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Con Buenafuente lo tenemos claro: con los andaluces no da ni una.

Hace unos años ya tuvo un desafortunado encuentro con aquella pareja de cómicos sevillanos que iban de sevillanos..., pero lo de la otra noche, con José Mercé, es “pá meterlo preso” como diría un conocido mío.

Recurriendo al topicazo —propio de aquellos a los que no les sobran las luces— obligó a uno de sus colaboradores a disfrazarse de gitanillo; un gitanillo esquizofrénico que supuestamente debía representar al duende y pellizco andaluz y que, una vez embutido en aquel traje robado de una tienda china, tenía que desplegar toda su gracia y gramática ante el cantaor jerezano.

Pero una vez más —y ya es digno de estudio— no estuvo acertado el presentador al mostrar un andaluz indigesto y animal que consiguió ofender, incluso, al propio artista.

Sentí vergüenza ajena. No por el cantaor —que lidió el mal trago como pudo— sino por aquel cómico que ya no sabía si reír o llorar encima del plató o coger a Buenafuente y darle el sombrero cordobés de cartón y la barba talibán.

No Buenafuente..., tú no porque cuando quieres resultar gracioso sales por los Cerros de Úbeda y confundes el tocino con la velocidad.

Si quieres saber lo que es el Duende..., déjate de tanta pregunta sin ánimo de respuesta y pásate por la plaza de San Juan en Jerez de la Frontera. Sobre las dos de la madrugada —y lo digo porque viví allí durante varios años— irán apareciendo, refugiados en la más oscura soledad, los hados del Jerez más pobre y mísero; un Jerez que a pesar de tanto desastre vital no quiere abandonar —o no sabe— su impronta.

Rota la noche siempre aparecía de la nada una toná; una seguiriya hecha lamento en un ay de Manuel Torre que era capaz de ponerme los vellos de punta mientras dormía en la cama; un ay de fatiga crónica que escalaba por el pórtico de Las Reparadoras para estrellarse, segundos después, en el techo del cielo.

Y si no era una seguiriya era una bulería..., la que le daba por bailar a la prostituta de La Vega, rodeada de naranjos, frente al Centro Andaluz de Flamenco; y si el Duende no aparecía en la bulería lo hacía convertido en saeta anacrónica de Junio, de Salmonete y bicicleta de carreras.

Lo curioso es que nunca, en los años que estuve viviendo allí, escuché desde las ventanas del vecindario una queja o un cállate de barrio rico..., hubiera sido como silenciar al mendigo que reclama algo de comer. También porque todos sabíamos que eran tres versos a lo sumo, una pataíta y la escampavía para Santiago o San Juan de los Caballleros.

Así que Buenafuente, si quieres saber qué es el Duende, déjate de disfraces a veinte duros y acércate a Jerez..., a ver si “te se” pega algo.

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