El prado del macho cabrío

Siglos después, para algunos parece que esta celebración demoníaca se ha trasladado al 28 de junio. Adoradores de la bochornosa práctica de exhibir su ser, provocadores de conciencias retrógradas

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

'El aquelarre' de Francisco de Goya
'El aquelarre' de Francisco de Goya

Hace tiempo descubrí el curioso origen de una palabra que desde siempre me ha fascinado. Como casi todo lo que realmente merece la pena en la vida, la palabrita fascina y aterra a partes iguales. Aquelarre es un término en castellano que deriva, según parece, de una voz vasca de escritura similar aunque, como es habitual en el euskera, emplea la grafía k en lugar de la q. Proviene de la suma de aker (macho cabrío) y larre (prado), por lo que literalmente significa "prado del macho cabrío".

Se pensaba entonces que el Diablo se encarnaba en ese animal para manifestarse en la llanura en medio de las brujas o, en vasco, sorginak. Posteriormente, el término se asimiló al castellano y acabó por referirse a cualquier reunión de brujas y brujos para realizar ritos o conjuros, independientemente del lugar. Al parecer, ya en las culturas religiosas anteriores a Cristo existían los actos paganos de adoración a Satán. Y los prados dejaron de ser esenciales en el aquelarre. Los machos cabríos, también.

Existe en mí una extraña fascinación por la etimología. La empecé a percibir a mis tiernos diecitantos, cuando comencé a saborear las mieles de las lenguas clásicas en el bachillerato menos popular de mi instituto de barrio: ese que nadie sabía muy bien para qué podía servir —el bachillerato en cuestión, que no el instituto—. El caso es que cuando el latín y el griego clásico llegaron a mí, experimenté la fortuna de conocer el germen de las palabras.

Y en ese conocimiento, en esa sofía y en ese amor por el logos se desplegó toda la inquietud que podía caber en una pueril aprendiza de humanista. Y hasta hoy. Estos días me he reencontrado con esa misma fascinación al leer la prensa y me he preguntado hasta que punto se conoce el sentido de los términos que se emplean con demasiada ligereza. He vuelto sobre estos pensamientos al leer el último texto enviado a los medios por el partido de la x. Hace solo unas semanas, calificaba las celebraciones del Orgullo Gay como un "aquelarre". Desconozco si personalidades de la talla de la ínclita Rocío Monasterio han visitado en alguna ocasión El prado del macho cabrío pero quizás sí que sean apasionados de la etimología —como yo— y hayan empleado el término con todo conocimiento.

Ellos hablan de hedor insalubre e insoportable, de falta de civismo y de escenas sexuales grotescas a la luz del día. Los inocentes ojos de los infantes sonrosados de las calles de Madrid arderían en llamas ante un beso entre dos hombres. El mismo fuego en el que, con buen criterio, se consumían las brujas que confraternizaban con los machos cabríos en mitad del prado. Demasiadas similitudes para no recurrir a la palabra embrujada.

Durante la Edad Media, algunos gobernantes cristianos buscaron conectar la actividad satánica y la brujería con el judaísmo, atribuyendo al término sabbat el sentido peyorativo de reunión para ejecutar prácticas demoníacas. Siglos después, para algunos parece que esta celebración demoníaca se ha trasladado al 28 de junio. Adoradores de la bochornosa práctica de exhibir su ser, provocadores de conciencias retrógradas y de cerebros demasiado pequeños y oscuros. Conjurándose en la desarraigada existencia de quienes no temen las formas, ni los dictados, ni las represiones. Enarbolando diabólicas banderas arcoíris, empleando la estaca incorruptible de la música alta, la plataforma y la purpurina fucsia; aterrando al vecindario con la peligrosa estampa de su autenticidad. En la mayoría de las ciudades españolas han desaparecido los prados, pero sigue habiendo montones de machos cabríos.

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