Cuando los progresistas asuman el poder en Andalucía y coloquen la Sanidad al cien por cien en manos públicas y no les den ni un euro a las grandes empresas privadas puede que se ocupen también de cambiar los métodos protocolarios con los que los sanitarios en general -empezando por los médicos- atienden a los públicos.
Cada persona es un mundo, por si no ganan los progresistas en las próximas elecciones y vuelven a vencer los conservadores de Moreno Bonilla, aliados o no con Vox, les recomiendo a estas derechas que obliguen a los galenos a cursar obligatoriamente estudios de psicología individual, social y del comportamiento. Al mismo tiempo, a ver si desterramos de una vez esa medicina estándar que sigue siempre los mismos pasos científicos y nunca o casi nunca los completa con un tratamiento de comunicación interpersonal.
¿Que no hay tiempo para eso? ¡Cómo que no! No les voy a decir hasta dónde estoy en mi anatomía de los sanitarios estáticos, sentados, mirando la pantalla de un ordenador, creyéndose los dioses de la consulta y miembros de la casta de hechiceros de la tribu de los batablancas. Hay tiempo, yo distingo entre el licenciado en medicina y el médico como distingo entre periodista y licenciado o graduado en periodismo. Un título sin preparación humanista detrás está mejor pinchado en el excusable.
En periodismo, diez minutos en televisión o en radio pueden llevarte a la fama. En medicina, diez minutos por paciente -y menos que se utilizan con frecuencia- parecen una práctica médica de principiantes que se puede desarrollar leyendo un libro de esos que se llaman El médico en casa, por ejemplo. Aquella palmadita en la espalda con explicación incluida, fonendo en pecho y toma de tensión que valían por un tratamiento terapéutico a ver si hay alguien que me dice donde está, cada vez se encuentra menos hasta en la medicina privada, ésa a la que dice El Salto que Moreno Bonilla le suelta tanta pasta.
En la sanidad privada se puede distinguir entre el galeno pasatarjetas y el médico. Cobran poco, los pobres (unos 10 euros por paciente los generalistas, el doble los especialistas), y son médicos, oiga, nada menos que médicos, seres celestiales a quienes nunca abandona el desodorante, oh, médicos, ¿saben cuánto cobra al mes un graduado e incluso un doctor en periodismo, si cobran? ¿Saben cuánto cobra al mes un profesor sustituto de periodismo con un curriculum doctoral, estancias en el extranjero y artículos científicos publicados en revistas de impacto? Algo más de 1.000 euros limpios si es a tiempo completo. Claro que periodismo no es una carrera seria, lo serio es ir a toda prisa con el protocolo unificador por bandera para que pase el siguiente y hacer caja. Ay, el mercado y la sociedad de consumo lo han jodido todo, desde la cartera hasta lo poco que de humano solidario queda en el sujeto.
Hay películas y médicos que nos recuerdan lo que es o era un médico. Hace poco vi dos, en televisión, una francesa y otra alemana. Una protagonista joven y un protagonista ya mayor, ambos con una vocación médica cinematográfica porque me gustaría saber dónde están esos profesionales desvelados por sus pacientes, los habrá, sin duda, desgraciadamente yo no los conozco, sólo sé de profesionales incorrectos que aplican sota, caballo y rey y que pase el siguiente.
¿Saben los médicos lo que es el principio de incertidumbre psicológico? No me refiero al de Werner Heisenberg, ganador del Nobel en 1932, relativo a la física cuántica, ése no viene al caso, sino a ese otro que consiste en que una persona entra en un hábitat que desconoce y que la impregna de inquietud. ¿Quién es el encargado principal de comenzar a disiparla? ¡Bingo! El médico.
Lástima, no tiene tiempo, le está esperando tal vez la marea blanca contra la privatización o uno de los dos o tres empleos más -por lo menos- que tiene que utilizar para poder vivir, pobrecitos. Es lógico, si nadie mira ese pluriempleo innecesario para no pocos médicos, si nadie echa cuenta de la ley de incompatibilidades y obliga a que se cumpla, la medicina es una profesión que, tacita a tacita, permite un bienestar considerable, aunque en ello se encierren las prisas y esa bipolaridad que caracteriza al médico privado cuando es público o al revés.
