A Adrián poco le gustaba el fútbol, aunque eso no le impedía cantar algún que otro gol —por mera cortesía profesional—, y más cuando el aficionando de turno lo celebraba, lastimosamente solo, ante su vaso de cerveza y unas pocas almendras. Porque a Adrián lo que le gustaban realmente eran las motos de carreras y la sonrisa de su hija.., de la que tardó en hablar. Lo hizo cuando lo vio necesario y no como esos hombres que hablan de sus hijos solamente para sentirse más hombres. Él lo desveló dos días antes de lo que despidieran.
A Mayte, en cambio, no le gustaba nada. Y lo sé porque no desaprovechaba oportunidad para decirme que “Santiago... todo es mentira”. Todo es mentira y me ponía el cortado descafeinado tan lejos de mi alcance que parecía relegarme a su conversación llena de demonios y fantasmas. Ella decía “Todo es mentira, Santiago” y hace tres meses ya que no la veo. Carmen tenía todo el cuerpo lleno de tatuajes.., tantos como viejas heridas de hombres demasiado nuevos. No supe nunca los apellidos de Jaime..., sólo que había nacido en Jerez y que moriría en Jerez. La Sole era para verla..., siempre recién preñada al mundo hasta que la vida le enseñó que hay un final para cada cosa. No me cobró el último café que me puso.
Hoy conocí a Marta.., no tendrá más de 30 años. Creo que tiene una hija que alimentar porque el nombre de Ana parece querer asomarse por la boca de su camisa remangada. Todavía conserva esa ilusión de los que se quieren comer el mundo. Se palpa en su tono de voz. Habla a golpes de voz, firmes y serenos, como si de ella dependiera su destino.., pero no es así. Su futuro, como el de tantos, ya está escrito en decenas y decenas de leyes que forjan nuestro destino.
“Tú no tendrás un trabajo fijo porque costarás mucho a la larga. Porque serás una carga para el empresario” dice una de esas leyes. “Tú cobrarás una miseria por cada hora que te partas los riñones ya que no vales el sudor ni las lágrimas que escupes”, dice otra. “Cotiza o muere”, dice otra estúpida ley. “Tú, que has nacido para trabajar, morirás trabajando”, sentencia otro de esos reglamentos. Todas así pero que ocultan estos diabólicos mensajes en elegantes y estudiadas palabras. Leyes que respaldan y promueven para los pobres ese “mañana no vengas” que abre las puertas de todos los infiernos.