Doña Elena y doña Cristina ya se han vacunado

Mario Ortega

Estoy casado y tengo una hija. Licenciado en Ciencias Químicas y Doctor en Ciencias Ambientales.

Las infantas Elena y Cristina, en una imagen de archivo.
Las infantas Elena y Cristina, en una imagen de archivo.

Hoy he acompañado a mi madre a un centro de salud en Granada donde había sido citada hace días para vacunarse. Mi madre tiene más de 80 años, está bien, contenta de tener puesta ya la primera dosis. Como mi madre, y esto me ha producido una emoción vibrante, una cola ordenada y diáfana, de abuelos y abuelas, acompañadas de sus hijos e hijas, entraban sin prisa y sin pausa en el recinto sanitario. En sus caras relucía el sosiego. A la salida del circuito de vacunación el sosiego ya era alegría y esperanza. Si un año de limites y encerronas para la juventud es una pérdida, para nuestros mayores un año con la muerte al acecho es un robo.

Antes que nuestros mayores, en un orden racional, científico y razonable en función de las vacunas disponibles, se ha dispuesto por las autoridades sanitarias competentes que se vacune primero al personal sanitario de primera línea, a quienes que tanto debemos. Después, personas con salud delicada y profesionales que tratan necesariamente con grupos amplios, personal docente o relacionado directamente con el alumnado, sanitarios, policías, bomberos y otros grupos similares. Se trata de proteger la vida individual, también de mitigar el contagio, se trata de protegerte y protegernos.

La civilización es eso, cuidarnos mutuamente cuidando antes a quienes más lo necesitan. Ciencia y cooperación, cultura y Estado. Así hemos llegado hasta aquí, avanzando a duras penas contra el ocultismo y la codicia, contra la ignorancia y la barbarie. Así hemos reconocido la democracia, los servicios públicos de salud, la sanidad universal, las vacunas para todos y todas, como productos políticos para el bien común, forma suprema de proteger el bien individual, nuestras vidas. La concepción republicana de la sociedad no es más que la protección del individuo mediante instituciones y procedimientos colectivos ante los que todos y todas somos iguales.

Las infantas doña Elena y doña Cristina son hermanas del rey de España, don Felipe VI por parte de padre y madre, quiera él que no quiera. No se puede decir que no pertenecen a la familia real, a ver si la genética va a servir para heredar el trono y no para definir los vínculos familiares. Doña Elena y doña Cristina son hijas del rey emérito (poco encaja el adjetivo), se han educado en la misma familia. Al vacunarse antes, al saltarse la cola, probablemente pagando porque pueden, las hijas y hermanas de reyes han actuado haciendo uso del privilegio en el que crecieron.

Hoy una señora muy mayor sentada en un banco de alguna plaza de España, con el móvil en la mano por si recibía una llamada para la vacunación, preguntada por una periodista que qué le parecía que las infantas doña Cristina y doña Elena estuviesen ya vacunadas en Abu Dabi, ha contestado: “vergüenza les tenía que dar”. Pues sí, pero con la vergüenza no se garantiza el trato justo ni la equidad.

Quienes defienden la libertad para elegir educación privada, concertada o pública, salud privada o pública o cualquier otro servicio esencial, son los mismos que defienden eliminar los impuestos progresivos, bajar más los impuestos a los ricos, privatizar los servicios esenciales, como se ha hecho en España con luz, agua, telefonía, entregar a fondos privados residencias de mayores o servicios de seguridad, cuidados a la dependencia o paquetes enormes de vivienda pública; los mismos que no quieren regular el precio de los alquileres, los mismos a quienes el dinero les da la libertad para colarse y ser los primeros en todo, aun habiendo gente que lo necesita más, los mismos que envían a sus hijos, como a doña Leonor, a “prestigiosos” colegios extranjeros para luego presumir de “preparaos”. Su libertad es nuestra desigualdad

Si algo nos enseña la vacunación privada de las infantas reales doña Elena y doña  Cristina es que solo la res pública garantiza la auténtica libertad, porque no hay libertad sin equidad.

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