Comienzo estas líneas con el boli y un folio, al lado del balcón para ver bien. Lo he hecho muchas veces, en los últimos años, pocas. Toca sacar el viejo transistor de finales del XX, ponerle pilas y encenderlo. Aunque dice la radio que a Sevilla ha vuelto la luz, a mi calle no: una calle amplia de dos carriles en cada dirección y abundante tráfico desde antes del amanecer. Ahora está poco transitada y hace horas que los vehículos se han vuelto inusitadamente prudentes: ruedan a menor velocidad y frenan en los pasos de peatones de los semáforos para que crucen los viandantes. A falta de semáforos y policía municipal que dirija el tráfico, ha primado el respeto.
Pienso en una amiga que acaba de cumplir 87 años y anda mal de salud y su marido, regular. Hasta las dos estaba la asistenta. Esta tarde no se podrán distraer con la tele. Tampoco les funcionará el teléfono inalámbrico -que va con la wifi, que va con electricidad-, ni el botón de teleasistencia -que va con la wifi, que va con electricidad. ¿Les habrá pillado el apagón con los móviles cargados? Y aunque tengan batería suficiente, ¿dependerán de su wifi que ahora no funciona porque no hay luz? Puede que sí, los llamo y no se puede establecer comunicación. Sé que se llevan bien con los vecinos. De todas formas, ¿me acerco a su casa a ver cómo les va? ¿Y cómo entro? Tanto el portal a la calle como el interior tienen un interfono, que funciona con electricidad. Viven en un tercero que da hacia el patio interior, aunque los llame a voces desde la calle, no me oirían.
Me acerco, ¡a su calle ya llega la electricidad! Tienen luz en casa, pero la wifi no funciona -probamos una y otra vez, pero nada- y el aparato de teleasistencia pide y repite como un loro que se le conecte. Recordé a una vecina. Me contó que, cuando hace unos meses se fue la luz en nuestra calle, su aparato de teleasistencia insistía en lo mismo. Me entraron ganas de estrellarlo, ¿y si me hubiera pasado algo?, me decía. Las personas más vulnerables, colectivos que más asistencia pueden necesitar, cuando se va la luz, se quedan
tirados. En momentos de desamparo contribuye a crear más desamparo en vez de aliviarlo. Es un sinsentido.
Anteriormente, este servicio dependía de la red telefónica, que era independiente. Podías estar sin luz, pero hablar por teléfono y preguntar qué ocurría, escuchar voces queridas, incluso cotillear, aliviabas el rato; también podías pulsar el botón y que una voz amable al otro lado te tranquilizara o te facilitara ayuda. Desapareció en pro de la fibra y a día de hoy, por muy paradójico que resulte, la wifi te aísla. Los vecinos siguen ahí, y de seguro, deseando ayudar, pero... ¿estarán en casa?, ¿podrán oírte si los llamas a voces?... Una esperanza: que haya por ahí ingenieros del tipo que sea o mentes sabias que hallen una solución -y que los organismos y entidades competentes quieran gastar el dinero necesario para ponerla en marcha.
Hablando de telesasitencia. Unas semanas después de proporcionar a estos amigos mis datos para que me incluyeran en la lista de personas a las que recurrir en caso de necesidad, comencé a recibir llamadas de una tal María: Hola, soy María, la llamo de teleasistencia vital, un servicio conectado con el 112... Me preguntó si conocía el servicio, si yo lo tenía..., y me lo acabó ofreciendo. Respondí que no y con tono pelín intimidante comenzó a dibujarme panoramas catastróficos por los que me sería muy necesario. Me hizo sentir mal y le respondí que eso no eran formas. Pero siguió hablando a la vez que yo y sin inmutarse. Me sorprendió. Y, de pronto, comprendí que estaba hablando con una IA, no con una persona. Que era una posible clienta, no una persona. Que como personas importábamos una mxxxxx.
Volviendo al apagón. Al llegar de la compra no pude entrar en el edificio, porque hace no mucho cambiamos la llave convencional por una magnética que abre conectando con el
telefonillo -sin servicio, porque es eléctrico. Suerte que salía un vecino y abrió con la llave antigua; dejamos el portal abierto. Comí frío, me hice el café soluble con agua caliente del grifo -¡gas!-, renuncié a poner la lavadora -aparato eléctrico-, y me paré a pensar qué hubiera ocurrido si esto hubiese pasado uno de esos 20 de julio o 12 de agosto en que
estamos a 40º a la sombra; en el vecino del 2º que necesita en los días malos un respirador; en mi vecina con una depresión importante que se distrae con la tele; en la madre anciana de una amiga que hoy no podrá salir a dar su paseo porque no funciona el ascensor.
Y todo lo escrito también me lleva a la situación que se padece en los Barrios Hartos: La Plata, Su Eminencia, Padre Pío, Amate, Torreblanca, etc. Lugares de Sevilla donde ocurren cortes de luz con frecuencia, sean de horas o incluso días, en pleno invierno o en nuestros tórridos veranos, sin que Endesa, Ayuntamiento o Junta pongan solución. Este día de apagón nos podría servir para entender mejor a las vecinas y los vecinos de estos barrios y sus reivindicaciones, la nuestra de hoy: quiero tener luz.



