En la columna de la semana pasada, escribí sobre la necesidad de mejorar el mundo, empezando por nosotros mismos. No se trataba de un canto al individualismo, al contrario, si tomamos esa opción es porque proyectamos lo que somos y deseamos en los demás, porque nuestra felicidad requiere de condiciones, circunstancias y procedimientos que la hagan posible. Y no solo la nuestra, sino la de cada persona. He ahí el necesario equilibrio entre lo individual y lo común. Sabiendo que la comunidad es superior a la suma de individuos, en los últimos años, está resultando especialmente difícil determinar sobre qué pilares se asentaría la idea de bien común.
Estoy convencida de que la cultura es un pilar fundamental para el desarrollo de los individuos y de los pueblos, un motor que transforma las sociedades y mejora la vida de las personas, que reconocer y extender los derechos culturales proporciona estabilidad y cohesión, además de ser garantía de futuro.
Voces más reconocidas que la mía así lo afirman, como prueba el Documento Final Mondiacult 2025 de la Conferencia Mundial de la Unesco sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible, que establece en el apartado denominado “Visión compartida”:
Reafirmamos el reconocimiento del derecho a participar en la vida cultural como un derecho humano, inherente a la dignidad y la identidad. La cultura contribuye al pleno ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales, a la construcción de la paz, al crecimiento económico inclusivo, así como a la resiliencia climática, al bienestar y al desarrollo sostenible. Es un bien público mundial, con valor intrínseco, cuyo poder transformador debe ser plenamente movilizado para hacer frente a los desafíos actuales y construir sociedades más justas, equitativas, pacíficas, interculturales, inclusivas y sostenibles.
En la Conferencia, consideran prioritario para las políticas y prácticas culturales, entre otras, lo siguiente:
Los derechos culturales como derechos humanos
• Reconocimiento, protección y promoción del derecho humano de participar en la vida cultural, y fomento del acceso, el goce y el beneficio de la cultura y del patrimonio cultural, incluyendo en el entorno digital, como imperativo ético, social y económico.
• Protección, promoción y salvaguardia de la libertad artística y la libertad de expresión.
• Fomento, preservación y salvaguardia de la diversidad cultural y lingüística y las expresiones culturales, con especial reconocimiento de las culturas y lenguas de los Pueblos Indígenas y personas afrodescendientes, y de quienes pertenecen a comunidades locales, minorías y grupos vulnerables.
• Aumento de los esfuerzos para garantizar una distribución equitativa de las oportunidades para acceder, contribuir y beneficiarse de la cultura, ante las desigualdades persistentes.
• Fomento del diálogo, de la cooperación y de las acciones bilaterales y multilaterales efectivos y constructivos sobre el retorno y la restitución a los países de origen de sus bienes culturales que poseen valor espiritual, ancestral, histórico y cultural, según sea apropiado.
• Asegurar la participación significativa de los grupos afectados en los países de origen, incluyendo los Pueblos Indígenas, las personas afrodescendientes y las comunidades locales, en los esfuerzos relacionados con la protección, el retorno y la restitución de bienes culturales, incluso mediante una mayor colaboración con los museos.
¿Imaginan un mundo regido por estos principios? Ese mundo no sería perfecto, aunque sí mejor que el actual. ¿Les parece imposible alcanzar un acuerdo sobre el modo de llevarlo a cabo? Realmente, a día de hoy, parece imposible alcanzar un acuerdo sobre cualquier extremo. Estamos comprobando que, mientras el mundo aguarda, el bien común ha quedado atrapado entre los intereses de unos y otros. Atrevámonos a intentarlo. Nos va el futuro en ello.
