El país de los votos perdidos

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Correos habilita sus oficinas para la ciudadanía que vota por correo.
Correos habilita sus oficinas para la ciudadanía que vota por correo. JUAN CARLOS TORO

En la repetición electoral de 2016 la participación bajó más de tres puntos. Y ya sabemos a quién benefició esa pérdida. Ahora que nos vemos abocados a unos nuevos comicios, todo parece indicar que la abstención crecerá bastante más. Incluso hay voces bien pertrechadas de megáfono virtual que intentan promover que el 10 de noviembre nos quedemos en casa. Y probablemente convenzan a más de uno y a más de dos… pero ¿qué votos son los que se van a perder de nuevo? ¿Serán las manos izquierdas las que se mantendrán más lejos de la urna? Todo apunta a que sí, y para muestra otro botón. Allá por el 2008, los socialistas catalanes, con la difunta Chacón a la cabeza, emplearon para la campaña electoral autonómica el eslogan Si tú no vas, ellos vuelven, en clara referencia a un ascenso de los gaviotos provocado por la abstención. La estampa, si lo recuerdan, la completaba un cartel con el ínclito trío —Acebes, Rajoy y Zaplana— en plan amenaza fantasma a lo Reservoir Dogs de Tarantino.

Quizás sea una cuestión de disciplina. Tal vez, de prioridades. Es posible que de un fin superior. El caso es que cuando las papeletas son menos, las azules —hoy también ligeramente tornadas al naranja o al verdoso— no suelen ser las que se pierden por el camino. Creo que ellos siempre han tenido más claro eso del fin que justifica los medios. Por eso tienen más dinero, más consenso y menos tonterías encima. Tienen tan claro eso del fin superior que son capaces de pactar antes de que haya ni tan siquiera sobresueldos trincados que repartir. Quizás todo sea más fácil cuando se tiene un padre putativo común y la nostalgia por bandera. Así es más sencillo ponerse de acuerdo.

Y ahora ya no se trata de estar contento con lo que uno vota. Ese barco zarpó hace demasiado tiempo, si es que alguna vez arribó a puerto. Más bien es el temor a lo que vote el vecino lo que empujará a muchos a levantarse del sofá el 10 de noviembre. Porque ya se sabe quién se beneficia de las papeletas que no se meten en el sobre. En el país de los votos perdidos siempre pasan frío los mismos. Puede que la rabia nos impida ahora ver el bosque, que estemos demasiado defraudados con quienes no cedieron y con quienes se pasaron de frenada, que pensemos que son unos fantoches impresentables para presidir ni tan siquiera una comunidad de vecinos. Y este es el momento para pensar todo eso. Para descargar la rabia contra el árbol y contra el bosque. Este y no el 10 de noviembre.

A nosotros, que nos apetece tanto volver a votar como ver la serie documental de Sergio Ramos. A nosotros, que tememos a un tripartito de derechas casi tanto como a un bocata de carne mechada. A nosotros, que estamos tan decepcionados con la clase política como con la tercera temporada de La casa de papel. A nosotros, que somos demasiado conscientes de que no nos representan pero tenemos que actuar. A todos nosotros, que hemos tragado suficiente y algún día nos resarciremos. A nosotros solo se nos puede pedir una cosa: que no seamos reclutas grises en el país de los votos perdidos.

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