Restos de una patera en la costa de Cádiz, en una imagen de archivo.
Restos de una patera en la costa de Cádiz, en una imagen de archivo. JUAN CARLOS TORO

Madrugada del 25 de diciembre de 2020. Un niño ha nacido. Su madre, Maryam, ha tenido que soportar los dolores de parto acunada por las olas que empujaban su patera. ¡Es un milagro!, repiten sus desesperados compañeros de viaje. Horas más tarde, aún de noche, su destartalado barco arriba a la playa de la Cortadura. Bienvenidos al primer mundo. Ansiosos por abrir su regalo, los pobres inmigrantes salen corriendo nada más poner pie en tierra, mientras la madre, con su recién parido hijo en brazos, cae desfallecida en la arena. 

Minutos más tarde, una patrulla policial (“en esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche”. Lucas 2:8), se encontró con una insólita imagen: una madre tendida en la playa, apoyada en la patera de madera encallada en la arena, intentaba hacer entrar en calor a su hijo recién nacido (“Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Lucas 2:12). En su misión a vida o muerte, un par de perros callejeros se habían prestado como salvadoras mantas animales. Todo para llevar calor al pequeño. Mientras tanto, en la oscuridad de la noche, resplandecía el foco de lo que parecía una gran estrella lejana (“Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo”. Mateo 2:10), aunque en realidad sólo era la conjunción visual de Saturno y Júpiter.

¿Pero qué más da si la luz era una señal divina o el puro azar de las órbitas planetarias? Aquella postal, aunque dura, no podía ser más maravillosa: la vida se abría camino para traer a este mundo un mensaje de esperanza. Aparecieron entonces tres magas con una estrella roja como distintivo. Con su magia, trajeron al niño y a su madre el hermoso regalo de la supervivencia en aquellas primeras horas tan duras. Más tarde, y durante el trayecto al hospital, Maryam le dijo a una de ellas, llamada Belén, que esta era la tercera vez que había intentado llegar al nuevo mundo escapando de la pobreza y la guerra, pero siempre le habían negado el paso.

— Ha sido él- le dijo a su ángel rescatador refiriéndose al niño-, este niño será alguien especial. Su nombre es Yeshúa.

Desgraciadamente, el poder divino que acompañó al pequeño esa maravillosa noche se acabó. O quizás estaba escrito así.  A los pocos días de la llegada a su nuevo país, su madre fallecerá y Yeshúa se convertirá en un mena. Su infancia será dura y la vida en los centros de menores no será fácil. A pesar de ser español, nacido en las aguas de la Bahía, muchos de sus compatriotas nunca lo tratarán como igual. Sus rasgos y su situación social lo catalogarán de inmediato y, aunque  la gran mayoría de los jóvenes en su situación nunca dará problemas, una parte amplia de los españoles le insultará y le dará de lado. Los jóvenes como Yoshúa siempre serán el blanco fácil de las consignas de la extrema derecha, bandera en mano (“ninguno de los menas que roban, que agreden o que violan en la Casa de Campo de Madrid o en el resto de ciudades españolas han venido a aportar nada a España”. Santiago Abascal, 16-12-2020).

Lo más curioso para Yoshúa, resultaría hasta cómico si no fuera por las consecuencias, será comprobar cómo una buena parte de las personas más religiosas, los mismos que en sus misas y catequesis hablan de amar al prójimo y de la hermandad entre los seres humanos, serán los más duros en sus ataques.  (“Que Dios les bendiga y que Dios bendiga a nuestra patria, España”. Ignacio Garriga, diputado de Vox, 21-10-2020)

Yoshúa no entendía nada, menos aún cuando un día decidió leer el libro sagrado al que veneraban los primeros y mejores españoles ("El extranjero que resida con vosotros os será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”. Levítico 19:34).

De mayor, conseguirá estudiar gracias a que en este país aún habrá colegios públicos, pocos eso sí, donde no se excluye a nadie por sus orígenes o apellidos. Sus buenas notas y su carisma especial harán de Yoshúa un activista de gran popularidad. Siempre ayudando a los más débiles, siempre luchando por un mundo mejor. Podría ganar mucho dinero pero nunca cederá a la tentación. Hay quien dice que incluso el mismo diablo fracasará al seducirle. Yoshúa aprenderá que la sonrisa inocente de un niño, cuando aún las clasistas ideas de esta sociedad no lo han pervertido, no tendrá precio… y todos hemos sido niños.

(“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14)

Yoshúa nunca sentirá odio, sin embargo, sus enemigos rabiarán nada más oír su nombre. Al principio lo tratarán como a un utópico, después como a un demagogo y, tras un incidente en un desahucio, le colgarán la etiqueta de violento. Ese día Yoshúa defenderá enérgicamente a una familia que iba a ser expulsada de su casa, pues la propiedad de la misma pertenecía a la Santa Madre Iglesia. Yoshúa ofrecerá resistencia y entonces será arrestado y llevado a prisión. Lo condenarán por desobediencia a la autoridad e injurias a la corona.

(“Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. Y les enseñaba, diciendo: No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han hecho cueva de ladrones”. Mateo 11:15-18)

A los 33 años será asesinado, como otros que, en el pasado, en el presente o en el futuro, lucharán por la paz. De su muerte se culpará, como tantas veces, a un loco admirador llamado Judas; pero no serán pocos los que asegurarán que los poderosos pusieron precio a su cabeza: 30 millones de euros. Los mismos poderosos que muchos años después, siglos incluso, y ante el carácter reivindicativo, casi divino de su figura, lo abrazarán como propio y prostituirán su bello mensaje.

Colorín, colorado.

Por cierto, este Pituffo Gruñón jamás entenderá cómo quien se diga cristiano es capaz de  distinguir entre personas legales e ilegales. Si Jesús volviera a nacer, creo que todos tenemos claro qué pasaría con él y quién lo traicionaría, ¿verdad?  Pues eso...

Feliz Navidad a todos. También a vosotros, los de bandera, misa y voto a la extrema derecha. Os pediría que de vuestra visión cuasifascista de la vida, al menos alejéis a un icono tan bello. Por favor, hacéoslo mirar.

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