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¿Cuánta eternidad dura el azar de un instante?

La mayor ambición, la soberbia por excelencia consiste en tratar de vivir imaginariamente varias vidas. Muchas. Infinitas. Intentar prescindir del tiempo lineal (¿hay otro?). Soñar en un eterno futurible circular: ¿cómo hubiese sido mi vida si en vez de sí hubiera dicho no? ¿si en lugar de salir aquel día tan precipitadamente me hubiese quedado en la azotea regando la hierbabuena?

Tiene algo de narcisista no admitir que vivir es necesariamente una renuncia indisoluble. Estamos condenados a ser libres y, por lo tanto, a elegir. A escoger nuestro destino. Así vivimos nuestra vida. Aunque en ocasiones y solo en un segundo momento nos asalta la tentación de pensar que las cosas no son así, sino que, en realidad, estamos determinados a hacer lo que hacemos. Que no somos libres y que todo está escrito. Eso nos eludiría la responsabilidad, en general, y con nosotros mismos, en particular. Pero este pensamiento es un artificio, una veleidad, una ensoñación más que otra cosa.

Sin embargo, tener siempre presente que cualquier cosa que digas o hagas podría cambiar radicalmente tu vida es una idea que nos produce cierto desasosiego. Nos puede tranquilizar más pensar que está todo dicho y previsto y que tenemos poco o ningún margen de maniobra. Pero el código penal (y la ley moral) nos obliga a pensar la libertad, al menos, como una condición de su posibilidad. Que el yo introduce un resquicio de libertad en el reino físico de la necesidad. Que nuestro destino está abierto a muchas posibilidades y que algunas de ellas dependen exclusivamente de nosotros, por decirlo de una vez; aunque no está entre estas últimas el tener mala o buena suerte, extremo éste que resulta tan definitivo en la vida de cualquiera.

¿Somos absolutamente libres? No. Existen innumerables circunstancias que nos condicionan: la familia en la que has crecido, tu propio carácter, tu realidad económica, tus prejuicios, la cultura en la que vives…y el azar. ¿Estamos totalmente determinados a hacer lo que hacemos? Tampoco. A pesar de los pesares y de todas nuestras circunstancias, en ocasiones uno traza el rumbo de su vida. Lo cual no significa que alcance la meta siempre. Pero, en una gran medida, puede orientar su propia navegación. Puede tomar decisiones. Elegir.

Esta situación no deja de ser un poco paradójica. Como si nuestra condición humana se encontrara en una encrucijada, a medio camino entre el ser y la nada. A propósito de este pensamiento, poco novedoso en verdad, he recordado un hecho que me aconteció en la ciudad de Avignon, hace casi cuarenta años. Allí, junto a la fortaleza que fue residencia oficial del papado romano de 1309 a 1377, coincidí con una chica de mi edad en la cola de un puesto que vendía gofres. Yo llevaba una camiseta roja. Ella era rubia y tenía los ojos azules. Nos miramos. Al rato me crucé con ella en un paso de cebra, y yo pasé… como sin querer pasar. Regresé al autobús. Ella siguió su paseo.

Hoy es una maestra jubilada que cocina gofres de chocolate a sus nietos o la supervisora de la estación de trenes de Chamonix o un montón de huesos en un nicho del cementerio de un pueblecito de la Alsacia o cualquiera sabe qué… ¿Habrá recordado alguna vez en su vida aquella mirada fugaz con el chico de la camiseta roja?

¿Cuánta eternidad dura el azar de un instante?

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