Desde que el humano comenzó a hablar dio inicio a la cultura, la palabra primero oral y a posteriori escrita ha sido y es el objeto fundamental de comunicación, de la historia, de la memoria de los pueblos.
Los relatos orales, en todas las partes del mundo, constituyeron las primeras expresiones. Relatos anónimos, muchos en forma de cuento, que han desbordado la imaginación mezclando fantasía con realidad. Seres fantásticos, mezcla de animal y humano. Esos seres preñados de poderes sobrenaturales, han constituido el argumento de las mitologías, dioses malignos o benignos ligados a los momentos de siembra y de cosecha, a los triunfos y derrotas frente a los enemigos.
Entre lenguaje y fantasía hay siempre una conexión indisoluble, como las imágenes de los sueños. Ambos se enriquecen mutuamente en la literatura.
Es maravilloso descubrir cómo en la antigua Mesopotamia (actualmente Irak) comenzaron los primeros signos de escritura llamada cuneiforme (talladas en trozos de roca). Nuestro actual alfabeto occidental es de origen latino.
En ese afán de saber y conocimiento, de distintas formas, de acuerdo a los países y a las épocas, el ser humano ha escrito con signos diversos y de múltiples maneras. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo, con los medios más o menos primitivos o desarrollados que ha tenido a su alcance.
Gutenberg (1450) con la creación de la imprenta marcó un hito inmenso. La letra escrita dejó de ser patrimonio exclusivo de los más privilegiados para extenderse paulatinamente a otros sectores sociales.
En su imprenta, las letras talladas en metal podían combinarse para formar las palabras y líneas de una página de texto. Las ventajas del procedimiento, que permitía reproducir escritos con una rapidez y a una escala sin precedentes, le garantizaron un éxito fulgurante que se ha prolongado hasta la actualidad.
Sin embargo, en los últimos tiempos advertimos al menos en el idioma español un empobrecimiento del lenguaje, un uso cada vez más limitado del idioma, una simplificación que reduce el vocabulario a una especie de un cuerpo descarnado, un esqueleto contrahecho.
Algunos lo atribuyen al uso generalizado del WhatsApp (con faltas de ortografías increíbles), pero considero que va mucho más allá.
Parece ser que existe la consigna de aplanar y limpiar el lenguaje, no para depurarlo y embellecerlo, sino para plagarlo de frases hechas, vacías de sentido, que como pequeñas y molestas hormigas inundan el discurso social.
Los políticos y medios de comunicación son los encargados de producir y reproducir esta jerga. Algunos ejemplos: “Desde el minuto uno”, “tender la mano”, “sostenible”, “producto natural”, “respeto del medio ambiente”, “y tú más” (referido a la corrupción), “empoderamiento”, “visibilidad, “sostenibilidad”.
En un extremo están los refranes populares que enriquecen el lenguaje, abren una ventana a la imaginación, aunque sean contradictorios: “No por mucho madrugar se amanece más temprano”, “Al que madruga Dios lo ayuda”.
La riqueza de la palabra hace que cada generación invente nuevos términos; algunos se incorporan al lenguaje corriente y se olvidan al cabo de un cierto tiempo. Otros incluso son incluidos por la real Academia de la Lengua.
En el lado opuesto existen estas frases hechas que no son más que frases y palabras vacías.
En un primer momento, esos términos remitían a alguno o varios sentidos, como todas las palabras. Paulatinamente, se transformaron en coartadas para huir de las preguntas que quedan sin respuesta. Podemos llamarles “discurso de madera” o discurso vacío porque finalmente no quieren decir nada o algo vago e inefable.
Se da por sentado su significado, pero su sentido sigue siendo una incógnita. Existe una convención implícita que esas frases hechas son solo un subterfugio cuando el interrogado quiere eludir la respuesta, o bien, sencillamente, no sabe qué decir. Peor aún: pretende pertenecer a lo “políticamente correcto”.
Están las frases látigo. “Y tu más” (acusaciones de un partido político a otro por la corrupción).
Las enfermedades y psicopatologías incluidas en el discurso cotidiano también pueden tener un efecto insultante: Histérica/o (para designar a personajes que pierden los estribos fácilmente).
Facha, nazi también son insultos frecuentes, con un mero ánimo descalificatorio.
Situación tóxica- pareja tóxica: se supone que es una relación conflictiva, pero no sé sabe exactamente en qué consiste la toxicidad.
Paulatinamente, van vaciando su contenido, se acartonan y pasan a constituir un lenguaje vacío para rellenar huecos y silencios en los medios de comunicación (sobre todo programas televisivos de gran audiencia).
Esas palabrejas (con sus habituales fallos ortográficos y gramaticales) pueblan las redes sociales, en un interminable intercambio de puntos de vista y/o insultos, convertido en un medio infalible de comunicación (¡?) de periodistas, políticos y los llamados “creadores de contenido” en las redes sociales.
En definitiva, empobrecimiento de la lengua. “Lo bueno si breve dos veces bueno” dijo Gracián, pero no es el caso. Hay ideas y pensamientos que requieren una reflexión más prolongada y no eslóganes o enunciados llamativos.
Y de eso se trata, de quien dice la frase más rimbombante, más escandalosa, más llamativa. Generalmente, se queda en una nube de colores, relampagueante, que al día siguiente puedes ser reemplazada por otra, y otra, y otra todo hueco, todo vacío, todo cartón piedra.
Lo grave de esta cuestión del discurso sin asidero real, es que la publicidad se ha convertido en política en algunos medios de comunicación y es la única política que actualmente existe.
Frases sacadas de contexto que se contradicen con otras dichas semanas o días anteriores, mentiras, cinismo, hipocresía. ¿Y cuál es la respuesta más frecuente del ciudadano? El hartazgo, la indiferencia, el desinterés, la incredulidad.
Afortunadamente, la mediocridad de este tipo de discurso no acalla otras voces, otros pensamientos, otros decires.