El caso es que este asunto lo vengo observando y sufriendo tanto con los conservadores como con los progresistas. Nos hablan de Sanidad Pública pero no de atención humanista y humanitaria para quien les paga el sueldo a los médicos públicos e incluso a médicos privados cuyas empresas mamen de la teta pública. De lo que se trata es de echar a la fachosfera de la Junta.
Por mí, encantado de que haya una Sanidad Pública cien por cien y que la privada se la pague quien quiera (igual que la enseñanza, es que eso ya pasaba con Franco). Ahora bien, no olviden ustedes que quien les está escribiendo -por si no lo habían averiguado ya- es un zorrocotroco o zorocotroco, palabra que se usaba en el Partido Comunista de España (PCE) en mis tiempos mozos para definir con desprecio a los viejos comunistas.
Ya llegué a viejo, aunque ya no sea comunista (sólo pa mis adentros, a la vista de la realidad). A los zorocotrocos no nos gustan las medias tintas: o todo lo esencial en manos públicas o en manos privadas, no esa mezcolanza para que al final te diga alguien lo que le dijeron a Gorbachov cuando preparaba la Perestroika: “Señor, no se puede estar un poquito embarazado”. ¡Claro que no! Y se le vino abajo todo el cotarro. Desde que cayó la URSS estamos peor en el mundo, les vino bien a sus habitantes -y habría que pensarlo más- pero a nosotros fatal, los valientes neoliberales, esos que no quieren gobierno ni Estado menos cuando ellos meten de pata, campan a sus anchas cada vez en mayor medida.
Ahora, para ser progresista hay que seguir hablando de Gaza, usar lenguajes inclusivos -en este caso médico/a, verbigracia-, creer que todo inmigrante es Santo Dominguito Sabio, tener a Trump y a Milei como los verdugos del planeta, rendirse ante el dogma del cambio climático, mimar a la niñez y juventud desde la cuna hasta que encuentren trabajo que les sirva para ganarse la vida, la comida y la muerte; no mirar traseros de hembras por si te acusan de micromachismo, tragar con que Blancanieves sea Negranieves, dejarte adoctrinar por TVE, RNE, SER, Netflix, Disney o el profesor de turno que le dé por hablar solamente en femenino, meterse con los curas por abusones, no echar cuenta de que la Guardia Civil y la policía no puedan combatir a quienes traen muerte en forma de droga por el río Guadalquivir, pero sí permitir la muerte de un nasciturus que es menos importante que el perrito mascota, etc.
Eso es muy poco, colegas y colegos, a mí me dais una revolución de verdad, no esas cuestiones de superestructura. Lo único progresista que se ha dicho aquí se lo escuché a la Belarra cuando dijo que frente a Mercadona había que alzar una cadena de supermercados del Estado. Anda, camarada mujer, adelante, eso ha fracasado en todas partes, a lo mejor tienes suerte, que se lance ya tu partido y todos tus amigos progresistas a la tarea y de paso levantáis cientos, miles de centros sanitarios y de colegios y universidades públicas de calidad, no chiringuitos para que imparta clases tu camarada Pablo Iglesias o el camarada Alberto Garzón. Y me dejáis de tanta sensiblería que, sí, hay que abordarlas, pero lo primero es lo primero en el mundo entero. Lo dijo Lenin en su libro ¿Qué hacer?, entre otros escritos. ¿Lo habéis leído? Sin duda, ¿verdad?
Con esas y otras lecturas -Hobbes, Hegel, Wiesner-Hanks, Jürgen Renn- tal vez se puedan cambiar de verdad varias realidades lamentables de ahora. La medicina protocolaria debe ser una de ellas, el humano no es un muñeco fabricado en serie al que hay que tratar con prontitud y llevarlo solo de prueba en prueba. La ciencia es imprescindible, hay médicos que son verdaderos artistas, creadores. No puede faltar, sin embargo, eso que se llama el factor humano. Sin él no hay medicina, hay visita a quien suponemos que es médico.
