El apaleo y ahorcamiento de un muñeco de Pedro Sánchez durante la Nochevieja de protestas en la calle Ferraz, frente a la sede del PSOE, es a todas luces una línea más que se cruza en el ambiente político de crispación que vive el país. Las protestas son legítimas, las manifestaciones tienen cabida y son necesarias en una democracia como la española.
Sin embargo, vítores como los escuchados en la pasada noche en Ferraz no deben valorarse solo como una anécdota. Se venía a decir que esa agresión debe llevarse a cabo con el Pedro Sánchez real.
Y todo parece tener una causa: comenzó escuchándose en el Congreso en la última legislatura que Pedro Sánchez es un presidente "ilegítimo"; Abascal vino a decir que el dirigente socialista acabará como Mussolini (es decir, colgado de los pies); y las protestas ante las sedes del PSOE toman un aire de matonismo preocupante a continuación.
Sería bueno que todos los partidos, sin excepciones, condenasen estos actos. No ocurrirá, seguramente, que se mande un mensaje común en favor de la convivencia, de rechazo de las amenazas violentas. Normalizar estos actos no hacen más que marcar nuevas líneas que se irán cruzando en el futuro. Los autores de estos hechos deben recibir, al menos, el afeamiento de los partidos políticos.
Sin entrar en catastrofismos, cada día parece más cerca el momento en que un dirigente político reciba una agresión grave. En el contexto de la investidura, el exalcalde de Sanlúcar, Víctor Mora, fue tirado al suelo y por suerte la agresión no pasó a mayores. ¿Qué pasará en el futuro?
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