raton
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Nunca he sido yo una persona gorda, pero quienes me conocen pueden dar fe de que me encanta comer de manera compulsiva –hoy está muy de moda analizar las causas psicológicas que influyen en ello- y claro, a partir de los 30 la tabla de abdominales se va convirtiendo en una sola que va creciendo de modo progresivo.

Nunca he sido yo una persona gorda, pero quienes me conocen pueden dar fe de que me encanta comer de manera compulsiva –hoy está muy de moda analizar las causas psicológicas que influyen en ello- y claro, a partir de los 30 la tabla de abdominales se va convirtiendo en una sola que va creciendo de modo progresivo. No me causa mayores preocupaciones, aunque como el metabolismo es una lotería hay personas que tienen que mantener esta tendencia muy a raya y ejercitarse físicamente y/o controlar lo que ingieren. Te preguntarás (permíteme que te tutee), ávido lector, a dónde quiero llegar. Pues bien, los medios se han hecho eco de un experimento que, de momento, ha funcionado en macacos y en ratones y que, si pudiera ‘saltar’ a los humanos, no tendría efectos secundarios: adelgazar gracias a una pastilla.

Si el descubrimiento llegara a buen puerto, sería así de sencillo. Te tomas la pastilla, que al parecer combate el exceso de tejido graso, y a leer, ver la tele o quedar con los amigos para tapear y tomarte cuatro birras. Mi primera reacción al toparme con semejante descubrimiento fue, lógicamente, de euforia. No es que me mate con el deporte ni que ponga especial celo en el control de mi ingesta, pero inmediatamente comencé a soñar en alto con la idea de cambiar las dos o tres horas de deporte semanal por varias horas en el bar de la esquina al solecito. Total, para qué tanto esfuerzo.

Pero tengo una mente muy retorcida que, en seguida, comienza a ver nubes donde sólo había luz. En primer lugar, pensé inmediatamente que ocurriría con los propietarios de las decenas de gimnasios ‘low cost’ que han florecido a lo largo y ancho de la ciudad al calor de la importancia que da la sociedad a la estética. Porque, hombre, para cuatro brotes verdes que hay tras tantos años de depresión económica, no nos los vamos a cargar. Ya sé que los negocios hosteleros serían los grandes beneficiados pero, por otro lado, a mí todo esto de tomar una pastilla que nos haga a todos iguales sin necesidad de esfuerzo me produce cierta tristeza. Es como añadir una pizca más de abulia a una sociedad en la que las tecnologías y otros factores nos hacen cada día más cómodos, más sedentarios…

No sé qué ocurrirá con la citada pastilla y si producirá sueños o pesadillas en nuestra sociedad. Ni siquiera sé si quiero que salga adelante o no. Una parte de mí me dice que no podemos negarnos a los avances y que con el paso del tiempo los descubrimientos, como Internet, tienen más cosas buenas que malas; la otra parte… La otra parte parece un poco amargada. A nadie le amarga un dulce. Hoy pensaba ir al gimnasio, pero al final me parece que, aprovechando este solecito, voy a brindar por este posible avance. Que la vida son dos días.

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