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El próximo viernes 17 de agosto a las 20:15 en un lugar de Girona llamado Montilivi echa a rodar la pelota. Empieza la Liga, esa que en cualquier otro periódico usted verá rotulada con el nombre de la entidad bancaria que la patrocina. Aquí, que servidor es más tradicional (y nostálgico), la llamaremos Primera División. ¿Otra vez fútbol? Pero si el Mundial acabó hace dos domingos. Sí, otra vez. Valiente pesadilla.

Reconozcámoslo; el fútbol es un asco. No se acaba nunca. Hay fútbol a diario. Para quien no guste de ver este noble deporte debe ser un infierno. No se puede escapar. Se puede intentar no verlo pero el fútbol es como la telebasura de ese canal del que usted me habla. Está por todas partes. Imaginemos que a usted no le gusta ver a veintidós hombres o mujeres corriendo detrás de un balón. Vale. Usted no tiene en su casa el paquete fútbol de esa plataforma de la que habla su cuñado. Maravilloso.

Es usted la resistencia. Pero, como a usted le gustan los hermanos Condumio y Pirriaque, se baja de vez en cuando al bar de la esquina a pedir una cervecita y le dice al camarero que le pegue una pataíta al olivo. Y allí, pobre de usted, se topa de frente, un sábado a las seis y cuarto de la tarde con un Celta de Vigo-Espanyol de Barcelona, que al parecer son los equipos de moda. Y no, aquello no es música de fondo.

Está usted a punto de sorber la cerveza por vez primera cuando comprueba que en su Córdoba natal, en el bar de la esquina, se ha reunido con toda la calor de agosto un grupo de forofos del Celta, que no es que fumen tabaco negro ni crean en conjuros de druidas, sino que son de cerca de Pontevedra. Pero, si hasta hay un chino. Un chino con su camiseta celeste con la cruz de Santiago al pecho y cantando la Rianxeira. Qué asco de fútbol. Se toma usted la cerveza, deja a medias las aceitunas y se sube corriendo para casa a tirar de Netflix si hace falta. No se puede ni salir, el fútbol está por todas partes. Ya lo dijeron los Wet Wet Wet: “I feel it in my fingers / I fell it in my toes / The love The football that’s all around me / and so the feeling grows”.

Le compadezco. Lo siento de veras. Sin embargo, voy a confesarle algo: me gusta el fútbol. No es que me guste, es que me encanta. Y encima soy un friki que podría decirle, si hace falta, cuántos goles marcó David Villa en el Mundial de Sudáfrica 2010 o que el Oviedo pidió una prórroga para arreglar su estadio después de la guerra civil y le eximieron de competir durante una temporada completa guardándole el sitio en Primera. Datos, como usted ve, de vital importancia para el día a día.

No puedo remediarlo. Mi padre me inoculó el fútbol desde bebé. Encima me hizo del Betis, que es otra cruz (bendita). Y la tradición continúa. Que le pregunten a mi sobrino de dos años si no le gusta el fútbol y si hay otro equipo mejor que el Betis. El niño conoce a más jugadoras del Betis Féminas que su propio padre (su tío se ha encargado de ello).

Siento que mi afición le estropee a usted su cervecita. Le pido disculpas pero el fútbol es la mejor excusa que tengo para abrazarme con mi padre. El viernes 17, cuando el balón eche a rodar en Montilivi, yo saldré de casa con él en dirección a Sevilla, al final de La Palmera para ver un Betis-Levante (20:15 horas, estadio Benito Villamarín) que usted intentará esquivar por todos los medios. Si se le olvida y acaba en el bar de la esquina rodeado de hooligans verdiblancos, antes de maldecir al que inventó la FIFA acuérdese de que al otro lado del televisor habrá una familia celebrando que otro año más puede volver a reunirse. ¡Ah! Y sepa que los futboleros somos los principales consumidores de pipas de este país. Si es que encima generamos empleo. ¿No es para querernos? ¡GOL!

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