Franco en Jerez, en una imagen histórica.
Franco en Jerez, en una imagen histórica.

El pulso que mantiene la familia Franco con el Gobierno para que los restos del dictador sigan en el Valle de los Caídos o, de exhumarse, que reposen en la catedral de la Almudena, supone un desprecio a cientos de miles de sus víctimas y a toda la gente de bien. También resulta escandaloso que la Iglesia Católica (la misma que en algunas diócesis encubre a curas pedófilos y que en otro tiempo paseó al Caudillo bajo palio) no se oponga radicalmente a la inhumación de la momia del dictador en un lugar de tanta significación para la comunidad cristiana. Sería una gran oportunidad para cerrar su propia transición y abrazar la democracia purgando sus “pecados” del pasado.

Los años de Gobierno de Felipe González no sirvieron para acabar con la inmunidad de tantos cómplices y sicarios del  franquismo, y ni siquiera para en el plano simbólico avanzar en la recuperación de la memoria de las víctimas. Tampoco se hizo la suficiente pedagogía para ilustrar a los jóvenes de lo que significó aquel régimen cruel, del porqué del golpe de estado de julio de 1936 y de la guerra posterior. Luego los gobiernos del carpetovetónico PP no solo despreciaron a las víctimas de Franco, y boicotearon la Ley de Memoria Histórica del Presidente Zapatero, sino que procuraron echar  más tierra encima a los cientos de fosas que esconden los episodios más repugnantes de nuestra historia.

Esa falta de determinación por divulgar la verdad, especialmente en nuestras escuelas, y ese empeño por mantener el pacto del “todo atado y bien atado” que significó en parte la in-modélica transición, es lo que hoy  provoca este bochorno nacional y que seamos el  hazmerreír de muchas democracias del mundo. Si se hubiese hecho pedagogía de esa etapa negra de España, no estaríamos reivindicando justicia y reparación para las víctimas  y, posiblemente, los huesos del dictador estarían en ninguna parte como los de Hitler y Mussolini. Y eso es demérito de los gobiernos socialistas de entonces  y de toda la izquierda en su conjunto  por no incluir en su agenda política, con la suficiente contundencia, la anomalía histórica del Valle de los Caídos.

El franquismo no ha dejado de estar presente después de la desaparición del dictador, y los negacionistas y apologetas lo han seguido exaltando como el régimen que nos libró del comunismo, aportó estabilidad económica y calidad de vida a los españoles

El franquismo no ha dejado de estar presente después de la desaparición del dictador, y los negacionistas y apologetas lo han seguido exaltando como el régimen que nos libró del comunismo, aportó estabilidad económica y calidad de vida a los españoles y “40 años de Paz”. Ya es hora de explicar, como una cuestión de Estado, que esos años de “paz” fueron de los cementerios; que la guerra civil no fue un conflicto entre dos bandos, sino la consecuencia de un golpe fallido de una parte del ejército que se sublevó y otra que luchó defendiendo la legalidad republicana; que la dictadura fue corrupta hasta el tuétano y que tras la victoria fascista se produjo un brutal ensañamiento contra   los vencidos  que  Franco ejecutó si piedad, “por Dios y por España”,  hasta ser desenchufado el 20 de noviembre de 1975.

El Presidente Sánchez y su Gobierno se han propuesto, por fin, poner algunas cosas que manchan nuestra democracia en su sitio, y la de mayor carga simbólica es sacar del Valle de los Caídos los restos del  dictador que, de forma infame, reposan junto a sus víctimas en un mausoleo que se hizo construir con el trabajo esclavo de presos republicanos. No le está resultando fácil,  porque la derecha española – que no es homologable a la del resto de países de Europa- se siente heredera del franquismo y no le está facilitando la tarea, y  porque,  como ha quedado dicho, una parte sustancial de la sociedad español desconoce, desde una inducida ignorancia,  hasta qué punto fueron letales los cuarenta años de dictadura.

El 19 de  julio de 2016, coincidiendo con el 80º aniversario de la toma de Jerez por el comandante rebelde Salvador de Arizón Mejías,  presenté el documental María. Memoria de una niña de la guerra en el que cuento los recuerdos de la infancia y adolescencia de mi madre, que siendo una niña de 9 años vivió aquel día trágico del golpe  militar y  padeció los horrores del miedo, del frio y del hambre  mientras el ejército rebelde y las facciones falangistas –con la complicidad de la iglesia católica y el apoyo financiero  de la derecha agraria- asesinaban o hacían desaparecer en Jerez a cientos de inocentes, de los cuales 381 nombres ya se han documentado por distintas investigaciones de asociaciones memorialistas.

La mayor sorpresa que me produjo la presentación pública de ese trabajo fue comprobar que muchos jóvenes presentes en la sala desconocían que sus abuelos y abuelas pasaron por el mismo trance que María;  que pasaron necesidades extremas y que entonces las mujeres podían ser violadas, rapadas y fusiladas si más requisitos que el ser señaladas por un dedo fascista y acusadas de  tener  un novio, padre o hermano comprometido con los valores de la República.  Algunos de esos chavales  me  dieron las gracias tras la proyección y yo les remití, con urgencia, a mantener una charla con sus mayores. Ese fue el verdadero éxito de mi documental que, modestamente, ofrezco a todos los profesores y profesoras de historia para que lo debatan con sus alumnos. Estoy convencido de que reflexionando sobre las vivencias de Maria comprobarán que no son, como intenta ningunear Pablo Casado, “historias del abuelo” o de la abuela, sino de una España  cuya democracia hoy se revitalizaría si los restos del tirano se alojasen en tierra anónima y los de sus víctimas afloraran de las cunetas y reposaran, para siempre, en los cementerios de la dignidad.

(Si te interesa, aquí puedes ver una versión con subtítulos del documental María. Memoria de una niña de la guerra)

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