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Circula estos días por las redes un meme en el que, sobre un muro aparece una pintada que dice textualmente: “Abrázame hasta que Pablo Casado deje de decir gilipolleces” y la verdad es que me ha parecido una preciosa declaración de Amor. Y esto me ha hecho caer en la cuenta de que esta semana es el Día de los enamorados.

La leyenda cuenta que San Valentín fue un sacerdote castigado por los romanos por desobedecer al emperador ya que realizaba bodas entre jóvenes cuando lo que se esperaba de ellos es que fueran al combate y no a contraer matrimonio. Más allá de la utilización de esta festividad para evitar el recuerdo de una fiesta pagana, cosa normal en todo nuestro calendario, la leyenda resulta del todo inquietante.

Por un lado, San Valentín no conocía el amor, al menos de esto nada se relata, pero al parecer lo propiciaba a través del matrimonio, aunque todos y todas sabemos que no es lo mismo. Por otra parte, resulta interesante que el matrimonio fuera una forma de huir de la guerra, o, mejor dicho, tener la cabeza en otro sitio que no fuera la confrontación constante, y esto fastidia mucho al poder, ya que la cabeza debe de estar donde el emperador diga y no donde digan las mujeres.

Y una vez llegados a este punto, el próximo 14 de febrero, espero que las mujeres dejen de esperar flores, tarjetas o bombones, o lo que sea que se regale a las jóvenes millennial, y empiecen a pensar en qué necesidad tenemos nosotras de estar salvando permanentemente a los hombres de su destino, convirtiéndolos en mejores personas y haciendo que olviden las guerras y las disputas.

Y si de amores reales hablamos, también dejemos de hablar del amor como cosas de mujeres y hombres, porque ¿dónde queda el amor entre hombres o entre mujeres? ¿qué pasa con los partidarios del poliamor o los pansexuales?, ¿como celebran el día de las personas enamoradas?

Pero que lo que realmente me preocupa, más allá del sexo y del género, es por qué el amor romántico sigue sin estar en riesgo, mal que me pese, y por qué seguimos bajo la influencia de la imagen de la entrega y la dedicación sin límites, Te quiero más que a mi vida/Te quiero más que a mis ojos/ Más que el aire que respiro/ Y más que a la madre mía.

Seguimos idolatrando a ese amor representado por arcos, flechas y ojos vendados, y lo que aún es peor, seguimos pensando que el amor todo lo puede y que somos dos medias naranjas que completas buscan la felicidad, algo totalmente imposible siendo una persona autónoma, libre e independiente, y por tanto, sola.

Llegados a este punto, el amor no puede ser la primera o única de nuestras prioridades, en palabras de Marcela Lagarde, “Para las mujeres, más que para los hombres, el amor es definitorio de su identidad de género. Para las mujeres el amor no es sólo una experiencia posible, es la experiencia que nos define”. Este sigue siendo el principal riesgo de la sociedad actual, que sigamos siendo definidos y definidas en función a unas normas patriarcales que en modo alguno debemos saltar o evitar.

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