Es obligación periodística cuando llegamos al final de un año recordarle al receptor quiénes nos han abandonado. Como a mí me dejan escribir todas las semanas voy a arrimar la muerte a mi puerta porque la señora ha llamado con insistencia en 2025 y lo que te rondaré morena hasta que me toque a mí y no pueda decirlo en lugar alguno.
Mis seres queridos que partieron al éter me siguen siendo de utilidad para ir más allá de mí mismo -porque qué importancia tengo yo existiendo tanto influencer- y los aprovecho para salir de mi persona y de camino contarles a ellos cómo sigue el patio que acaban de desalojar, si bien pueden imaginárselo, a primera vista, nunca pasa nada esencial, por el momento.
Mis muertecitos más relevantes de 2025 los divido en tres grupos: uno lo forma un dúo conocido, otro mis amigos de la cultura y otro los del alma que llevábamos juntos desde pequeños y, a pesar de que la vida nos tenía alejados físicamente, de cuando en vez nos echábamos un vistazo presencial y, si no, para eso está el online que es como una conferencia -con escuchas extrañas- gracias a la cual todo quisque se ficha para marcas comerciales y el poder mundial. Ya hubiera querido Franco para sí esta maravilla.
José Mujica es la excepción que confirma la regla del ser humano esclavizado por sus circunstancias y afán de poder. Después de ser guerrillero y matar gente, ser capturado, torturado, liberado, y llegar a presidir Uruguay, en lugar de darnos la tabarra con las cuatro vaciladas que nos endosan los políticos, demostró que era un hombre sabio y buscaba otro tipo de poder mucho más duradero. Se fue con su señora Lucía Topolansky -otra revolucionaria- a su casita en el campo, con su perro -que es donde tienen que estar los perros, en el campo- y desde allí nos proyectaba ideas tan atinadas que eran demasiado avanzadas para el homo sapiens en su sapiencia actual tan contaminada por el tú eres más y otras banalidades.
Estoy harto de lo que los políticos creen que es dejar frito al contrincante con unas peleítas de nada que son chorras e insustanciales; harto me hallo de eso que llaman en la Red “zasca”. ¡Venga ya!, los zascas y expresiones similares son para gente con la papa asegurada y con ansias de sangre oral para distraerse y ejercitar lo que la psicología llama catarsis (“Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores” según el diccionario de la RAE).
Pues sí, Sánchez, Iglesias, Díaz, el ministro de transportes -experto en transportar exabruptos-, Ayuso, Bonilla y su carita de yerno bueno, Smith y otros disidentes de Vox; la Montero, incluso mi querida Cayetana, son una tragedia inevitable y necesaria, ecos de un mundo que está en la estratosfera, divirtiéndose con los zascas y olé, un mundo donde sus habitantes pugnan entre sí como los dioses de la mitología con la diferencia de que los políticos necesitan el dinero público para sus cuitas.
Los zascas parece que se logran con los típicos documentos o fotos del pasado que se le refriegan por la cara al oponente. ¿Eso es todo? ¿Para eso os pagamos el sueldo? Ser político, hoy, es una bicoca. Si eres sumiso y no te metes en líos puedes estar en la cima ganando un buen dinero y luego una paga aunque no estés preparado para el oficio. A mí me habláis con ideas y soluciones a los problemas, no con zascas, para eso quiero suponer que no os hemos elegido (los que os hayan elegido, yo soy abstencionista que es una postura democrática también que no voy a cambiar mientras no se llene el mundo de Pepes Mujicas o similares).
Manuel de la Calva no era exactamente de mis tiempos, yo soy de la generación del rock sinfónico, un poco después. Pero me llevó a mi infancia y su muerte me ha afectado. Recuerdo mi niñez y adolescencia, con aquellos vinilos singles y EPs del Dúo Dinámico que eran de colores: azules, rojos, rosas... Y el personal, al que le toca morirse ahora, bailaba alborozado. Luego, sobre 1978, Garci nos deleitó con su película Asignatura pendiente y esa pareja de adúlteros, felices en un coche, camino de la sierra de Madrid para recordar viejos tiempos mientras sonaba 15 años tiene mi amor me entusiasmó y me sigue entusiasmando. A veces, ¡qué bello es pecar, sin pasarse mucho! Aunque da igual, el pecado al que uno no le ve tanta gravedad, el otro lo tiene por un delito de muerte.
