Ninguno sabía que en esos paraísos prósperos también se vulneran los derechos humanos y se puede morir, en soledad y de frío, a la luz de una vela.

Rosa, la abuela que murió asfixiada en la vivienda que alumbraba con velas, ha desaparecido de las escaletas y los sumarios de la mayoría de medios a una semana de que se difundiera su tragedia. Ya no es noticia. No volveremos a conmovernos hasta que el foco informativo no se ponga en el próximo anciano muerto de frio, de  pena, de soledad o de todo ello a la vez.

Al tiempo que la anciana de Reus agonizaba entre el humo y la tristeza, perdíamos la cuenta de los cuerpos engullidos por el Mediterráneo de hombres mujeres y niños que prefirieron la muerte a vivir en los infiernos de la guerra y el hambre. Y mientras escribo desde el confort del sofá en mi Ipad, un mensaje de ACNUR salta en la pantalla recordándome que "la falta de alimentos y de refugios bien acondicionados están agravando las tasas de desnutrición infantil entre los niños de la República Centroafricana…" Leo en el comunicado que “2.276 niños refugiados en la República Democrática del Congo sufren desnutrición y que unas 20.000 personas no tienen esteras o colchones sobre los que dormir…"

Mi primer recuerdo sobre el sufrimiento humano a gran escala es en blanco y negro. Niños y niñas con el vientre hinchado, y con las caritas comida por las moscas, vagando por los campos de Biafra, una región del noroeste de Nigeria que vivió el sueño de su independencia entre 1967 y 70, y acabó asolada por el terror y la hambruna.  También recuerdo aquella niña desnuda con la espalda abrasada huyendo de las bombas y el napalm. De eso hará cincuenta años, cuando las grandes potencias se enfrentaban en un tablero de operaciones (como siempre, muy lejos de sus parlamentos y de sus despachos ovales o cuadrados…) en la península de Indochina: en Vietnam o Camboya… Ahora han cambiado los escenarios de los conflictos, aunque los que sufren sus consecuencias siguen siendo los mismos: todos pobres, y  ninguno blanco, rubio y de ojos azules. También ha cambiado el color de la pantalla del televisor, que hoy muestra la violencia humana en full hd, con todo realismo y calidad cinematográfica. Y, entre muerto y muerto, los anuncios de El Corte Inglés que "lo tiene todo para Navidad en moda, informática, electrónica…", y, por supuesto, en delicatessen para ir planificando la cena de Nochebuena. 

La muerte inhumana de Rosa, una “pobre energética” de 81 años, ha generado una tormenta de reproches entre todas la partes responsables, pues nadie quiere asumir ese cadáver como propio. Ni Gas Natural, cuya obscena codicia la dejó sin suministro eléctrico; ni el Gobierno del PP que permite a las eléctricas seguir amasando euros de sangre; ni la ristra de instituciones “in-competentes” en materia de protección social. Sucede parecido con los cadáveres que siguen colmatando el lecho marino de Grecia, Libia, Turquía o el estrecho de Gibraltar. No son de nadie. Un día se lanzaron hacia el sueño de Ítaca y ni siquiera —como escribiera Constantino Kavafis— disfrutaron de un hermoso viaje. Ninguno sabía que en esos paraísos prósperos también se vulneran los derechos humanos y se puede morir, en soledad y de frío, a la luz de una vela. @GrimaldiPedro

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