Doscientas

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)
FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)

¿Han sentido alguna vez un escalofrío al releer las palabras escritas en otro tiempo? Los que tenemos la suerte o la desgracia —a ratos lo uno y a ratos lo otro— de dedicarnos a esto de la pluma y la tecla podemos hacerlo sin demasiado esfuerzo. Hoy se produce para quien les escribe una de esas catarsis numéricas de las que les hablaba hace tres años. Ya son doscientas las columnas a las que hemos llegado en esta travesía juntos.

Cuando fueron cien hablamos de la cuenta atrás musical de los Europe y de la importancia de los algoritmos. "Nos entusiasma tanto la catarsis que estamos como locos por encontrarla; aunque sea en un cambio de cifra de nuestra edad, en el cierre de un año y hasta en el ocaso de una puesta de sol. Con el amanecer siguiente, todo puede mutar. Cuestión de números y de fe". Esto les decía entonces y ahora esas palabras tienen aún mucho más sentido. No se me ocurre un momento en el que hayamos estado más preocupados por los números y más necesitados de fe.

El 4 de marzo de 2020 se llegó a la cifra de doscientos contagiados por la Covid-19 en España. Para ese día habían muerto dos personas afectadas por la enfermedad en nuestro país. Los pacientes se multiplicaban aún a un ritmo lento y no podíamos imaginar la que se nos iba a venir encima tan solo unos días después. Comenzó la etapa más aciaga, más extraña y más imprevisible. Ese 4 de marzo llegamos a los doscientos de otra cuenta, una cuenta muy amarga que no ha parado y que amenaza con seguir segando vidas y destrozando proyectos.

"Números somos" rezaba el artículo cien, y con un dolor indescriptible hemos comprendido a zarpazos que así es. Precisamente hoy, con el lagrimal aún caliente y tembloroso por las rosas blancas que ayer simbolizaron a aquellos que perdimos. La pandemia lo ha cambiado casi todo. Nos ha cambiado a nosotros. Casi es imposible pensar en otra cosa, temer por otra cosa, soñar ni a corto plazo. Y todo ha vuelto a ser cuestión de números. Hasta las fases nos han llevado del cero al tres. Los infectados se han contado por miles y por cientos. Las comunidades tienen tasas de contagio y los rastreadores —siempre insuficientes— escudriñan los contactos de los enfermos en un radio de cincuenta. De números va también por encima de todo la economía. Y esa es, después de nuestros muertos, la parte más negra del cuento. Números somos y, por desgracia, cada vez nos salen menos las cuentas.

Nada me gustaría más, querido lector, que escribirle en otro contexto, en otra realidad y con otro ánimo. Nada me haría más feliz que hacerlo desde la normalidad perdida, desde el humilde privilegio de soñar bajito, desde la sonrisa mundana que se nos cayó hace unos meses y hoy es solo mascarilla. Si en la cien hablábamos de la necesidad de sumar juntos, en la doscientos estas palabras tienen un sentido más pleno que nunca. Para que las rosas blancas sean solo rosas blancas, para que el lagrimal vuelva a temblar por la risa, para que no nos muramos de hambre ni nos muramos a secas, para que podamos volver a soñar en precario, cuidémonos más. Para que antes de la trescientos esta jodida pesadilla haya quedado por fin en el olvido de las letras que un día releeremos. Eso sí, con un escalofrío.

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