A Paco Castro, Paquito, que era algo mayor que yo, también le tocó agarrar un cohete hacia el cielo en 2025. No era un cohete como esos en los que dicen que viaja la economía española, Paquito no se quería morir, era un luchador, y ha subido al cielo con tranquilidad y dignidad. Fue como un hermano mayor para mí en el barrio de San Vicente, de Sevilla, en el que nacimos y nos criamos. Nunca olvidaré cómo me defendió ante unos gamberros del barrio -si digo lo que pienso de ellos me acusan de delito de odio- que le lanzaron una piedra y le endosaron una raja en la cabeza. Ni olvidaré cómo echó de menos el barrio cuando poco a poco nos fuimos yendo a otros lugares de Sevilla, esto de la carestía de la vivienda no es nuevo, el salvajismo de una subida tan bárbara sí, pero las subidas no, desde luego.
A Paquito le dijo el médico que era un superviviente. Desde hace bastantes años, tenía muy mal varios órganos vitales y fue casi a diario a hacerse diálisis en pandemia y todo con lo débil que estaba ya. Quiso el destino que al médico que lo definió como superviviente le diese un infarto en plena consulta y se fuera antes que el propio Paquito.
Paco, aquí ya no pasa nada de interés, bueno, sí, pero eso ya lo veías venir: a la juventud le ha dado por la inteligencia artificial y la está subiendo a los altares como si fuera el Cristo de las Siete Palabras o la Virgen de los Dolores de nuestra feligresía de San Vicente. Y eso puede ser muy guay pero también una desdicha porque les puede convertir el cerebro en una uva pasa.
Ah, sí, que se me olvidaba, Paco, mira, que se murió la que cantaba Paco, Paco que mi Paco, la Encarnita Polo, os fuisteis los dos -no sé si ahora estáis entonando el estribillo-. La canción se quedó aquí junto a tu alma que pasea por la calle Alfaqueque y se sienta en el escalón que da acceso a la casa sevillana en la que naciste y fuiste feliz (lo fuimos todos en realidad).
El profesor José Manuel Gómez y Méndez, periodista, formado en la Complutense, decano de la Facultad de Comunicación de Híspalis, me dirigió la tesis doctoral y me aleccionó en política académica para que lo pasara bien observando a los que se nota que son políticos frustrados ejerciendo de profesores. En esa dirección doctoral lo acompañó la profesora Felicidad Loscertales que la tengo desde hace bastante tiempo muy malita con Alzheimer.
Ya te escribí un obituario, José Manuel, en otro medio de comunicación, Éxito Educativo, supongo que lo sabrás porque no sé cómo te las arreglabas para estar al tanto de todo. Eras muy polémico, modales rudos en un corazón grande. Gracias a ti Rafael Montesinos tiene una placa en la calle Santa Ana de Sevilla, donde nació, y la histórica revista literaria Grecia otra por la rúa Don Pedro Niño, si es que no la han roto, hace meses que no voy por la zona.
El poeta, novelista y amigo Emilio Durán descubrió en la calle Don Pedro Niño la librería de libros viejos El Desván, regentada por Luis Andújar. Años 80. Entrar en ella era como estar viendo a Balzac o a Espronceda mirando libros para comprar. Ya no existe ese lugar, un pequeño azulejo lo recuerda sin nombrarte, Emilio, ni a ti ni al colectivo cultural Gallo de Vidrio al que entonces pertenecíamos los dos.
Da igual, el caso es que hicimos lo que teníamos que hacer y por allí pasaron grandes creadores líricos, sacamos de su casa por Triana-San Gonzalo a un olvidado Juan Sierra, poeta de la Generación del 27. Muchos intelectos se sentaron en la camilla que colocaba Luis para las tertulias, entre ellos José María Requena, con el que di mis primeros pasos en el periodismo cuando era director de El Correo de Andalucía y le concedieron el Premio Nadal por su novela El Cuajarón. ¡Qué buen conversador y qué divertido era Requena!
