En el ocaso de Juan Carlos I: ¿y si lo que no funciona en España es la monarquía?

Apenas hay precedentes de monarcas al nivel de sus contemporáneos europeos. Cada cual dejaba tras de sí un país con más heridas. Juan Carlos ha salido rana, y siendo Borbón, no es una excepción

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Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria periodística en cabeceras de Grupo Joly y he trabajado como responsable de contenidos y redes sociales en un departamento de marketing antes de volver a la prensa digital en lavozdelsur.es.

Juan Carlos de Borbón, en un acto. FOTO: Casa Real
Juan Carlos de Borbón, en un acto. FOTO: Casa Real

La Monarquía es una institución que viene de muy atrás, que existe desde que existe política, prácticamente. A medida que las sociedades pasan de ser apenas tribus a recomponerse en identidades territoriales, dotar de poder a una persona y a su estirpe es una fórmula bastante común. Roma tuvo su etapa primigenia de monarcas, por ejemplo. Pensamos en un tiempo sin medios de comunicación ni transporte, en los que tener un sentido común como pueblo más allá de lo que ocupa un municipio solo puede realizarse, quizás, bajo un mando indudable.

Las alternativas hasta bien llegado nuestro tiempo fueron pocas. Designación de cónsules entre una élite, por ejemplo, para la República romana, una posterior guerra interna para continuar la institución de los dictadores (cónsules electos plenipotenciarios en tiempos de crisis) en emperadores, o el sistema de elección regia de visigodos. Eso sin salirnos mucho de nuestro tablero histórico. Los emperadores romanos derivaron en poderes únicos en mano de ciertas castas. Llegamos a la Edad Moderna con la máxima expresión de la monarquía medieval, la de las graciosas majestades absolutistas. España brindó a ese son, mirándose en el espejo francés y, sobre todo, desde que la casa borbónica llegó a España. Y llegados a este punto, la Guerra de Sucesión que dio inicio al siglo XVIII español, cuando cabe pensar si algo de lo que han traído los reyes a España ha sido bueno.

Felipe V trató de hacer una especie de limpieza cultural y política, por el simple hecho de castigar a los que no optaron por él, que fueron las élites del antiguo Aragón, retirando casi toda posibilidad de tomar decisiones. Aquel siglo transcurrió con pocas luces y muchas sombras. La terrible y criminal Gran Redada de Fernando VI contra los gitanos. Carlos III, acaso, actuó de vez en cuando como un rey europeo, más iluminado, con ideas propias de su tiempo, con todo lo bueno y lo malo que supone. Para el siglo XIX llegaría la tragedia borbónica española, quizás el verdadero significado de la pérdida de poder respecto al resto de potencias europeas. Desde entonces existe un complejo histórico español, que tuvo su reacción más evidente en la terrible derivación del romanticismo, que no es más que el fascismo a la española de La Falange y los franquistas, los reaccionarios que miraban a los tiempos de los Reyes Católicos para sacar pecho, porque entre medias, poco.

De Carlos IV y Fernando VIII, una zancadilla histórica y patética la que les hizo a la Casa Real el revolucionario Napoleón. Y, por esas bonitas cosas de la historia, la mejor reacción contra los franceses, una Constitución liberal, La Pepa, quizás el momento más brillante de todo el siglo XIX. A la vuelta de Fernando VII, de nuevo la tiranía, la reacción contra los líderes liberales. A su muerte, el carlismo, las cadenas de la historia más oscura por lo que venía a imponer, el apagar las luces y hacer más hondo el hoyo del tradicionalismo frente a las luces europeas. Isabel II casó con su respuesta por puro interés y nunca fue una verdadera reina liberal. La Gloriosa la intentó barrer. Una república apenas algo democrática, un reinado corto de los Saboya, y la restaruación borbónica.

Llegamos a Alfonso XII, triste de él, y Alfonso XIII. Ambos alfonsos fueron hijos de su tiempo en un tiempo en el que el ser humano fue cada vez siéndolo menos, probablemente torpes, entregados a causas que no eran las suyas. Triste por ceder el mando de un turnismo antidemocrático a uno peor, el de Primo de Rivera, a quien le dieron las llaves por pura incapacidad y quien quiera que no vea que trató de poner en marcha el primer fascismo español, allá él. Quizás no lo fuera al final, pero quizás porque no pudo, y a todas luces es un fracaso histórico el recurso. Abandonó el poder incapaz de llevar a cabo los destinos que deseaba, entronizarse, ser la voz única de un Estado fuerte y tradicional y ya sería su hijo quien le diera forma teórica, el liderazgo espiritual del peor espíritu de España, el de los armarios cerrados apestando a alcanfor.

