Almudena Grandes en una fotografía de archivo
Almudena Grandes en una fotografía de archivo

Debo comenzar estas líneas reconociendo algo que, para muchos lectores y admiradores de Almudena Grandes, será una grave falta:

Nunca he leído un libro suyo.

Semejante pecado de alguien que tiene su casa repleta de libros, solo puede excusarse en una cuestión de gustos por uno u otro género literario. Ya hace algún tiempo, dos personas a las que quiero y admiro, Merche Pons y la periodista y escritora Begoña Curiel, me enseñaron que el universo de los libros es muy amplio y que los gustos de cada cual no excluyen a la calidad pese a lo que algún clásico erudito sostenga. Con ello entendí que lo que significan para algunas personas Isabel Allende o Paulo Coelho es lo mismo que para otras, entre las que me incluyo, supone Neil Gaiman o Stephen King. Pero por encima de ese amplio abanico de preferencias, en el que todos los que nos hemos quedado hipnotizados con un libro podemos encontrarnos y dar nuestro parecer,  siempre habrá un escalón final que solo alcanzan los elegidos de la literatura universal. Es el paraíso reservado a las letras de aquellos que veneran otros  escritores de calidad y los lectores entendidos en la belleza del lenguaje. Yo no soy ni lo uno ni lo otro, pero estoy convencido, por lo que ellos dicen, de que en ese Olimpo se encuentra Almudena Grandes.

Una vez confesada mi falta, se deduce que mi respeto y admiración por esta mujer no viene por sus novelas. Que no haya tenido entre mis manos una obra suya no ha sido óbice para que haya seguido su trayectoria y disfrutado con sus artículos. Así, de ella siempre me ha atraído su rebeldía, su determinación y su visión del mundo. Almudena Grandes siempre se mantuvo enfrentada al fascismo y a los que apuestan por una sociedad de clases separadas por océanos de privilegios a los que acceden solo unos pocos. Como es normal, en alguna ocasión no he estado de acuerdo con sus opiniones, pero creo que  todos debemos reconocer que esta mujer siempre estuvo al lado de los más débiles. Su lucha, al igual que la de su marido Luis García Montero, siempre tuvo como objetivo acabar con la desigualdad y el clasismo. Ante semejante batalla, Almudena acudió siempre valiente, con sus letras y su voz como únicas armas.

Desde la distancia y como nunca la conocí personalmente, he tenido en cuenta la opinión de sus amigos cercanos para hacerme una visión de su persona. Uno de ellos es Juan José Téllez, reconocido poeta algecireño que hace tres años le hizo a este Pituffo contador de historias aficionado, el inmenso honor de presentar una de sus novelas. Téllez recuerda de su amiga su sonrisa, su compromiso, sus discusiones y sus torrijas en Semana Santa. Con este y otros retratos cercanos que he leído estos días, debo admitir que se me hace imposible relacionar a Grandes con ese odio con el que algunos- los cenutrios de siempre- han querido asociarla de la manera más cobarde.

Sin embargo, algo me dice que el desprecio de la ultraderecha y el olvido mezquino de las Ayuso de turno, harían sentirse inmensamente orgullosa a Almudena Grandes. Bravo por ella.  Basta leer el artículo tan maravilloso que le dedicó a nuestra tierra- con el título de Hoy no te lleves boquerones, chocho- para darse cuenta de que el odio  no puede arraigar en una mujer así. Desde su atalaya, Almudena Grandes era  intolerante sí, pero con aquellos que propugnan la codicia extrema y salvaje. Almudena Grandes era intransigente, también, pero su intransigencia tenía como diana las ideas de un mundo racista, machista u homófobo.

Por ello, desde el espacio de opinión de este humilde pituffo protestón que jamás  alcanzará la osadía ni la calidad de sus letras, me gustaría despedirme de esta escritora universal. Mi admiración y agradecimiento eterno a todos aquellos escritores- ya sean más o menos conocidos- que comparten su pasión por la literatura a través de sus obras. Gracias a los y las Curiel, Téllez o Grandes. Gracias a todo aquel que ame y venere el mundo de los libros.

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