Escultura a Primo de Rivera en la plaza del Arenal jerezana.
Escultura a Primo de Rivera en la plaza del Arenal jerezana. MANU GARCÍA

La dictadura de Primo de Rivera estaba tocada de muerte tanto por el intento de golpe de estado de enero de 1929 por personajes influyentes como José Sánchez Guerra, como por el lado republicano que se vio reforzado por el nuevo Grupo de Acción republicana de Manuel Azaña, que alcanzaron la unidad con la Alianza republicana. La izquierda estaba inmersa, tanto en las universidades como en la órbita sindical, en tiempos de cambio. Varios factores como la diabetes del jerezano y el fracaso de su dictadura para imponer una especie de antiguo régimen no pudieron frenar las libertades que se demandaban desde sectores que estaban creciendo. El dictador había presentado, en un principio, un régimen temporal, pero al final le cogió el gusto al poder dictatorial y no tenía la intención de ceder el mandato. Incluso dentro del ejército, había facciones que se apuntaban a la nueva deriva republicana.

Tras seis años de dictadura, el general Berenguer tampoco ayudó a salvar la monarquía que elevó a la dictadura. Denominada “dictablanda” no pudo frenar los cambios que en España se estaban dando a favor de la democracia. Patronos, caciques y la Iglesia católica empezaban a señalar a los culpables que, tras siglos de absolutismo y una organización casi feudal de la sociedad, iban a intentar equilibrar e igualar las posibilidades de los trabajadores y de los pobres. Huelgas generales, sindicalistas empoderados, cada vez más, por unos ciudadanos más sensibilizados con las ideologías igualitarias y la lucha de clases. Estaban preparando ya al país para el gran acontecimiento que merecía España: la segunda república. Todo el mundo en las elecciones del 12 de abril de 1931 entendió que las candidaturas republicanas socialistas habían cambiado la idea de España en 42 de las 50 capitales de provincia. No siendo así en las zonas rurales, menos ilustradas y con más sectarismo de la iglesia católica. El Rey se vio obligado a irse del país y el 14 de de abril se proclamó, por fin, la anhelada república. Libertad, democracia y otros términos empezaban a formar parte del vocabulario de los ciudadanos en las grandes ciudades.

Jerez no fue ajeno a la proclamación de la democracia y empezaron a configurarse, en las alcaldías, los gobiernos democráticos. Pero, a groso modo, cambiar un país que sale del oscurantismo  y el medievo no iba a ser fácil. Si bien la redacción de la nueva constitución y los asuntos que atañen a las reformas laborales iban a a poner muy nerviosos a personajes siniestros como el capitán Eton y demás escoria fascistona, que sólo velaban por los intereses personales e intransferibles de una minoría opulenta. Los sindicatos empiezan a jugar un papel fundamental. Pero también, entre ellos, se ven como antagonistas.

La CNT pone a la República bajo una lupa y la UGT la toma como algo propio. La deriva sería demencial y de tanto quererla terminarían por contribuir a desestabilizarla, como se hace con los niños que son consentidos y caprichosos. Como al hombre que se le niegan los placeres y los vicios por estar encarcelados durante milenios y de un día para otro se le proporciona la palabra libertad en sus manos y sin apenas filtros se hartan. Jerez celebró a la llegada de la libertad, y los trabajadores de la bodega se echaron a la calle. Gritos de júbilo y de vivas. Los más temerosos y adictos a zonas de confort que rozaban la pobreza se resignaban a los cambios con cautela, pero los más intelectuales, leídos e instruidos y con un espíritu más revolucionario dieron la bienvenida al nuevo mandato popular. Se conformaron las alcaldías y en sus plenos se votaban las cuestiones que cambiarían la manera de ser de los nuevos ciudadanos.

Pitt no iba a ser menos y junto a María también se echaron a la calle. Recordando a compañeros como Manuel Navarro y a otros que habían sido torturados, asesinados y despedidos: ¿Qué todo cambie para que no cambie nada? Eso le decía María, menos ilustrada que él, pero con unas dosis de realidad menos utópicas. Nuestro inglés hacía tiempo que ya leía a Unamuno y conocía la obra de Marx. Pero de la teoría a la práctica había un largo trecho donde España iba a ser todavía humillada y maltratada para tratar e intentar imponer de nuevo a la barbarie. Pero, al menos, todas esas asambleas, aun desde una postura más anarquista, estaban viéndose recompensadas por la nueva España. Era momento de celebraciones, de brindis y de esperanzas espumosas. Y todo eso a las puertas del gran acontecimiento que estaban esperando y preparando desde hace meses, su boda.

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