Concentración en protesta por el asesinato de Samuel en Cádiz.
Concentración en protesta por el asesinato de Samuel en Cádiz. GERMÁN MESA

O el primer negro. O el primer mena. O el primer rojo. O el primer homosexual. Qué más da. La línea ya se ha traspasado. Estamos en 2021 pero cada vez son más los que quieren  vivir con la moral y las reglas del siglo XV. Si por ellos fuera reinarían los Reyes Católicos y se produciría otra expulsión de judíos y árabes; la Inquisición, con Torquemada al frente, impartiría justicia sobre brujas feministas, poseídos ateos e invertidos lgtbi; las hogueras volverían a arder, ya fuese para quemar libros o personas. Bienvenidos a la Edad Media.

Lo peor de todo es que, desde hace unos años, los que comparten esta ideología tienen en las instituciones y medios de comunicación quienes defienden sus ideas y se sienten legitimados para berrearlas. Curiosamente, a los que denuncian la expansión peligrosa de estos neardentales los llaman —tiene huevos la cosa— intolerantes y, desde los partidos políticos que les representan, les amenazan con querellas o animan a sus legionarios a mostrar su rechazo. Si entre ellos hay exaltados que utilizan la violencia, mala suerte. Y así es como han regresado los ¡Arriba España!, los ¡vuélvete a tu país! y los ¡maricón de mierda!. Paso a paso avanzan traspasando las líneas. El otro día, en Sevilla, mi pitufita mayor me contaba cómo, en las celebraciones del Orgullo, había un grupo de ¡adolescentes! que, vestidos con la camiseta de la selección nacional de fútbol, los insultaba y amenazaba agitando la supuesta bandera de todos, la rojigualda. Las semillas del odio están dando sus frutos.

Y de los gritos se pasa a las hostias. Y de las hostias a los asesinatos. Y si no que se lo digan a Samuel Luiz y su familia. Ya hay muertos, se veía venir. Esos que hablan tanto de asesinos terroristas —a pesar de que hace más de once años de la última víctima mortal de aquellos cabrones— ahora se esconden cobardemente mientras condenan, con la boca pequeña, las muertes de mujeres que se suceden casi a diario o las agresiones homófobas. Son los mismos que en sus carteles incitan al odio falseando la realidad, son los mismos que se preguntan por qué los gays celebran el día de San Valentín, si lo suyo es solo vicio. Son los mismos que insultan a una edil musulmana en Ceuta. Y los que los apoyan en las urnas, lo saben y por tanto, deben compartir sus opiniones.

Amparados por millones de votos y escondidos cobardemente entre sus banderas, extienden su odio por el mundo. No es solamente una cuestión española. La semana pasada las cabezas visibles de la extrema derecha europea, parapetados tras una protesta contra la actual UE, daban apoyo a su compañero Orbán y sus políticas nazis anti LGTBI. Pero, tristemente, sí hay una característica española que nos diferencia. Lo que nos hace distintos en la “piel de toro” es que la derecha alemana o francesa no existe en nuestro país. Los pactos con la extrema derecha se han convertido aquí en cotidianos y para justificarlos hay que minimizar sus vomitivos discursos. “No son malos chicos, quizás un poco exagerados”. Y si para justificar nuestro colegueo hace falta tergiversar la historia, tal como hizo el otro día un desesperado Pablo Casado, pues se hace. ¡Qué poco le duró su discurso de la última moción de censura!

Llegados a este punto, quizás haya que entender que el problema no está en su tejado. Está en el nuestro. Mientras muchos de los que dicen estar a este lado se pongan de perfil, ellos seguirán ganando terreno. No se trata de ideología, ni de libertad de expresión, como señaló un juez recientemente. Tras esas ideas hay personas, hombres y mujeres, que imponen como única opción viable su visión. Y si hay que defenderla enviando a sus cachorros violentos, lo harán. Ellos definen quién es patriota, buen padre, buena madre, cuál es la familia correcta y quién puede amar y quién no.  Si los que no piensan como ellos ganan elecciones, entonces el gobierno es ilegítimo y un golpe de estado está justificado. Ya lo hicieron en el pasado y volverán a hacerlo. Solamente necesitan tiempo y votos. Avisados estamos.

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