Ciclistas en la avenida Juan Carlos I de Jerez, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA
Ciclistas en la avenida Juan Carlos I de Jerez, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA

Primero fueron los perros y en su ausencia las bolsas de basura como apaño. Luego, después de mes y medio y más de un dolor de cabeza, fueron los niños. Ahora, lo que todo el mundo quiere es una bicicleta.

La restricción del espacio de los paseos durante esta fase 0 parece clara, una circunferencia con radio de un kilometro y origen en el domicilio familiar. Sin embargo, la restricción en lo que a deporte respecta abarca todo el término municipal. Un corredor principiante quizás no, pero cualquiera con una bicicleta puede llegar casi a donde quiera, lo que permite saludos y encuentros discretos siempre que se respeten los dos metros de distancia.

Es así como desde el olvido se alza un ejército de bicicletas abandonadas. Su origen es diverso, se puede remontar desde las primeras comuniones hasta los últimos reyes antes del lanzamiento de la PS3. Por el contrario, su estado en la mayoría de los casos es similar. Cadenas oxidadas, pintura descolorida por el sol, cambios de marchas atascados, cubiertas descolocadas, frenos inútiles, y por supuesto, ruedas vacías. El motivo de su abandono también suele coincidir, siendo tristemente la sustitución por un vehículo a motor llegada la edad de la motillo o del permiso B.

Obviamente este no es el estado de todas las bicicletas, pero se corresponde con la mayor parte de las pertenecientes a la clase obrera. Principalmente residentes en pisos, el único sitio para guardar este vehículo ha sido en minúsculos balcones, terrazas, lavaderos o ínfimos patios interiores. Por supuesto, ni de lejos hay bicicletas para todos los miembros de la familia, contando con dos en el mejor de los casos. 

De todas formas, en un escenario como el que se vio el sábado tampoco hubiera sido difícil llegar más allá del kilometro andando. La situación no era tan catastrófica como enseñaban las portadas de la prensa de determinado color, pero nunca había visto tanta gente en la calle en un día “normal”. Aunque la policía se lo propusiera, el operativo para controlar los paseos sería insuficiente. Estaría desbordado y teniendo en cuenta la picaresca de la gente para excusarse sería inútil. 

Se confirmó también algo que ya se veía venir en los supermercados. Cuando alguien tiene un rumbo, lo mantendrá como si de un blindado se tratara, sin importar lo que haya en su camino. También era normal ver otras infracciones como pequeños grupos de amigos caminando juntos. Hay quien incluso tuvo su momento de fuga al Parque Amarillo como si el confinamiento nunca hubiera existido.

Hay quien culpará al gobierno de todo esto, los de la cacerolada a las 9 entre otros. Pero responsabilizar al gobierno de la acción individual de millones de personas es una locura. No es culpa suya que a la hora de la verdad mucha gente actúe sin la menor conciencia. Quizá no es que no estuviésemos preparados para una desescalada, quizá fuera que nunca estuviéramos preparados para la vida en sociedad. A lo largo de la historia hemos acumulado un sinfín de conocimientos técnicos y científicos, pero eso no significa que los tengamos interiorizados o siquiera que se conozcan. Esto hace que se acabe actuando muchas veces desde lo más profundo de la ignorancia.

Aun así, no todo es gris. Los deportistas de verdad están de suerte, en concreto los ciclistas. Jerez posee el sexto término municipal más grande del país. Esto abre a los ciclistas la posibilidad de recorrer la campiña y ahora mejor que nunca, dada la minimización del tráfico. El aire es limpio, el azul del cielo infunde tranquilidad y el verde del campo trasmite frescura. Poco más se podría pedir.

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