Dudo sin dudar en mí.  EMILIOCASTRO
Dudo sin dudar en mí. EMILIOCASTRO

Cuando era pequeño, los domingos después de la insoportable misa de once, mientras Don Francisco interpretaba su salmodia, yo rezaba en mi interior. Lo hacía con mucha intensidad, pero Dios en su santa bondad me ignoraba. Rogaba para que el cura dijera las palabras mágicas: ¡Podéis ir en paz! Era el momento de sacudirse las rodillas (llevábamos puesta la “ropa de los domingos”, que era más sagrada que el Nuevo Testamento) y salir por piernas, eso sí, sin correr, estábamos en un templo, aunque distaba mucho de las hermosas iglesias barrocas granadinas. La parroquia de San Pío X era tan moderna como fea, un local lleno de columnas, tras las que si uno se colocaba bien, podía aguantar toda la ceremonia si verle la calva al cura.

A la salida íbamos a comprar lo que ahora se llaman chuches y entonces llamábamos golosinas. Los chavales esperábamos impacientemente nuestro turno ante el mostrador, que a esa hora estaba de bote en bote, recién terminada la misa que llamaban “de los niños”. La llamaban así porque que tenía un formato más asequible para nosotros. No me imagino cómo sería de tediosa la versión para adultos. Cuando por fin me encontraba ante el altar de las galguerías, la duda se apoderaba de mí.  Mientras todos cantaban “Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del señor”, yo había decidido qué deseaba exactamente. Pero al llegar a la tiendecilla y contemplar la variedad de dulces, mi fe basada en certezas, se tambaleaba.

Los chicles, ¿los quería de fresa normal o fresa ácida?,  y ¿por qué no probar los nuevos chupa-chups Kojak con sabor a Coca-cola? La duda también me asaltaba al tener que elegir entre el regaliz, ese fino que venía enrollado en espiral, disponible en rojo y negro, que sabían igualmente a nada, o el que se vendía en barritas duras, mucho menos elegante pero que sabía agridulce.

Ya de adulto, con muchos tiros recibidos hay muchas cosas que no me creo, mi creencia sobre un dios uno y trino, se desvaneció durante la pre adolescencia. El resto de certezas las pongo en duda. Al parecer soy un idiota con toda la cuerda dada, no tengo esa seguridad aplastante que veo en otras personas, no estoy seguro de nada, a veces ni siquiera estoy seguro del hecho de dudar.  La tortilla de patatas, mejor con cebolla, o no. Las películas con subtítulos, no dobladas, o quizá sí. Siempre me han atraído las mujeres morenas, pero las rubias… El Dry Martini agitado, no mezclado (bueno esto es una gilipollez pija de James Bond).

No es que dude de mis capacidades, pero sí de los imponderables. Dudo especialmente de aquellos que siempre lo tienen claro, de los que no dudan, de los que están muy seguros de su valía, las más de las veces bien pagados de sí mismos. Son los mismos que se trazan un plan magistral bien iluminado, casi por inspiración divina y una vez puesto en marcha, el plan ha de llevarse desde el cabo hasta el rabo. No importa si falla desde el principio, da lo mismo que cambie el entorno, la situación, la coyuntura. El plan se ejecuta apoyado en la seguridad de alguien que no demuestra inseguridad, lo que no significa que no la tenga. Hoy se ven por todas partes tipos y tipas de mármol, rebosantes de seguridad, dueños de la razón, inasequibles e impermeables a cualquier crítica.

 A este mundo no le gustan las dudas, siempre va a lo seguro, a lo ya probado. Para mucha gente, especialmente los que detentan el poder del tipo que sea, no hay nada que cambiar, todo está inventado y les va de maravilla así. El único motor que mueve el universo es la fuerza de la costumbre. Hay que hacer las cosas como se han hecho toda la vida. Hay que conservar las tradiciones, aunque sean recién inventadas. Hay que perpetuar los roles que nos han tocado a cada uno. No importa que algo no funcione, si está establecido así desde hace mucho tiempo será por algo. Por eso la injusticia, la explotación, la ignorancia, el hambre, la guerra, campan a sus anchas. Es verdad que aquí en el “mundo desarrollado”, vivimos mucho mejor que en la Edad Media, pero somos una excepción. La mayor parte del planeta no tiene acceso al agua potable, ni a la educación, ni a la escuela. Eso sí la religión nunca falta. Siempre hay un cura, un pastor, un imam, un rabino, o un neoliberal diciendo que su dios proveerá, que nos conformemos, que no nos damos cuenta de que ya vivimos en el paraíso.

No sé dónde acabará todo esto, yo como siempre tengo mis dudas. Eso sí, ahora tengo la certeza de que me gusta el regaliz con sabor a regaliz.

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