Dos bocas y un oído: reflexiones sobre el Carnaval

El Carnaval, convertido en espectáculo y en una simple fiesta, se vacía y las sociedades se lanzan al abismo

Cerro de la Quebrada de Humahuaca, donde se celebra un tradicional Carnaval.
Cerro de la Quebrada de Humahuaca, donde se celebra un tradicional Carnaval.

Los ríos se desbordaron y las personas que celebraban el Carnaval de remache se apretaron contra la pared para no mojarse en la Quebrada. Ayer dejaba Sucre con la celebración de La Pukará, en la que las mujeres bebían chicha de una figura masculina y los varones de una vulva, la misma chicha. Nada se termina todavía hasta que la compostura llegue, el próximo fin de semana, desde que empezara en su fecha del calendario litúrgico. Asilvestrado, por más que lo hubieran intentado meter en la cárcel del tiempo, con el Miércoles de Ceniza como guardián. La ciudad de Buenos Aires recorta en Carnaval, autoriza menos eventos y los ningunea, a un Carnaval que apenas dura lo que impone el calendario litúrgico. ¿Quién gobierna? Una derecha liberticida en nombre de la libertad.

Si no fuera por el Carnaval, que ha venido manteniendo la furia de la sátira, las democracias habrían muerto ya todas y su espíritu mismo. Las dictaduras, o las libertades liberticidas, lo primero que hacen es postergar el Carnaval, en todas sus formas o versiones, a la espera de prohibirlo. Me decía hoy un taxista, hoy mismo, que la gente va al Carnaval a gastar en cerveza y luego se quejan de los precios del supermercado. No es incompatible, pensaba yo, y añado que muchas personas no beben esa cerveza condenada por el taxista ni comen más de una vez al día.

No dejan de estar las conversaciones repletas de los más diversos temas y parecería que tuviéramos dos bocas y un oído, en lugar de al revés. Hoy escuchaba a dos comentadoras de la realidad argentina que el paro obrero o la huelga es un acto de extorsión. Y sí, cuando se tienen dos bocas y un solo oído se puede afirmar tal cosa. Cuando se niega la historia o se abraza una ideología deshumanizada, porque a la deshumanización conduce la idea de que los trabajadores deban aceptarlo todo. O que las mujeres deban tomar con aquiescencia lo que las élites moralistas les impongan.

La capacidad autodestructiva que muestran las sociedades detiene su entusiasmo con la llegada del Carnaval, por la llegada del Carnaval, acompañada de una sátira furibunda contra los poderosos y los moralistas. Convertido en espectáculo para el consumo de la risa y de la fama, se vacía y se convierte en una simple fiesta, y las sociedades se lanzan al abismo. Estamos volviendo al borde del abismo.

Incluyamos en el Carnaval el cabaret político, las viñetas satíricas, que no deshumanizan a nadie, justo lo contrario que el insulto degradante. Personas que ejercen la política insisten en el insulto y la degradación del oponente, su deshumanización, algo que precede a su destrucción legitimada durante el proceso mismo. Es lo que hicieron los nazis: degradar, deshumanizar, destruir. Hay una diferencia entre presentar a un Bonaparte pequeño, algo humano, y llamar mongólico al oponente político. ¿Por qué pequeño? Porque se consideraba grandioso a sí mismo, lo que comportó no poca destrucción a toda Europa, empezando por su propio pueblo.

Conviene ridiculizar a los que usan el poder que tienen, nunca se sabe por qué, cuando quedan a la vista sus actos ridículos, grandilocuentes, que parecen ser actos en compensación de determinados complejos propios, altamente peligrosos para las sociedades que gobiernan. El peor problema llega cuando los llamados a ridiculizar están pensando más en su propia gloria que en su sátira. Es así como el Bonaparte de turno destruirá todo gloriosamente, uniformemente, testarudamente. Los que se arrepientan, luego, no tienen derecho a exigir ser disculpados.

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