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La vida no espera. Debemos vivirla, obligatoriamente.

Al menos desde principios del siglo pasado sabemos que una vida sin sentido produce hastío. Una vida (la del hombre) que es una rareza en la medida en que solo ella es capaz de preguntarse ¿qué hago aquí? ¿Qué destino tiene mi vida en este mundo?

Es rara esta vida humana que tiene una cierta experiencia de la nada, de la gratuidad de las cosas, de la extrañeza de un mundo regido aparentemente por el azar.

El hastío no es cansancio, ni desgana, ni aburrimiento… y es todo eso a la vez y por nada concreto. Es como una hartura existencial (qué jartura, Dios mío) que hace un mohín de desagrado al levantarse y al acostarse. Un rictus superfluo y 'esaborío', ante todo, ante nada.

Es posible que se nos haya dado una naturaleza humana a medio construir. Y que seamos nosotros los que tenemos la responsabilidad de acabar la faena; y que ésta fuera, en realidad, la tarea de nuestra vida. Podemos acertar o podemos equivocarnos…pero no podremos echarle la culpa a nadie porque nadie puede vivir nuestra vida más que nosotros mismos. Que estamos condenados a ser libres, como dice J.P.Sartre. La nada. La soledad. El hastío. El azar.

(Esta reflexión no tiene nada de novedosa. Lo cual no significa que el hastío sea un sentimiento poco frecuente en nuestros días).

Enfrente de la postura anterior, nos encontramos –por ejemplo- un grupo del Hare Krishna. Con sus cabezas rapadas y sus túnicas de azafrán, danzando, cantando hare Krishna hare hare y comiendo sopa de nabos. Para ellos, hasta una mota de polvo perdida en una habitación cualquiera tiene un sentido profundo y radical. Todo es todo, en armonía celestial y cantarina. Lo que sucede es lo que tiene que suceder. Ni más, ni menos. El todo. La plenitud. El contento. La necesidad.

Y los que no tenemos la suerte de ser existencialistas o hinduístas vamos dando tumbos entre ambas referencias: todo o nada, plenitud o soledad, sentido o absurdo. ¿Cuál es la verdad? ¿Somos todo o somos nada? ¿Tiene sentido mi vida o es absurda? Mientras decidimos la solución, mientras resolvemos el dilema…la vida pasa. Irremediablemente. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos con nuestra vida? ¿Qué hacemos con nuestra vida hoy, ahora?

La vida no espera. Debemos vivirla, obligatoriamente. Y caminar como si, al final del túnel, hubiese una luz, una esperanza. Una esperanza que –como algunos dicen- es lo que nos hace propiamente humanos. Lo que nos identifica. Un anhelo íntimo, grabado en el corazón, de que todo resulte felizmente para todos. Como si hubiésemos vivido alguna vez en un paraíso y llevásemos este recuerdo grabado en nuestra propia naturaleza. Como si la meta fuese, en realidad, un regreso. El principio esperanza.

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