El imperio de la mentira emotiva

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Karra Elejalde es Unamuno en 'Mientras dure la guerra'.
Karra Elejalde es Unamuno en 'Mientras dure la guerra'.

Ahora que Unamuno vuelve a estar de moda —si es que alguna vez lo estuvo— y que las reediciones de sus obras pueblan las mesas de las cadenas de librerías por obra y gracia de Movistar Plus, se ha popularizado una de sus anécdotas más célebres. Tal vez la hayan oído estos días. Al parecer, en cierta ocasión un joven discípulo preguntó a Unamuno si creía en la existencia de Dios y este le respondió que antes de contestar deberían ponerse de acuerdo en qué era para ambos creer, en qué era para ambos existir y en qué era para ambos Dios. No sé si ustedes palparán el relativismo viviente en las palabras del autor de Niebla, pero a mí me han sabido muy recientes. Quizás por malentendidas. Si el filósofo bilbaíno apelaba a la razón y la fe para consensuar o no unos postulados a priori distantes —sobre el existir, el creer y el ser de Dios—, el mundo actual padece una epidemia bien distinta.

En el año 2016, el diccionario Oxford estableció un nuevo término que trataba de poner nombre a una realidad que ha ganado enteros en los últimos años: la evidencia de que las verdades se imponían socialmente cada vez más no por la fuerza de la razón sino por el poder de lo emocional, escapando así del nexo con la razón lógico-científica. La denominada ‘post-verdad’ deriva de la voz inglesa ‘post-truth’ y alude a esa distorsión deliberada de la realidad con el fin de influir en la opinión pública, de manera que las apelaciones emotivas acaben siendo más poderosas que los hechos objetivos. Es por ello por lo que también se conoce a la posverdad como “mentira emotiva”. Esas falacias de la razón han aupado a la Casa Blanca a Donald Trump, propiciaron el rechazo del referéndum de paz en Colombia e impulsan a diario la cultura del odio a través de los medios especializados en construir noticias falsas a sabiendas de que lo son.

Esta semana hemos vuelto a asistir al imperio de las mentiras emotivas, de los discursos proyectados con fuegos artificiales y recibidos con alharacas por quienes han decidido que los quieren creer. El candidato de Vox a la presidencia del gobierno nos demostró el lunes que la posverdad está en todo su apogeo. Ni corto ni perezoso le dio por soltar que el 86 por ciento de las denuncias por violencia de género son archivadas o que siete de cada diez agresiones sexuales masivas en España las cometen inmigrantes. A tenor de la razón, lo uno es tan rotundamente falso como lo otro pero, a pesar del imperio del embuste, todos los mentideros coinciden en que el patriota Abascal fue sin paliativos uno de los vencedores del debate a cinco. Y es que ante la quiebra del valor de los hechos, las mentiras emocionales triunfan sin necesidad de justificación. Resulta más relevante creer lo que se desea creer que proporcionar la fuente legítima de una información o atender a lo fáctico. Cuando la importancia de la verdad se resquebraja, los ratones bailan a su antojo. Todo es posible y a la vez nada tiene valor.

Y así hoy la barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Aúllan y piden sangre los unos y los otros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo. Eso escribió un tal Miguel de Unamuno allá por noviembre de 1936.

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