'Carroñavirus'

¿Se puede saber qué haces aquí? ¿De dónde vienes? ¿Tienes fiebre? ¿Has estado en China últimamente? ¿Tienes un amigo chino… o italiano?

El coronavirus.
El coronavirus.

La aldea Pituffa permanecía en silencio. El bucólico ambiente que caracteriza aquel bello paraje se había transformado en una tranquilidad inquietante, solo rota por los sonidos propios del bosque. Ni rastro del bullicio cotidiano, lleno de vida, tan característico del poblado de mis queridos amigos azules. Extrañado, me dirigí al hogar de Gruñón. Llamé a la puerta y, tras un buen rato de espera, una voz susurrante me advirtió de la inutilidad de mi acción.

—No insistas, no hay nadie.

Me giré para comprobar, sorprendido, cómo se dirigía a mí con una pequeña mascarilla que le tapaba la boca.

Lo siento, no puedo acercarme más. ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿De dónde vienes? ¿Tienes fiebre? ¿Has estado en China últimamente? ¿Tienes un amigo chino… o italiano?

No daba crédito. Nunca pensé que la histeria del coñazovirus hubiera llegado hasta aquí.

—No seas pesado, Hipocondríaco.

La voz de mi buen amigo llegó hasta mis oídos para tranquilizarme.

Gruñón, ¡qué susto me has dado! Ya creía que…

—… que me estaba muriendo en un hospital… ¿Tú también? Anda pasa, a ver si logramos escapar de esta ida de olla.

Nos adentramos en su casa mientras Hipocondríaco se quedaba fuera, recibiendo el portazo de Gruñón a pocos metros de su cara tapada.

—¿Nunca os cansáis los humanos de hacer el imbécil?- preguntó mientras sacaba un jugo de cerezas y un par de vasos.

—No puedo creer que esta psicosis haya llegado hasta aquí.

Vuestra idiotez resulta cada vez más contagiosa. Y a pesar de todo debo reconocer -dijo mientras servía la bebida- que la idea me resulta atractiva. La naturaleza defendiéndose de vuestros continuos ataques… lástima que solo sea una curiosa distopía.

Había que reconocer que el comentario sarcástico de Gruñón escondía algo de justicia poética.

—¿No te da miedo nada de lo que está ocurriendo?

—Me da miedo vuestra ignorancia y vuestra involución -sentenció categórico-. ¿Sabes? El otro día estuve viendo la saga de El planeta de los simios. Resultó curioso ver cómo se rebelaba ese chimpancé llamado César. -Hago aquí un paréntesis para evitar susceptibilidades. El nombre del simio es casual. No hay que buscar similitudes con nadie, lo cual queda demostrado con el hecho de que, en las películas, César es un ser inteligente. Aclarado esto, prosigo-. Los monos, cansados de vuestros ataques a la naturaleza, se sublevan. No está mal.

—Aunque después repiten nuestros errores.

—Es cierto, da la impresión que la  inteligencia es derrotada casi siempre por el miedo. Ya lo advirtió el maestro Yoda en la inmortal El Imperio contraataca: “El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”. -Estás especialmente cinéfilo hoy- comenté ante tal despliegue de referencias cinematográficas.

—Siempre- asintió Gruñón-. A pesar de ello reconozco que la realidad humana, por lo general, acaba superando cualquier ficción. Ahora, vuestro egoísta primer mundo se preocupa por una enfermedad que, a día de hoy, ha provocado en Europa 3.000 contagios y que tiene una tasa de mortalidad que no llega al 1 por ciento. ¡Dios mío! ¡Vamos a morir todos!

No me queda otra que sonreír viendo a Gruñón haciéndose el histérico.

—Mientras tanto -continuó- Ébola, sida o viruela campan a sus anchas por el resto del mundo, aunque parece que, como solo mueren negros y amarillos, no es nuestro problema. 

—Y aquí nos volvemos locos por un virus cuya mortalidad es menor que la de la gripe común, que sesgó 6.000 vidas en España sin que nadie pusiera el grito en el cielo.

—Todo esto sin olvidar que la estupidez del pueblo alcanza a sus dirigentes quienes, por tontos o por demasiado listos, ayudan con sus medidas cambiantes, exageradas e inexactas a la histeria común mientras la economía y la seguridad de sus naciones se van al garete. No pasa nada, otra crisis, qué más da. Total, si la van a acabar pagando los de siempre…

—Tienes razón, Gruñón. Italia y Francia se están cubriendo de gloria. Una vez más, y no es la primera, la vieja Europa hace el ridículo.

—Pues, por una vez -contestó tras dar un trago a su jugo- y sin que sirva de precedente, he de reconocer que España, al menos de momento, lo está gestionando bien. Nuestra Sanidad, a pesar de los continuos recortes y el empeño de algunos por acabar con ella, vuelve a demostrar la importancia de contar con sistemas públicos. Escuchar a un experto como Fernando Simón, director del Centro de Emergencias Sanitarias, y no al político de turno, rebaja y mucho el grado de histeria. Solo resta que los medios de comunicación informen con la misma rigurosidad y se alejen del alarmismo y la búsqueda de audiencia a toda costa, lo cual parece menos probable.

—Crear alarma -añado- supone vía libre para aquellos que están deseando responsabilizar a los extranjeros de ser la causa de todo mal. Algunos mojarán sus sábanas blancas soñando con el cierre de fronteras. Mentirosos como Trump, Le Pen, Salvini, Abascal y toda su tropa de seguidores ya tienen abono para su asqueroso mensaje.

—El peor virus que tiene el primer mundo se llama nacionalismo extremo. La misma enfermedad que ya contagió a Europa en la primera mitad del siglo XX. No es necesario recordar cómo acabó.

He de reconocer que, por primera vez, el miedo recorrió mi cuerpo con las palabras de Gruñón. El silencio que se instaló entre ambos en los segundos que siguieron, sirvieron para calmarme y retomar la conversación.

—Pues ahora en China se reducen los casos mientras aquí aumentan.

—Comparar el proceder de China con Europa es ridículo. Nuestra mentalidad y manera de entender la sociedad está muy alejada de la visión de los países orientales.

—Y nuestro sistema sanitario también -puntualizo.

—Efectivamente, por lo que igualar ambas situaciones es ridículo. Sin embargo, el egoísmo no tiene fronteras y algunos de los que ya hemos nombrado lo saben bien. El que fuera reconocido como uno de los más importantes escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX, Jaime Gil de Biedma- fallecido a causa del SIDA en 1990- haciendo uso del lenguaje coloquial ya describía a aquellas…

“... pobres bestias que avanzan derrengándose por un camino hostil,

sin saber dónde van o quién les manda,

sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello”

—O lo que es lo mismo, tontos gritando “sálvese quién pueda”. Qué triste. Más que de Coronavirus deberíamos hablar de Carroñavirus.

Ahí las dao.

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