No desistas. Susana Díaz, Macarena Olona y Cayetana Álvarez de Toledo, en el programa de Ana Rosa.
No desistas. Susana Díaz, Macarena Olona y Cayetana Álvarez de Toledo, en el programa de Ana Rosa.

Hay poco que hacer porque tienen el dinero. Y porque los pesados y esquizofrénicos de la palabra y la opinión en las redes tenemos muchos enemigos. Hoy he leído a un gran activista, con una pluma de calidad, una voz grave y carismática, un animal de la radio, claudicar, desde el humor, apostando por silenciarse. Tomar un descanso por desgaste en esta ingratitud cuando la falta de creatividad o de medios no le da, eso cree, para tener tanta repercusión y calado que la maldita ultraderecha.

No hace falta ya que sepas que lo que hace Ayuso en Madrid será juzgado dentro de diez años, que algunas locas del coño voten a Abascal porque le pone o es taurino o que irremediablemente en mi y tu pueblucho de Andalucía occidental, la clase trabajadora, todavía, intérprete que para llevar una guayabera, ir al Rocío, pertenecer a una hermandad, tener taco en el bolsillo un viernes de feria o si ganas más de 1.000 euros, por huevos, tienes que ser de derechas.

Ya no importa que haya gente que dice ser poeta y abandere la opción de ser apolítico: el capitalismo ha hecho posible esta opción. He visto en mi trabajo a compañeros defender a partidos que desmantelan los ambulatorios, sus citas, merman las urgencias y declararse de derechas. Padres que no tienen dinero para que un hijo con discapacidad pueda integrarse eficazmente y no ven que la economía liberal los quiere como un producto. La derecha no apuesta por la integración sino por el negocio, y aun así por la infame lista de aditivos en su onírica forma de ver su distorsionada realidad creen que ser de derechas les da un salto de calidad.

En realidad, no se es de derechas, uno lo intenta. Ellos se mofan de ti, desde sus púlpitos, mientras prefieres las bajadas de impuestos, cosa que a ti te te dará en la nómina un minúsculo resultado mientras no puedes pagarte lo que ellos privatizan. Pero picas con la libertad de Ayuso, quizás sin conocer a Lorca ni a Violeta Parra. Ves en una movilización con miedo en el ADN una cosa para locos desocupados, o sigues creyendo que con esfuerzo individual todos nos podemos hacer ricos. El cortoplacismo te hace exigente con quienes quieren revertir el proceso nauseabundo del capitalismo radical: cláusulas abusivas, precio de la luz, escasez de buenos convenios colectivos, encarecimiento de materiales escolares, aumento de ratio en las escuelas y pones de populista o comunista todo lo que suene o deba implicar compromiso en lo común.

Y reclamas a quienes quieren arreglarlo con rapidez y en contra de monstruos creados por quienes votastes, mientras privatizaban el sol ante tu silencio, y ahora, tras tu beneplácito, lo olvidas. Patriotismo de banderas, pulseras, bienquedismo por tres duros y odiar a quienes trabajan mejor que tú. Echar pestes sobre el sector público y odiar a los políticos. Que tiempos para quienes tienen que lidiar, incluso con quienes tienen un gran potencial para opinar y no lo hacen, con la más triste y absoluta ingratitud.

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