilidad. ¿Por qué? Porque quizás el bueno de Obama estará pensando en la cuota de responsabilidad que le corresponde ya que, en el corto intervalo de los ocho años de su mandato, la sociedad americana ha pasado de elegir a su primer presidente afroamericano de la historia, a emigrar al lado opuesto del espectro: hacia el racismo, el chauvinismo y la misoginia. ¿Qué ha podido cambiar entre los americanos para este cambio tan radical en sus gustos?

Desde mi humilde punto de vista, diría que lo principal es la desilusión. Obama representaba un cambio, una bocanada de aire fresco que prometía acabar con las desigualdades sociales, raciales y económicas. Prometía tomar las riendas de la sanidad americana. Prometía acabar con la ignominia de Guantánamo. Prometía un mundo mejor para todos… y no ha cumplido nada de lo prometido.

Las desigualdades no solo siguen existiendo, sino que además, los conflictos raciales han sufrido un recrudecimiento en los últimos años con manifestaciones y disturbios en las calles. La sanidad sigue siendo un negocio en el que los pobres no tienen cabida y las aseguradoras campan a sus anchas sin nadie que ponga límites al campo. Guantánamo dice que sí, que echará el cierre, pero que (como diría el inefable José Mota) hoy no… mañana. Y así llevamos ochos años, mirando para otro lado mientras en aquel rincón del mundo treinta hombres, que no han sido declarados inocentes o culpables ni han sido juzgados, agotan sus vidas encerrados en una 'base', que más que base es 'campo de concentración' a la americana, con sus torturas y todo.

Y qué decir del mundo. No, no es un mundo mejor al que encontró Obama en 2008. Al contrario, el yihadismo se expande, Siria y Oriente Medio se descomponen, el terrorismo se exhibe, y en Asia las dos Coreas, Japón y China se pasan el día provocándose unos a otros, hasta que a alguien se le escape una hostia… y allá que iremos todos a molernos a palos.

Lo único salvable de su gestión, sin duda, ha sido la apertura con Cuba, que con la llegada de Trump se ve de nuevo amenazada.

No… Obama no debe estar contento. Intentó cambiar el mundo y se irá de la Casa Blanca con la sensación de haber desperdiciado la mejor ocasión para ello desde que acabaran las grandes guerras.

Pero no desesperes, Barack… el Partido Demócrata y el mundo entero mira de reojo a Michelle, tu esposa, con ojos de esperanza. De esperanza en que sea ella y no Hillary, la primera mujer presidente de los Estados Unidos. De esperanza en que sea ella la que reviva la ilusión de 2008. De esperanza en que sea ella la que tenga las narices que te faltaron a ti para cambiar el mundo.

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