Una muestra de test de coronavirus - ONU-LOEY FELIPE
Una muestra de test de coronavirus - ONU-LOEY FELIPE

Mi amigo, Pituffo Gruñón, me ha cedido estas líneas. Le expliqué mi problema y me propuso contarlo aquí, a ver si alguien puede ayudarme a resolverlo. Es complicado, aunque debo aclarar que yo soy de letras, bueno más bien de la hace años conocida como opción de letras mixtas, por lo que la resolución de problemas nunca ha sido mi fuerte.

Según dictaminaron el Ministerio de Sanidad y la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía lo más pertinente en estos meses de pandemia era proteger a las denominadas personas de riesgo. Entiendo que para estos señores y señoras, dentro de tal grupo deben incluirse mi padre y mi madre, con 85 y 81 años, respectivamente. Más aún si les cuento que el primero ha sido diagnosticado de Alzheimer y la segunda es enferma oncológica. Ambos viven con nosotros, junto mi mujer, mis dos hijas, nuestro querido perro Hugo y un servidor que, para unirme a la fiesta, acredito desde hace años una minusvalía del 75%. Pues bien, cuando allá por el mes de marzo se decretó el estado de alarma, nos confinamos todos en nuestro bonito piso VPO de 72 metros cuadrados. No digo esto como queja. Esa casa es el sitio donde más feliz he sido en la vida y les prometo que no es porque en mis otros lugares de residencia, seis creo recordar, haya sido infeliz, más bien todo lo contrario.

Prosigo, las normas impuestas por entonces me parecían apropiadas. Nos decían que los niños y jóvenes no acudían a sus clases diarias para evitar que se contagiaran y a la vez hicieran lo propio con sus mayores. Que yo recuerde, los colegios fueron lo primero que cerraron. Perfecto. La lógica impera. El presidente Sánchez, el ministro Illa y el doctor Fernando Simón toman las riendas. Con sus fallos, muchos y ya detallados por mi amigo Gruñón, se enfrentan a algo inesperado con una escasa, más bien nula, ayuda de los partidos de la oposición.

Llegamos a mayo y junio, los contagios gracias al confinamiento se reducen, al igual que los hospitalizados y fallecidos. Lloramos la tragedia. No hay vuelta de los niños al colegio, aún hay riesgo. Llega la desescalada, cogen las riendas las autoridades autonómicas. Algunas de ellas hablan de trato desigual e incluso de pérdida de libertades. Curiosamente, siempre se quejan las más ricas, Madrid y Cataluña. Ayuso y Torra. Torra y Ayuso. Como Isabel y Fernando, tanto monta, monta tanto.

Bienvenidos a septiembre. Tres meses para trabajar y mejorar las infraestructuras de una sanidad maltratada y que aún así nos ha salvado nuestro bonito culo. El de todos, también el de aquellos que, a pesar de su desprecio por lo público y sus anticuerpos españoles, se contagian como el resto. Tres meses para arreglar el desastre de las residencias de ancianos, muchas de ellas privadas y especuladas por fondos de inversión. Nada de nada. Tres meses para preparar la vuelta al colegio con una educación pública fortalecida y con una ratio acorde a estos tiempos. Tampoco. En Andalucía, donde resido, vivo y siento, nuestra Junta destaca por su labor de propaganda. La realidad es un drama, cruzad los dedos.

Y ahora viene mi problema. Seguro que el señor Imbroda o el señor Aguirre pueden ayudarme. También podrían resolver la ecuación el señor Fernando Simón, el ministro Illa e incluso el presidente “encantado de conocerme” Sánchez. Por una parte, mi hija de trece años debe volver al instituto. Usa el transporte público para asistir. Un autobús abarrotado de gente porque redujeron la frecuencia de paso. Por otra, mi esposa es profesora de Pedagogía Terapéutica en un Centro de Educación Infantil y Primaria. A ella , como al resto del profesorado, le hacen unas pruebas serológicas de escasa fiabilidad para detectar el virus. El día de los test tienen a todos sus colegas de profesión haciendo colas de dos horas. Todos los maestros al mismo lugar, como ganado. Las únicas medidas son mascarillas, gel… y la ilusión de Imbroda. Imagino que en estos tiempos de pandemia era mejor citar a cientos de maestros en un mismo lugar que mandar a los sanitarios a hacer la prueba a los colegios, sin colas ni aglomeraciones. ¿Pero qué digo? ¡Qué sabrá un tipo como yo ante las clarividentes mentes pensantes de nuestros amados gobernantes!.

Día 10, vuelta al cole y los primeros días en el colegio de mi compañera no van los servicios de limpieza. Me agobio, veo en las noticias que los casos aumentan en toda España, también en Andalucía y en nuestra provincia. ¡Oh, tampoco lo esperaban! Los maestros se comen el marrón —al igual que los sanitarios— y a los padres y madres se les amenaza con expedientes de absentismo. “Los niños deben socializarse, ellos corren poco peligro aunque transmitan el virus; a los que hay que aislar es a los abuelos”. Y aquí llega mi problema: díganme ustedes cómo demonios lo hacemos. Hasta hemos intentado crear en casa unos de esos protocolos covid: flechas para un lado, flechas para otro, baño burbuja… pero nada, no hay manera. Es muy complicado mantener las distancias y las cuidadoras, mi mujer e hijas, pueden contagiarse en cualquier momento. En apenas días, he perdido la cuenta del número de incidencias y aislamientos que se han producido en los colegios.

No me malinterpreten, cuento este caso considerándonos, a mi familia y a mí, unos privilegiados. No me imagino cómo debe ser una situación parecida en una casa con escasos recursos. Después, algunos desgraciados hablan de paguita. Una “paguita”, que para colmo, solo llega a un porcentaje ínfimo de necesitados. Tengo la sensación que a muchos les produce arcadas cualquier ley que nos ayude a ser mejor sociedad, más avanzada, más igualitaria. Un momento, se me ocurre una solución, comprar dos trajes de astronautas para mis padres que yo, más rellenito, me cubriré con papel de burbujas. Así, cuando mi mujer y mis hijas regresen diariamente a casa me aseguro de que no nos contagien, aunque ahora caigo que tampoco sirve, mi perro Hugo se pasaría el día persiguiéndome, le encanta el papel de burbujas.

Pues nada, así estamos. Algunos dicen que lo que prima es la economía. Lo entiendo, pero lo más urgente durante esos tres meses era reforzar la sanidad y la educación. Sin ellas no hay nada. Una economía con hospitales saturados y miles de muertos no creo que vaya a mejorar mucho. ¡Ah!, se me ocurre otra idea, ¡cerrar los ojos y rezar! Pero que sepan que no suplico una vacuna, pido una invasión alienígena. Dicen que quizás en Venus haya vida; debemos poner en ello todas nuestras esperanzas. Si es inteligente, será la única en el Sistema Solar.

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