Luis Andújar nos daba vinillo del Aljarafe con frutos secos al final de cada acto y sabía hasta quién no bebía alcohol para tenerle un zumito preparado. Yo presenté en aquel derruido templo de las letras mi libro La poesía no sirve para nada y debe ser verdad, aquello está ya muerto y la biblioteca de la calle Alfonso XII, de la mentada Sevilla, por la que pasaron poetas de renombre nacional e internacional, duerme el sueño de los injustos cerrada a cal y canto, hasta con sus mendigos en la puerta que está muy cara la vivienda y la justicia.
Alfonso Orce tal vez apareciera por aquel desván en alguna ocasión aunque lo dudo, su vida era su taller de creación artística sobre cerámica trianera enlazando con la tradición familiar. Su tesis doctoral la elaboró sobre la figura de su abuelo Enrique Orce que lo conoce la gente en Sevilla por el coche de la calle Tetuán, una gran cerámica adherida a la pared muy cerca de donde estuvo el Ateneo en el que se fotografiaron los célebres de la Generación del 27 cuando vinieron a Sevilla a homenajear a Góngora.
Alfonso, el otro día cambié de sitio uno de los cuadros que me regalaste, me lo llevé al saloncito de mi casa para verlo mejor y que acompañara a tu otro magnífico cuadro al que llamabas “El loco”, que también me regalaste, eras tan desprendido como nuestro amigo común el genial poeta, pintor y profesor, como tú, Jesús Troncoso, diez años hace ya que partió sin nuestro permiso ni el suyo.
“El loco” ha logrado su objetivo porque asusta a algunos niños cuando vienen por casa. Que se vayan preparando para los sustos de la vida, ya está bien de criarlos a base de mega pamplinas elevadas al cuadrado. Me perdí la misa que te hicieron en la iglesia de la Trianera, lo siento, en su lugar le doy un besito a la pequeña imagen en cerámica que creaste de la Virgen del Rocío y un día en tu taller me regalaste, asimismo. Creo que con eso blanqueo mi pecado.
Y me quedan en esta selección de obituarios Manolo Domínguez, Miguel Ortiz y Fali Fernández Morillo. Bueno, Manolo, Miguel y Fali. Tres amigos de toda la vida, por ahí están sus fotos, de niños, de adolescentes, de jóvenes. De viejos no podremos hacernos ninguna. Amigos, la vida nos llevó a cada cual por su camino y, sin embargo, ¡qué huella tan imborrable!, tenía razón el poeta Leopoldo María Panero: “En la infancia se vive y después se sobrevive”. Aquella vida es una llama indestructible que nos lleva a un escenario tocando nuestras guitarras o a la Feria de Sevilla.
Ya conocéis de sobra la canción de Alberto Cortez: “¿Dónde estarán los amigos... distancia, que compartieron mis juegos?, ¿quién sabe dónde se han ido... distancia, y que habrá sido de ellos?”. La canción nos dice el lugar en el que estáis: “Regresaré a mis estrellas... distancia, les contaré mi secreto”. Siempre nos quedan secretos por narrar. Allí, a las estrellas, que es de donde venimos, iré algún día, total, aquí están cambiando mucho y nada las cosas, creo que a mejor, pero a mí no me gustan nada emocionalmente y me inquietan algo en lo racional, como es lógico, nos pasa a los viejos… La mentira en la que vivimos cada vez se ve más clara a pesar de que muy poquitos quieran reconocerlo. Otra cosa igualmente normal y no sólo de viejos, de todas las edades.
Gran parte de los jóvenes no tienen donde caerse muertos y están viendo muñequitos en las pantallas sin romper jamás el cordón umbilical. No es raro que con cualquier decepción se les caigan los palos del sombrajo y me lloren o traten de hacerme chantaje emocional cuando suspenden y van a revisión (a veces hasta quieren ir los padres). El mundo digital -que es justo y necesario- se llena a su vez de delincuentes que te quieren robar a base de engaños, o sea, el choriceo de siempre, pero adaptado al bit y al algoritmo con lo cual alcanza su máxima expresión o casi, el asunto va en aumento.
Mientras todo se desenvuelve y llega el final o el principio de otra fase histórica, mi misión es vivir para contar, como último superviviente de nosotros, una pizca de lo que fuisteis. Luego, a los cuarteles de invierno hasta que me traslade a las estrellas a compartir la nada con vuestra compañía. Hay que saber retirarse a tiempo.
Soy vuestra reliquia y espero representaros a todos con la dignidad y el orgullo que merecéis.


