Deudoras

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Un instante de la serie 'El cuento de la criada'.
Un instante de la serie 'El cuento de la criada'.

Esta semana hemos sabido que el 80% de las españolas de entre 25 y 29 años no tiene hijos, mientras que un tercio de la población de nuestro país supera ya los 60 años. En una época en la que la maternidad nos llega cada vez en un momento más tardío, vivimos más y más años y a veces lo hacemos solos. Puede que nos asuste la soledad, pero indiscutiblemente lo que nos aterra de verdad es la vejez sin nadie al lado. ¿Hasta qué punto puede influir este miedo en la decisión de tener hijos? ¿Es esa una buena idea? Y sobre todo, ¿por qué nadie habla nunca de esto? 

No sé en qué momento la civilización puso sus esperanzas en mis ovarios ni tampoco por qué no me lo advirtió antes de que yo llegara aquí. Me gustaría que no estuviera tan extendida la idea de que nosotras tenemos una deuda con el mundo, con el tiempo y con los genes. Porque todo el que adeuda debe algo y no es plenamente libre para elegir cómo actuar. Sabe que ha de pagar un precio y satisfacer lo que se espera de ella. La pregunta crucial que una mujer puede hacerse llegado el momento estaba vetada hace unos pocos años. Vetada y silenciada en el imaginario colectivo: ¿Sería tan terrible no tenerlos nunca?

Los culebrones latinoamericanos nos enseñaron que la maternidad era un signo de bondad, exclusivo de damiselas espiritualmente valiosas y puras de corazón. De hecho, era muy frecuente que las malas de la película no pudieran o no quisieran quedarse embarazadas. Y esto venía a completar el rictus de la perfecta villana. Si eres buena, pero buena de verdad, tienes que desear la progenie por encima de todas las cosas, tienes que renunciar a todo por ello y tienes que convertirlo en el centro de tu mundo hasta desaparecer como individua si es que alguna vez exististe como tal en la telenovela.

Indudablemente, la maternidad es un ejercicio vital que exige una carga tal de sacrificio que no es descabellado verla como una de las mayores y mejores materializaciones de la generosidad. Hasta ahí de acuerdo. Lo que no está tan claro es que las malas no puedan ser madres ni que las buenas tengan que querer serlo a toda costa o dejar de ser buenas.

La deuda biológica que parece que hemos contraído es como un crédito que nunca recordaremos cuándo hemos firmado. Nunca podremos saber a ciencia cierta qué día suscribimos esas letras, pero el caso es que somos deudoras. Tenemos una deuda al parecer con el destino, con la estirpe, con el nombre. Cuestiones que podrían servir a priori para abanderar un acto político de Vox, o la campaña publicitaria de un vino o el último ¿para cuándo el último, por favor? disco de rancheras del ínclito Bertín Osborne.

Cuestiones que nos arrastran quizás a un futuro cercano en el que no nos reconocemos, porque puede que tratando de ser las buenas del culebrón nos hayamos perdido a nosotras mismas por el camino. Y la culpa funciona. Funciona tanto que hasta es posible que nos haga sentir vacías, menos mujeres, menos hembras. O que nos hagan sentir así. El caso es que la deuda no perdona. Esa deuda que tenemos con el futuro de un planeta al que no decidimos venir pero que tenemos que repoblar. Si decidimos no hacerlo somos deudoras. O las malas. O menos. Lo que sigue sin estar muy claro es hasta cuándo.

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