Cuando el franquismo ganó la Guerra, hubo quien se sorprendió de no ver restituido el poder de los Borbones. Juan de Borbón habría sido, probablemente, un rey mediocre, aunque jamás podrá saberse. Da luz que hubiese continuado la obra de su padre y fuese incapaz de remangarse por una democracia a la europea. En cualquier caso, el mejor monarca español hasta entonces con permiso de Carlos III. Lo único que tuvo que hacer, llegado el minuto y la hora, fue echarse a un lado y no conspirar contra su hijo abiertamente. Juan Carlos I jugó seguramente al perfil, como lo hizo la élite española en la Transición. Juró los principios del Movimiento, nombró a un ministro de Franco y, sí, contribuyó decisivamente a la Democracia actual. Del terreno de la investigación profunda en el futuro quedará si en realidad tuvo más opciones en aquel planeta dividido entre dos potencias. Y del terreno de la especulación, si una República habría sido posible. No llega más que a una pared eso del y si nos hubieran preguntado a los españoles entonces, porque no puede analizarse el final de una partida de ajedrez si se cambia el quinto movimiento, y seguramente los aún emperrados generales podrían haber tratado de sacar adelante un 23-F con más éxito. Especulación, al fin y al cabo, o deseos, más bien.

Cuando mató a un elefante y los medios de comunicación dejaron de mirar al lado para decir que el rey tenía novia, España estaba ya en transformación. Era el 15-M, y mucha gente fuera de ese viento que simpatizaba con él, una mayoría silenciosa crítica y deprimida. La cuestión es que después de aquello, en 2012, e incluso después de abdicar, cuando ya el rey parecía solo un anciano, siguió, presuntamente, cometiendo ilegalidades. Se llevó dinero de todos cuando obligó a empresas españolas a pagar sobreprecios enormes para optar a contratos, conviriténdolas en menos competitivas. Se suponía que la razón de ser de un monarca era abrir puertas más allá de lo democrático, ser el mejor embajador. Pero, según parece, llevaba desde bien joven ganando dinero con el petróleo en mitad de crisis de abastecimiento. Amasó una fortuna oculta y, por eso, perjudicó los intereses de los españoles. Ese sobreprecio del petróleo y de otras facturas diarias las ha pagado usted, no un rey en Arabia.

Ahora queda preguntarse si en realidad el problema de España han sido los reyes. Yo ya tengo mi respuesta, deseando que alguien me convenza de lo contrario. Reyes que han ido perdiendo cada vez más influencia respecto a sus antecesores, o que han salido rana, o que han sido rematadamente idiotas en manos de sus validos, generales y ministros que no pensaban en el bien del país. No es una monarquía ésta de la que sacar pecho. Ahora, Felipe VI está reinando. Sus predecesores no propician que las pistas sean buenas. La decepción con Juan Carlos I de esta sociedad sería aún mayor a la que supondría que Felipe VI saliera también rana. Probablemente, si eso ocurre en el futuro, las ilusiones se pongan en su hija. "Ésta es la buena, seguro". Juan Carlos I hizo algunas cosas bien. Pero hay que pensar que, al igual que no se ponen monumentos y avenidas a alcaldes buenos que luego acabaron en prisión por alguna corruptela, a este rey políticamente hay que encarcelarlo, diga lo que diga un juez. No acabará en prisión, pero quizás sí que lo merece, así que va siendo hora de hacer una limpieza de memoria y, como él ha decidido desplazarse del país, echar también a aquellas calles. No ha sido una caída rápida. Se veía venir tras una década de tropiezos.

¿Qué argumento queda para decir que lo que no han funcionado en España son las repúblicas? Tras una primera desastrosa y decimonónica, quizás mejor intencionada que útil en aquel tiempo, y una segunda que tuvo lugar tras el desastre mundial de la Crisis del 29 y después de ser desposeída ilegítimamente por los vientos europeos del fascismo, lo que cabe pensar es que acaso éstas fueron más exitosas que aquellos reyes. Porque apenas pudieron desarrollarse. Y visto lo visto, como Juan de Borbón es el mejor rey que hemos tenido desde Carlos III por el hecho de que no tuvo ocasión para equivocarse, hay que replantearse el sistema político sin duda. Los Borbones no han sido buenos para España. Juan Carlos I no ha sido excepción.

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