Distracción fatal

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Superado el trámite de las primarias, la maquinaria de guerra electoral que es Podemos debe ponerse en marcha. La batalla para la que se creó -acabar con el bipartidismo- se dirimirá este año. Y todo lo demás es secundario, porque a partir de ahora toda distracción es una ventaja añadida para un adversario rabioso y desesperado en una guerra ya de por sí asimétrica. Si Podemos logra situarse por encima del 15% -y todo parece indicar que podrá– el bipartidismo quedará malherido, tanto por la desaparición más o menos agónica de algunos de sus actores actuales, como por un nuevo equilibrio de fuerzas basado en actores que rechazan un marco conceptual basado en unos ejes obsoletos (izquierda-derecha) que ya ni describen ni explican, ni predicen nada.

Pero han aparecido “distracciones”; otras entidades reclaman la atención de la maquinaria, impidiéndole concentrarse en su verdadero objetivo. Algo, cuando menos, inoportuno. El problema no es tanto el carácter o componentes de las entidades, sino como son percibidas por la ciudadanía (radicales, perdedoras, comunistas, antisistema…) y, más secundariamente, sus propuestas. La gran baza de Podemos es su apuesta por un escenario ideológico nuevo, un relato diferente que conecta directamente con los orígenes de la indignación popular y es capaz de movilizar a ciudadanos tradicionalmente alejados de la política. Al negarse a usar el discurso del adversario (izquierda-derecha, capitalismo-comunismo…) ha podido presentarse como un alternativa nueva, válida y viable. Ha tenido que construir nuevos discursos, verosímiles, capaces de explicar, predecir y proponer. Igualmente canalizar, casi sin estructura, la ingente cantidad de ciudadanos que se acercaron a los Círculos. Esto último está suponiendo un proceso doloroso, análogo al dolor de huesos propio del crecimiento, metáfora sumamente acertada que suele usar Sergio Pascual.

Una vez que el discurso ha madurado y es ya compartido incluso por el adversario, una vez que la maquinaria se dota de una organización horizontal pero funcional. Una vez que todo esto se consigue, los distractores aparecen. Que el distractor sea bienintencionado o que ni tan siquiera sea consciente de su condición no es óbice para que debilite igualmente la maquinaria y nos reste unas fuerzas que -indudablemente- necesitaremos mas adelante.

Tan previsible era la aparición de los comuneros como poco creíble era la disolución de los anticapis. Probablemente ni unos ni otros sean conscientes que sus propuestas y llamadas a la “pureza” y “unidad de la izquierda” sustrae posibilidades a Podemos. Porque, como decía David Benavides, Podemos (algo nuevo) existe porque lo anterior (izquierda “auténtica”, frentismos y confluencias…) ha fracasado siempre. Los conceptos de lucha de clases, nacionalización, colectivización o proletariado -propios del siglo XIX- generan rechazo -justificado o no- en una gran parte de los votantes, un rechazo irracional y emocional, el más difícil de modificar. Igualmente la socialdemocracia ha perdido su carácter de alternativa viable, convertida en un elemento inherente e interesado como “cara amable” del problema, casi asimilada por el neoliberalismo.

El votante al que se dirige Podemos se percibe como progresista pero no colectivista, quiere recuperar derechos, más que alcanzar utopías,no quiere votar al bipartito, pero tampoco apoyar experimentos sociales o fuerzas a las que percibe como “radicales” o “antisistema”. Un votante que se informa por televisión y que usa las redes sociales, que no necesita acudir a las asambleas, ni quiere ser empoderado por nadie.

Ana Terrón, afirmaba que la unidad popular no se construye a base de activistas, sino de mayoría social y que esta mayoría social no es más que gente corriente (tu médico, tu frutero, tu suegra) a los que hay que seducir con una propuesta de mínimos, concreta y viable. Con discursos obsoletos, identitarios, de máximos, trufados de conceptos del siglo XIX no creceremos, sino que los repeleremos y si repelemos a demasiados… fracasaremos.

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