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Traed en vuestras alforjas, además de los juguetes de los niños, un poco de mesura, algo de sensatez, sentido de la austeridad, espuertas de civismo... 

Queridos Reyes Magos:

Ya sabéis que no suelo escribir la tradicional carta anual. Reconozco que en el fondo, a pesar de mi aparente indiferencia hacia los regalos, siempre espero alguna sorpresa. Y no es que me porte muy muy bien. A veces soy bastante borde, muy desconsiderada, broncas,  perezosa, y hasta un pelín envidiosa… en fin, que como cualquier hijo de vecino, hago méritos para llegar a ser mala persona. Eso sí, lo disimulo muy bien; procuro que no se me note, porque lo que de verdad me gusta a mí y me ha gustado desde siempre es ser una buena chica.

Seguramente es una estrategia aprendida desde la infancia, un modo de conseguir que me quieran. Y lo bueno es que lo consigo. Tengo muchas amigas, y eso a pesar de que no me prodigo en abrazos, halagos y pequeños detalles. Soy más de aglutinar, de organizar encuentros, de ayudar en asuntos prácticos, de preparar comiditas y hacer de madre, cuando es menester. Digo yo que también son necesarias estas cualidades, que no todas las personas manifestamos nuestros afectos del mismo modo. Pues eso, que esta es mi manera de decir que estoy aquí, que pueden contar conmigo; aunque pensándolo bien, lo que quiero decir es que me quieran, que me llamen, que las necesito, y más que las voy a necesitar, porque, queridos Reyes, me estoy haciendo mayor y eso significa que pronto voy a precisar pequeñas ayudas para algunas cosas de la vida cotidiana. Hasta entonces, mientras esto llega, aquí estoy, todavía de buen ver y rodeada de buena gente.

Por eso, el día cinco, sin haber escrito carta alguna, me llegaron algunas cosillas que me llenaron de ilusión. Total, que a media tarde, cuando se adivinaba el jolgorio general en las calles,  ¿qué diréis que hice? Me enfundé en mis pantalones color beige de pana, los combiné con un jersey de un color azulón que me favorece mucho, me calcé las botas de tacón y busqué esa boina tan bonita que casi nunca me pongo. Por supuesto, me coloqué los pendientes color violeta que tanto me gustan y salí a caminar por mi ciudad, con la intención de encontraros por esas callejuelas.

¡Queridos Reyes! No tengo palabras para expresar lo que me encontré, mientras me dirigía al centro. Jamás, jamás, había visto algo parecido, y eso que normalmente salgo para celebrar todos los eventos que se organizan en esta ciudad. Las calles eran un verdadero hervidero  de gente. La multitud se agolpaba en avenidas, callejones, aceras, terrazas, comercios… Madres jóvenes portaban los cochecitos de sus bebés, tratando de sortear el gentío, los codazos y empujones… Algunas decidían volver sobre sus pasos, cuando se encontraban con un tapón de gente que imposibilitaba el tránsito normal, pero sobre todo, que amenazaba con convertirse en peligrosa avalancha.  Me pregunto, majestades, cómo se les ocurre salir con esos angelitos a una ciudad literalmente tomada por la masa. ¡Una irresponsabilidad!  Y yo, bueno… tendríais que haber visto mi cara de estupefacción. La calle de la churrería no tenía hueco ni para un alfiler. El olor a churros y a café con leche invitaba a buscar una silla y disfrutar del manjar que, dicho sea de paso, me encanta. Pero, francamente, el ambiente era irrespirable y os aseguro que yo estaba asustada ante tanto derroche: las compras, el tapeo, los vendedores ambulantes ocupando las aceras… Y lo peor, la suciedad: papeles, cartones, cáscaras de pipas, envolturas de caramelos…  Restos de la bendita cabalgata, que nadie quería perderse; como si les fuera la vida en ello, chicos y grandes, viejos y jóvenes, embarazadas y sillas de ruedas. ¡Santo cielo! No sólo estaba un poco asustada, Majestades, me sentí muy triste, infinitamente triste porque, pensaba en las noticias, en las malas noticias diarias en todos los medios de comunicación: que si la crisis, que si los despidos, que si los ERE, que si los comedores sociales, que si la recogida de alimentos, que si las campañas benéficas navideñas, que si los desahucios, etc., etc. Y por eso no daba crédito a mis ojos. ¿Qué es esta locura? ¿Qué es esta obscenidad consumista? ¿Por qué esta voracidad, esta ansia? ¿Qué vacío estamos intentando llenar?  ¿Qué tiene que pasar para que nos comportemos con un poco de cordura?

Queridos Reyes Magos: está muy bien que vengáis una vez al año a devolvernos la ilusión y los sueños infantiles. No os preocupéis si unos y otros se enzarzan en la estética que pretendidamente es la más adecuada para un día tan especial. La verdad es que esos pequeños detalles, al menos para mí, carecen de importancia. Pero, eso sí, el año que viene, por favor, aprovechad el viaje y traed en vuestras alforjas, además de los juguetes de los niños, un poco de mesura, algo de sensatez, sentido de la austeridad, espuertas de civismo... En fin,  todas las virtudes que se os ocurran. Ponedlas en saquitos especiales  para que lleguen a los adultos, y quizás un libro de instrucciones para que sepamos usarlas porque me temo que hemos perdido el norte.

Con mis respetos,  

Teresa

laventanadeteresa.blogspot.com.es

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