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Por supuesto que recibiría su donación altruista para luchar contra el cáncer. No faltaría más. Lo que no significa que no le exigiera hasta la última coma legal al origen de su fabulosa fortuna.

A don Amancio Ortega.

Perdone mi atrevimiento al dirigirme a usted sin que le conozca personalmente. Ésta, desde luego, no será la última carta que usted reciba. Y no sé si aportará algo nuevo al universal reconocimiento que las personas de bien de nuestro país le han ofrecido recientemente.

No soy persona socialmente relevante en ningún aspecto: no soy futbolista, ni político, tertuliano, cocinero filósofo, tronista, ni siquiera personal-shopper…Ya le digo, nada socialmente relevante.  Por esto mi testimonio importa poco.

Sin embargo y a pesar de ello, me gustaría dirigirme a usted para darle las gracias por el detalle que ha tenido al donar una parte de sus sobras económicas para la lucha contra el cáncer. Gracias. Muchas gracias. Este gesto dice mucho de usted. Y porque pienso que no se merece la campaña de insultos y desaires que está recibiendo de tantas personas ingratas, me gustaría pedirle un pequeño favor. Este no es económico sino informativo: aclare, por favor, don Amancio, y si puede demuestre —que es más definitivo— que sus empresas pagan sus impuestos en los países en los que están localizadas y que no evade impuestos a través de paraísos fiscales; que no emplea a niños en ninguna de sus fábricas ni se les explota en ninguna de ellas; y, finalmente, que sus empleados en todos los países reciben un salario y unas condiciones justas —digo justas, don Amancio, no hace falta que sean generosas—. Aunque no es usted quien tiene que demostrarlo sino estos gobernantes que velan incansables por el interés general y que sanean (con n) las cuentas públicas.

Esto se lo pido, porque pienso lo mucho que tiene usted que estar sufriendo ante estos ataques organizados por elementos extremistas y radicales, más inclinados a expandir la pobreza entre los pobres que a socorrerlos en sus padecimientos. Me lo imagino y me indigna este trato injusto que está usted recibiendo simplemente por hacer una obra de misericordia: cuidar a los enfermos. Se necesita ser desagradecido con el hombre más rico del mundo. Imagínese qué algarada podría promover esta banda de populistas si resultara que su riqueza se ha obtenido, también, a lomos de niños del tercer mundo. Usted, como yo, bien conoce la matraca extremista de separar “derecho universal a la sanidad” de la tradicional y muy experimentada “beneficencia para pobres”. ¡Como si los dos caminos no concluyesen en socorrer al necesitado! Pues nada… dicen que un derecho no se mendiga ni se pordiosea. Pero no hay cosa peor que el orgullo de un pobre. Se lo digo yo, que me crié en La Barca de la Florida; en el pueblo del Demonio Joíoporsaco y Ramón el de los Perros. En donde los pobres pedían pan, pero no bajaban la mirada ante la presencia de su benefactor. Una cosa es ser pobre, don Amancio, y otra ser esclavo.

Muchas gracias. Muchísimas gracias. Por supuesto que recibiría su donación altruista para luchar contra el cáncer. No faltaría más. Lo que no significa que no le exigiera hasta la última coma legal al origen de su fabulosa fortuna. La última coma moral no podría exigírsela. Esto de legalidad y moralidad ha estado siempre muy enrevesado, don Amancio. Son cosas judeomasónicas, filocomunistas, minucias en las que los empresarios no deben perder su precioso tiempo. Lo suyo es crear riqueza universal, procurar empleos y evitar padecimientos. En lo que se pueda, claro. Y, algo tendrán que decir, también, las autoridades públicas del Ministerio de Sanidad, digo yo, además de sacar la hucha y organizar rastrillos de caridad.

Pero usted no haga caso a tanta mentira malintencionada, a tanta envidia zarrapastrosa. Siga, don Amancio, haciendo obras de caridad. Únicamente, dedique si le es posible, un momentito a aclarar y demostrar la ejemplaridad de sus empresas en el cumplimiento de sus obligaciones. Aunque solo fuera para restituir su buen nombre. Usted, don Amancio, no merece menos.

Su seguro servidor, éste que suscribe y que, en lo que le toca, le está eternamente agradecido.

(Por cierto, don Amancio, se me viene a las mientes no sé por qué, lo que dijo el Judío de Nazaret en lo tocante a dar limosnas: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”. Que está feo tocar la campanilla cuando se echa una moneda en el cepillo, vamos. Y los llamó “sepulcros blanqueados” y un montón de cosas malas… pero, ya sabemos, cómo se las gastaba el Judío de Nazaret con los ricos y los fariseos. Un poco radical y populista sí parecía, la verdad. Pero nadie me ha llamado a mí a dar sermones, el Señor no lo permita. Esto es más propio de pastores que de ovejas. Ellos sabrán. Cada uno tiene que hacer lo suyo).

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