Vacunación en una imagen de archivo.
Vacunación en una imagen de archivo.

4 de septiembre, la Junta de Andalucía anuncia que la vacuna para el Covid-19 llegará en diciembre y se pondrá en el propio domicilio. 7 de septiembre, el Gobierno, en voz del propio ministro Illa, estima también que la vacuna llegará en diciembre. ¡Vamos, anímense! No hace falta ser un mal escritor, como el que redacta estas letras, para prever el siguiente giro del destino. Efectivamente, ayer mismo los responsables de la vacuna de Oxford detienen las pruebas al detectar una grave reacción en uno de los voluntarios que podría deberse al tratamiento.

Normal, nada que cualquier persona no fuese capaz de anticipar. Desde el principio, todos los estamentos científicos han anunciado que la creación de una vacuna tarda, aproximadamente, unos cinco años de media. Pero los pobres investigadores no contaban con la presión de los responsables políticos y económicos que pretenden obtener una cura milagrosa en meses. El hecho de detectar y testar efectos secundarios está dentro del protocolo básico de creación de una vacuna y el detener las pruebas nos demuestra que, al menos en lo que respecta a estas empresas farmacéuticas, no estamos en manos de irresponsables. Pero todo cambia cuando miramos a nuestros gobiernos. La excusa del hecho inesperado que utilizaban en marzo ahora ya no sirve y, ante esto, solo caben dos opciones:

1. Trabajar todos juntos, con el propósito de establecer protocolos y medios dotados del presupuesto necesario…

2. O comportarse como españoles tradicionales e intentar sacar rédito político confiados en que, pase lo que pase, nunca tendrá consecuencias graves para ellos y sus privilegios. A lo más, sacrificarán a unos cuantos de los suyos que ya no sirvan y a seguir.

Pues sí, todos, los de un bando y los del otro, se decidieron por la segunda opción. Hoy, tenemos a los educadores indignados y a los sanitarios quemados ante esta segunda ola. En la educación, por mucho que el ínclito Imbroda tenga la desvergüenza de pedir a sus trabajadores fe e ilusión, nos enfrentamos a una vuelta al colegio kamikaze. Tanto Gobierno central como Junta tienen la desfachatez de afirmar que los colegios son zonas seguras, algo a todas luces ridículo y sin sentido como denuncié en el artículo anterior. Si la Fuerza no lo remedia —perdonad el recurso a Star Wars, pero es mi única fe declarada—, nos asomamos a un abismo de contagios sin medidas reales ni los refuerzos prometidos. Repiten los mismos errores hasta el punto de volver a tener que poner el foco en las residencias de ancianos. ¿Es impresión mía o compartís la idea de que las personas mayores solo importan si colapsan el sistema sanitario? De su bienestar y calidad de vida ya hablamos otro día que hay que pagar demasiadas jubilaciones. ¿Ineptos o nazis? Por favor, sacadme de la duda.

La única estrategia en la situación actual parece consistir en aguantar como se pueda hasta diciembre, fecha en la que los gurús de turno predicen, consultando el horóscopo, que tendremos una vacuna segura. Pues en diciembre, señor Sánchez y señor Moreno, se va a poner la vacuna un guardia. En estas condiciones rezan hasta los ateos.

Tiempo han tenido para asegurar en lo medida de lo posible el regreso a las escuelas y arreglar el devastado sistema sanitario. ¿Han hecho algo? Solo palabrería perdida tras cifras mareantes y promesas que no cumplen. Los sanitarios, maestros y demás trabajadores se enfrentan a un virus letal con una única arma, su profesionalidad, mientras que nuestros privilegiados gobernantes —o sea, más de la mitad de nuestros políticos— disfrutan de amplios despachos en los que cabrían aulas enteras de primaria guardando las pertinentes distancias. Saben que cuentan con una sociedad adormecida que traga con cualquier escándalo mientras el domingo haya Liga de fútbol. Poco cabrea un rey con millones en paraísos fiscales; unos partidos políticos que van de escándalo en escándalo sin consecuencias —ahora toca la Kitchen, en España hay más casos de casos de corrupción y abuso de poder que series en Netflix—; tampoco importa tener la tasa de paro más alta de Europa, una crisis económica galopante o una pandemia muy mal gestionada.

A veces reconozco que el Pituffo Oscuro que hay en mi interior mira con envidia a países vecinos. Todos tienen problemas, pero no cabe duda que la manera de afrontar esta emergencia ha sido mucho mejor que la nuestra. De Portugal, me gusta tanto su Gobierno como la disposición de una oposición que se puso a disposición de su presidente. De Italia no se puede negar que parece haber afrontado bastante mejor esta segunda ola de la pandemia gracias una desescalada mucho más lógica que la nuestra. Con Alemania, mejor no compararnos porque, menos en horas de sol, nos ganan en todo. Y de Francia… Oh là là! pues de Francia envidio que sacaron las guillotinas a tiempo.

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