Manifestación de olivareros en Madrid. FOTO: UPA
Manifestación de olivareros en Madrid. FOTO: UPA

Pituffo Gruñón y Pituffina me visitaron de nuevo. Como sigo convaleciente, achaques de mi vejez de 45 años, y además era mi cumpleaños, tuvieron a bien venir a mi casa con un regalo y una magnífica tarta obra de Pituffo Pastelero, que también los acompañaba en la visita.

—Espero que te guste y, sobre todo, que no lo tengas ya -comentó con su dulce voz Pituffina.

—¡Genial, gracias chicos! Y tranquila, no lo tengo -le respondí feliz por añadir un nuevo cómic a mi biblioteca.

Cualquier día se hundirá el piso con tantos libros -protestó Gruñón observando mis abarrotadas estanterías.

—Por cierto, antes de venir nos hemos tomado un batido -Pituffina era experta en cambiar de tema cuando Gruñón mostraba su encanto habitual.

—Hemos echado un buen rato, sobre todo escuchando a la camareras quejarse porque hacía dos meses que no les pagaban…

—Nos ha dado mucha lástima. ¿El no pagar a los trabajadores, es algo habitual por aquí? -Pastelero salía poco de la aldea pituffa, hecho que corroboraban sus preguntas inocentes.

—Pues desde hace unos años parece que sí.

Gruñón retomó su tono habitual, más elevado y enfadado que el del resto de sus compañeros azules.

—Pero si contratas a alguien, ¿no se supone que debes pagarle?

—Debería ser así Pituffina, pero es obvio que algunos empresarios no lo tienen tan claro. Incluso tengo la sensación de que está más extendido en aquellas empresas cuyas trabajadores y trabajadoras forman parte de los colectivos más vulnerables.

—¿Qué quieres decir?

¡Que algunos piensan que los pobres no comen! Quizás creen que, como están acostumbrados a vivir sin un duro, el hecho de no pagarles no es tan grave. -Gruñón se adelantó a mi respuesta, pero como su sentencia calcaba mi forma de pensar, no me importó.

—¿Y las leyes lo permiten?

Pastelero -intervine de nuevo- te sorprenderías de lo que la “supuesta justicia” permite. Siempre hay resquicios que defienden a los poderosos. Para considerar el impago de una empresa, los empleados tienen que pasar varios meses sin cobrar. Cuando eso ocurre, el trabajador se ve entonces en la difícil situación de denunciar o mantener su puesto de trabajo suplicando a la “caridad” de sus jefes. Una frase muy repetida en nuestra sociedad es que hay que dar gracias por tener trabajo. Este mantra es algo ridículo puesto que el trabajo es un derecho reconocido en la, para otras cosas, sacrosanta Constitución. Frases así conllevan que el trabajador con pocos recursos tenga dificultades para denunciar esta situación. Está feo habiendo tanta gente deseando ocupar su puesto sin quejarse.

—Y muchos empresarios sin escrúpulos lo saben y se aprovechan de ello -apostilló Gruñón. El otro día oí a un tertuliano defender que la subida del SMI era injusta ¡porque prohibía trabajar a aquellos dispuestos a hacerlo por menos dinero! Dicho queda, con un par... A ver si os enteráis que trabajar 40 horas semanales, normalmente incluso más, por menos de 950 euros al mes se llama ESCLAVITUD. Ni con este nuevo aumento -imaginad cuando estaba en 700- alguien puede vivir dignamente. Un trabajo cuyo sueldo no te saca de la pobreza no es un trabajo justo ni digno.Y que quede claro, cuando hablo de empresas no me refiero a los pequeños empresarios que son los primeros perjudicados cuando sus negocios tienen deudas. Para mí estos son trabajadores aún más maltratados si cabe, puesto que a ellos sí se les bombardea con todo tipo de impuestos y, por si fuera poco, no pueden contar con los subterfugios legales a los que los abogados de empresas mayores se agarran.

—Tienes razón -le dije a Gruñón-. Un ejemplo de lo que comentas son las quejas del sector agrario en los últimas semanas. Quejas que algunos inútiles, incluidos algunos vividores del cuento miembros del partido del presidente de gobierno, aprovechan para cuestionar la subida del salario mínimo.

—Exacto. Esta misma mañana, en otra tertulia televisiva, un señor llamado Pedro Barato, presidente de Asaja (Asociación Española de Jóvenes Agricultores), organización por cierto poco sospechosa de ser revolucionaria y bolivariana, afirmaba que sus protestas no iban contra la subida del SMI sino que se dirigían a la situación tan “paradójica” por la que un producto se paga a los agricultores a un precio que después aumenta exponencialmente su valor cuando los consumidores lo compramos. Argumentaba el entrevistado que lo más justo sería que sobre el precio final del producto, un tercio fuera para los agricultores, otro para intermediarios y el tercero para quien lo vende.

—Eso parece razonable, ¿por qué no se lleva a cabo?

—Entre otras razones porque las grandes empresas y superficies reducirían los ingentes beneficios de sus accionistas. Durante años se está intentando acabar con el pequeño comercio en pos de inmensas superficies que acogen las mismas tiendas y que se reparten a diestro y siniestro por nuestras bonitas ciudades.

Un breve silencio nos otorgó la pausa necesaria para enfatizar más aún nuestra indignación.

Es lamentable cómo habéis dejado pisotear vuestros derechos con la excusa de hacer esfuerzos para salir de una crisis, sin daros cuenta de que erais los únicos que pagabais el pato con vuestro sufrimiento. ¡Ah! Y mejor dejemos para otro día conceptos como el de “horas extras” a las cuales ya se renuncia por sistema.

—Lo más grave -prosigo yo con lo que hace rato se había convertido en un discurso a dos- es que son las administraciones públicas las que licitan a empresas con denuncias por impago o que ofertan sus servicios tan a la baja que es obvio que, antes o después, sus trabajadores tendrán problemas. Solo en en estas últimas semanas me consta que limpiadoras de colegios y otros centros públicos de Cádiz y San Fernando protestan porque hace varios meses que no cobran. Y no son ni serán las únicas. Por desgracia, casi todas las semanas encontramos quejas de este tipo.

—Y, como dices, no es nuevo. Hace un par de años recuerdo a las trabajadoras de una residencia de ancianos en Chiclana que llevaban meses sin cobrar mientras su empresa abría nuevos centros licitados con la Junta de Andalucía gobernada entonces por Susana Díaz. Y así me puedo llevar horas.

—¿Cómo es eso? ¿Unos podemitas como vosotros rajando de gobiernos de Podemos y PSOE? -Pituffina recurrió a la ironía mientras guiñaba el ojo izquierdo.

—Tengo la sensación, amiga mía, que esta mala costumbre la tienen casi todos…

—Y si no es así que se pongan las pilas y acaben YA con esas situaciones. Después de casi cinco años en el cargo creo que ya han tenido tiempo para terminar con semejantes prácticas.

—Cuidado, Ruffo -dijo Gruñón- que después te tachan de demagogo.

—Sabes tú lo que me importan los comentarios de algunos. Ya me conoces, me encanta provocarlos, observar cómo pierden los papeles y verlos echar su bilis.

—Pues entonces, la semana pasada disfrutaste tela…- comentó Pituffina dibujando una sonrisa en sus labios.

—Como un niño pequeño el día de Reyes...

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