Un hombre sacando una foto con su móvil.
Un hombre sacando una foto con su móvil. MANU GARCÍA

El filósofo Javier Gomá escribe: “Ser culto es tener conciencia histórica, saber que cualquier cosa puede ocurrir porque la materia de lo humano es inestable. En la democracia se hace más visible, porque su gran principio no es obedecer a una élite, sino obedecerte a ti mismo”.

Da vértigo pensar que dependemos de nuestras propias decisiones, no solo cada cuatro años, sino de forma continuada. La respuesta a esta afirmación bien puede ser “que nosotros no decidimos, que todo depende de los políticos, de las multinacionales o de algún ente abstracto.

Particularmente, me resisto a pensar que no tengamos absolutamente nada que hacer y nuestra vida se decida en una mesa a la que no hemos sido invitados. Seguro que la macroeconomía, las grandes cifras, las invasiones y todo aquello que afecta a la política internacional, escapan a nuestro control y, más aún, a nuestras decisiones. Pero, ¿qué hay de la vida diaria? La decisión de comprar a través de una plataforma digital y que nuestro pedido llegue un domingo a media mañana a la puerta de casa es solo nuestra. También lo es que invirtamos nuestro tiempo libre en pasar el dedo por una pantalla y miremos obnubilados los saltos de un perro o la lluvia cubriendo un coche. Y callar cuando no hay cita médica, cuando en la oficina de correos hay cola antes de abrir a primera hora o cuando el precio de productos básicos convierte la compra en una elección imposible.

No hace mucho tiempo, una persona joven me dijo que “a veces, la vida se me hace muy cuesta arriba”. Me causó una honda impresión, porque pensaba que antes de los treinta no existía ese riesgo y, menos aún, teniendo un trabajo estable. Afortunadamente, me guardé esta opinión y dejé que su frase macerara en mi interior, como hago siempre que algo me remueve y no sé bien la razón.

Lo entiendo. Cada vez lo entiendo mejor. Es la sensación de ser muñecos y muñecas cuyos hilos mueven manos desconocidas, temidas, mezquinas, ambiciosas, interesadas, arrogantes, despiadadas… La alienación de un mundo que nos resulta ajeno e incomprensible, que nos devora cada día un poco más, pese a que le entregamos lo mejor que tenemos. Alguien nos dijo que pensar era algo bueno y, sin embargo, cuanto más lo hacemos, menos comprendemos. Dejar de utilizar la razón se antoja el único camino para aguantar. Me pregunto quién aguanta cuando el único camino se acaba. Y la respuesta surge de forma natural: Nadie.

Andrea Colamedici, filósofo que ha obtenido notoriedad con un experimento sobre la inteligencia artificial, nos da algunas claves muy interesantes:” Es un tiempo terrible y maravilloso a la vez: terrible porque es difícil vivir sin dioses ni instituciones sólidas, pero también bello porque los griegos ya supieron sostener el absurdo con arte, poesía, tragedia y filosofía".

Llenemos la vida de sentido. Hagamos que el cambio en el mundo empiece en nuestro interior.

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