Independientemente de la cultura británica -soy un profundo admirador de su cultura musical, literaria y artística-, nunca me he considerado un seguidor de la política llevada a cabo por el Reino Unido.
Independientemente de la cultura británica -soy un profundo admirador de su cultura musical, literaria y artística-, nunca me he considerado un seguidor de la política llevada a cabo por el Reino Unido. Más bien al contrario. Reino Unido ha sido objeto de uno de los mayores experimentos neoliberales de la historia. Sin embargo, hay que reconocer que, pese a los enormes retrocesos en materia social, la cultura democrática del país anglosajón es digna de elogio. En Reino Unido han sabido hacer y llamar a las cosas por su nombre. Este jueves los británicos decidirán su permanencia en la Unión Europea en una consulta democrática. De la misma forma, el referéndum que se realizó en Escocia en septiembre de 2014 —con el beneplácito del gobierno británico y la aceptación de unos acuerdos previos a la celebración de éste— respondió a la necesidad que tenía el pueblo escocés de manifestarse sobre el futuro de su nación en las urnas. No fue la primera ocasión en la que un pueblo tenía la posibilidad de votar a favor o en contra de un futuro estado independiente propio. El ejemplo de Québec, en Canadá, de 1995, es también significativo. Ambas consultas fueron negativas y ambas naciones continúan formando parte de sus estados correspondientes. Y que nadie les quite lo bailao. Sin embargo, en nuestro querido país es posible que no haya formación de gobierno tras el 26J —la excusa es perfecta—, precisamente porque se pone en riesgo la integridad y unidad de España.
Siempre he pensado que esta circunstancia es producto de la herencia franquista. España como unidad de destino en lo universal, una grande y libre, indivisible. Tal vez me equivoque, no lo sé. Pero es la conclusión a la que uno llega tras haber vivido los innumerables episodios de esperpento español con la reforma de los estatutos de autonomía, el término "nación" o "pueblo" y hasta el gesto simbólico de la pitada de un himno al que, por cierto, bien se le podría añadir, viendo el panorama, la letra de José María Pemán. En el Reino de España el referéndum de autodeterminación de Cataluña es una línea roja para la negociación de un futuro gobierno nacional. Y yo me pregunto, ¿cuál es la solución que proponen los partidos españolistas?
Parece ser que la cuestión catalana va a marcar la agenda de pactos e incluso, espero equivocarme, ser la carta que saque el PSOE para justificar o propiciar una gran coalición con el Partido Popular y Ciudadanos. ¿Es justo que con la situación de emergencia social y democrática que tienen todos los españoles se pretenda utilizar este discurso como pretexto para seguir obedeciendo las directrices neoliberales de la Troika y las políticas regresivas en materia de derechos y libertades civiles? Como republicano y soberanista creo que, al igual que es un error no dar la posibilidad de votar sobre su futuro a los catalanes, fue un error no darnos la posibilidad de decidir por Monarquía o República cuando Juan Carlos I abdicó. Y voy más allá, reafirmarse en las urnas —hacia un lado u otro—, sólo garantizaría una mayor estabilidad. Por ende, es incomprensible que sabiendo además que la situación no es tan desfavorable, no se les proporcione a los catalanes el legítimo derecho democrático que les corresponde.
Volviendo al debate sobre la salida o no de Reino Unido de la Unión Europea habría que matizar que, independientemente de las consecuencias económicas tanto para ellos como para la UE, va a ser una decisión que tomen los ciudadanos británicos y no todos los europeos. Y sí, es lo que quiero dar a entender. Tal y como es un principio fundamental básico del derecho internacional público el derecho de autodeterminación de los pueblos, entiendo que no iba a ser menos la capacidad de un pueblo de decidir sobre los designios comerciales, políticos y económicos de su país. Nunca pensé que iba a tener que poner de ejemplo a uno de los países del experimento neoliberal con la Dama de Hierro a la cabeza. Y menos en unas circunstancias como estas porque todos sabemos y conocemos cuáles son las motivaciones de gran parte de los partidarios del Brexit: el nacionalismo más casposo, aquel que añora al todopoderoso Imperio Británico. Pero hay que recordar que al Viejo Continente le mueven oscuros y lúgubres intereses por demérito del proyecto europeo.
Es hora de que se reconozca públicamente el fracaso de Maastricht y se vaya en busca de una solución a un conflicto que no sólo afecta a Gran Bretaña sino que, hace crecer las pretensiones euroescépticas en muchos otros países de la UE. Ambiciones que, dicho sea de paso, vienen acompañadas habitualmente por el populismo y un discurso xenófobo. A lo largo y ancho de Europa, sentimos el peligro de un nuevo periodo de oscurantismo que viene precedido de una etapa de desenfrenado capitalismo. La historia nos recuerda episodios parecidos. Deberíamos hacer frente a esta nueva realidad a la que nos enfrentamos con dos pilares por bandera: recuperación de la soberanía democrática y rescate del denostado Estado social del bienestar. No hay otro camino. Mientras continuamos a la espera, Europa se fractura por fuera y por dentro. Que no nos extrañe que, a pesar de la excepcional situación que siempre ha tenido el Reino Unido con la Unión Europea, la consulta del Brexit vuelva a repetirse en otros países europeos. Y aunque sea un signo de que la UE se resquebraja, también puede ser una puesta a prueba para Europa. A la consulta se le debe sumar la pregunta y el debate sobre qué Europa queremos. A todo esto, ¿dónde están los responsables?
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