Donde sí hay que morir

No hablaré de lo que supone la guasa gaditana porque es probable que muchos no la entiendan. No explicaré que el carnaval es libertad y no literalidad, ya lo explicaron ellos

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El cuarteto del Gago, 'Punk y circo, la lucha continúa', en su pase de cuartos donde han cantado el cuplé a Joaquín.
El cuarteto del Gago, 'Punk y circo, la lucha continúa', en su pase de cuartos donde han cantado el cuplé a Joaquín. MANUEL FERNÁNDEZ - AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ

Un cuarteto del Falla, el presidente de Brasil y las 7.291 personas que fallecieron en las residencias de ancianos de Madrid. Estos tres asuntos tan dispares están entre la caterva de temas que rondan mi cabeza estos días. Son estos y otros tantos; algunos —para qué negarlo— de índole bastante más doméstica. Pero todos a fin de cuentas en la amalgama que se va tejiendo en la planta de arriba. Las gentes, el pudor y la piel fina si queremos atajar un poco más. Como es costumbre de la casa, vengo cada quince días a contarle, apreciado lector, aquello en lo que pienso. Hoy he venido a lo contrario. Le voy a explicar por qué no dedico mi columna quincenal a alguno de estos tres asuntos que me martillean la sesera. 

No le hablaré de Lula, quizás porque tema correr la misma suerte que él. No creo que a mí puedan acusarme de corrupción pasiva, ni encarcelarme durante años. Aunque menos aún pienso que algún juez de esos “intachables” fuera a tomarse tantas molestias conmigo. Lo que sí creo es que el ostracismo sigue siendo una de las principales armas para derrumbar al herético. Bien lo saben Assange, Snowden o el propio Lula. Ahora, demócratas de medio pelo y plumillas de corto alcance se rasgan las vestiduras porque el presidente de Brasil haya comparado la masacre de Israel en Gaza con el exterminio nazi. Incluso hay quien lo acusa de antisemita. No hablaré de ello porque las palabras de Lula son demasiado difíciles de defender. Comparar el hacinamiento en celdas diminutas de supuestos colaboradores de Hamás a los que se mantiene encadenados, encogido el cuerpo, sin apenas agua ni comida con los campos de concentración alemanes es claramente un despropósito. Como también lo es comparar las matanzas indiscriminadas de civiles gazatíes con las matanzas indiscriminadas de civiles judíos. Media un abismo.

Tampoco hablaré de los miles de muertos en las residencias de la capital de España durante los tiempos más duros de la pandemia. No he hablado ni volveré a hablar. Qué duda cabe de que dejarlos morir asfixiados sin asistencia médica no se parece en nada a lo que está ocurriendo en Palestina. Cómo discutir a la mente preclara de la presidenta madrileña que era muy complicado hacer nada por ellos. Ni siquiera cuando sabemos que muchos de los que contaban con un seguro privado y sí fueron atendidos sobrevivieron. Morían en todos sitios —dice ella—, y las residencias fueron tan solo uno de esos sitios. El que más vergüenza nos da. Pero no a todos, por lo visto. Las hay sin pizca de vergüenza, ni honor, ni piedad. Y por eso ni he hablado ni volveré a hablar de ella. 

Me despido sin hablarles de Punk y circo. No lo haré, por mucho que sea el cuarteto que ha acaparado titulares y algún que otro atropello impresentable. No hablaré de lo que supone la guasa gaditana porque es probable que muchos no la entiendan. No explicaré que el carnaval es libertad y no literalidad, porque eso ya lo explicaron ellos sobre las tablas. No diré que las letras del Falla no pretenden matar más que de risa o de pellizco. Porque en Cai hay que morir. Pero no en Gaza, ni en Madrid. Porque no es hora de dar rienda suelta a lo que me ronda la cabeza. Quizás sea hora de callar y volver a escuchar a Lula o a Ángel Gago.

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