Un lema feminista pintado en una pared. FOTO: MANU GARCÍA.
Un lema feminista pintado en una pared. FOTO: MANU GARCÍA.

El patriarcado suele engañarnos y confundir pregonando su verdad, que no es más que una inteligente mentira fabricada para conformarnos, y así rebatir las tesis de quienes solo ven opresión y desigualdad en este sistema.

Hace unos días estaba parado en un semáforo cuando paso un autobús urbano conducido por una mujer. Recordé entonces que años atrás la empresa municipal de transporte había facilitado como medida de discriminación positiva, formación en mecánica a las mujeres que presentaron su solicitud de acceso a las pruebas de plazas de conductoras. Los machirulos, y los que decían que no lo eran, pusieron el grito en el cielo porque discriminaba a los hombres, reivindicando vergonzosamente para ellos una igualdad que le negaban a ellas. 

La imagen de la mujer me hizo pensar por un momento que era real, que todo estaba cambiando y que la igualdad existía ya. Y en eso consiste la trampa, en elevar a norma, lo que solo es una anécdota. Es verdad que hay conductoras de autobús, juezas, militares, bomberas, policías, y podría seguir enumerando profesiones, pero lo cierto es que en la mayoría de las actividades y oficios las mujeres están muy subrepresentadas, su presencia es a veces testimonial, y no se dice que siguen teniendo empleos precarios, los sueldos más bajos, y las mayores dificultades de encontrar un trabajo. En España hoy nacer niño o niña, es un elemento de desigualdad social, económica, y profesional de primer orden, y no podemos olvidar que ellas son el 50% de la población.

Sucede al igual en con las leyes, los convenios colectivos, los reglamentos de organización interna de las empresas, en ellos la igualdad se dice y se escribe, pero apenas se práctica, ni se ve en la vida cotidiana de la gente.

Ante estas realidades el machismo sigue mintiendo hablándonos de un mundo irreal y falso, donde igualdad y felicidad conviven en armonía, representando a las feministas como excéntricas, para esconder la verdad de una sociedad muy desigual.

Ayer escribí en mi estado de whatsapp la siguiente afirmación: dejar de ser machista es como dejar de fumar, cuestión de proponérselo. Una amiga me contesto: no creo y es una pena. Fumar es un hábito, machismo es una forma de entender la vida, eso si erróneamente.

Lleva razón mi amiga, el machismo es una forma de entender la vida, que permite que los hombres nos sintamos superiores a las mujeres, que tengamos más derechos y privilegios que ellas, y seamos violentos. Pero dejar de ser machista, como hacerlo de fumar, es también una cuestión de voluntad, y de proponértelo, y para ello lo principal es darte cuenta, ser consciente de la necesidad de dar ese paso, y comprender el gran daño que hacemos a los demás, porque el machismo a semejanza del tabaco, mata.

Antes de dejar de fumar pensamos que la existencia será aburrida sin ese placer, pero luego comprobamos que es mucho más bella, sana y divertida, apreciamos olores, respiramos mejor y sobre todo ni maltratamos ni nos hacemos daño. Con el machismo sucede algo similar, imaginamos la vida diferente, que los amigos se reirán si nos ponemos el delantal, que pensarán que nos hemos convertido en unos blandengues y sentimentales si lloramos, que no nos tomarán en serio si se enteran que nos encargamos de la comida y de los cuidados. Sin embargo, una vez que damos el paso vemos que nada de eso es verdad, que amamos de otra manera, que disfrutamos de nuestros sentimientos y nuestro cuerpo, y que no somos dañinos. 

La ropa y la moda, lo que vestimos y como nos han enseñando que debemos gustarnos, tiene mucho de instrumento del patriarcado para diferenciarnos a hombre y mujer y mantener las diferencias. En como lo hacemos, se ponen de manifiesto los roles y estereotipos que según nuestro sexo nos han asignado. Evidentemente en este reparto nosotros siempre llevamos las mejores cartas. Condenadas a gustar y a ser objeto de atracción, a sexualizar y cosificar su cuerpo, a llevar ropas y calzados incómodos e insanos, y a la esclavitud de la delgadez, la depilación, los labios pintados y los lóbulos de las orejas agujereados. 

No está de más que comencemos a cambar estos hábitos que nos distinguen y separan según cuál sea nuestro sexo, y que todos y todas construyamos una cultura andrógina que no nos jerarquice, y termine definitivamente con esta clasificación que produce discriminación y desigualdad. Para eso es necesario que nos pongamos las gafas violetas y aprendamos no solo a mirar, sino a ver. 

El machismo es un vicio del que los hombres nos hemos de apartar, una práctica normalizada e incorporada a nuestras vidas que debemos quitarnos. Unos hábitos tóxicos, nocivos y peligrosos “El machismo mata”, que nos invalidan como personas. Los poderes públicos deben ayudarnos declarando todas las dependencias públicas, bares, restaurantes, facultades, “Zonas Libres de Machistas”. 

Pasaremos el mono, necesitaremos ayuda, con terapias o “parches de machismo”, que al igual que los de nicotina, nos permitan ir reduciendo nuestra dependencia del patriarcado. Con voluntad y determinación seguro que lo conseguimos, y entonces comprobaremos cuan de maravillosa es la igualdad. Eso sí, siempre hay que estar alertas y no recaer, no confundirnos ni dejarnos engañar, porque al fin y cabo un machista, como el fumador, lo es para toda la vida. Solo es cuestión de ser consciente y dejar de practicarlo. El mundo será más sano y las mujeres respirarán mejor.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído