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El mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos es estar bien con nosotros mismos.

Si das cinco, diez, 20 o incluso nada, no tendrás problemas. Si das 99, sí lo tienes: te falta uno. En el dar, el problema no es tanto la cantidad sino la expectativa (aquí me refiero a lo que esperan los padres de los hijos) y, una vez que el hijo ha interiorizado esta mirada, la propia exigencia consigo mismo que puede vivirse como insuficiente y le puede generar sentimientos de culpa, hasta límites de cierta crueldad.

A veces, hay un circuito emocional perverso en la familia del que es complicado salir y deja cicatrices para toda la vida. En el juego padres-hijos, dar y recibir son dos caras de una misma moneda que tienen que tener un cierto equilibrio para que no aparezcan en el futuro los reproches no dichos, los agravios escondidos, los sufrimientos silenciosos o altisonantes, la falta de confianza en sí mismo, la incapacidad para crecer y para amar…

Si un niño se siente amado, cuidado, reconocido… si tiene claras las normas y aprende a valorar bien un sí y un no… si se le exige con arreglo a sus posibilidades… entonces tendrá un desarrollo afectivo equilibrado y correcto. Y esto no tiene nada que ver con la felicidad inexistente y pueril  de cuentos chinos. Casi siempre, los miedos y los enfados reales de los niños no son de ellos; son de sus padres. Y los deben resolver sus padres. Podemos criar niños miedosos e incompetentes o pequeños tiranos. En gran medida, depende de nosotros, de nuestra propia biografía. Como es lógico, la salud emocional de los hijos comienza por la de los padres. Para ello deberíamos pensar algunas cosas antes de traerlos a este mundo:

  1. No vienen a llenar ningún hueco emocional de sus padres.
  2. No vienen a ser perfectos, ni a ser exhibidos como un trofeo.
  3. No vienen a cuidarnos.
  4. No vienen a completar nuestra vida.
  5. No vienen totalmente indefensos ni desprovistos de recursos.
  6. No vienen a fastidiar nuestra vida.
  7. No vienen a colmarnos de felicidad.
  8. No vienen con cuentas pendientes.
  9. No vienen al paraíso donde todo se tiene
  10. Ni vienen al infierno donde nada se merece.

Vienen a la vida. A celebrar la historia de su vida. El mejor regalo que les podemos hacer para su salud es estar bien, en paz, nosotros con nosotros mismos. Resolver nuestras cuentas emocionales. Si les amamos y confiamos en ellos, ellos harán el resto. Probablemente harán lo que nos hayan visto hacer y sentir; no lo que nos hayan oído decir. Son niños, pero no son tontos. Y en el terreno emocional son expertos. Hay una madurez que encuentra satisfacción en el dar y en el recibir. Es esta la que debemos procurar. Porque de igual modo que hay una humildad en el dar puede haber una soberbia y un rencor en la incapacidad para recibir.

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