La política da pereza. Solo con nombrarla. De ahí que retener, convencer y, sobre todo, movilizar a la plebe para votar se complique cada vez más. No basta con ser llamativos, con captar la atención por mucho que se hable a gritos. El público más moderado apaga la televisión por cansancio, desembocando en el mar de la abstención; o decide subir el volumen condicionado por la ira, acercándose al borde del precipicio extremista. A quienes les sabe a poco la cordura constitucionalista o nacionalista, terminan recurriendo a la mano de hierro de Vox o a la varita mágica antisistema de la CUP, respectivamente. Poca cosa se puede esperar de un tejido político elegido - en gran parte de los casos - por descarte y no por convicción.
Partidos políticos al servicio de la ciudadanía con una estrategia similar - salvaguardando las distancias y las excepciones - a la de una compañía de telefonía móvil. Una oferta tentadora e irrechazable para convencer en una primera instancia cuyo importe acaba disparándose tras plasmar la firma en el contrato. Y oídos sordos hasta recibir quejas continuas de un amplio sector de la clientela.
Como toda empresa, es el interés personal y partidista el que prima en sus tácticas, recayendo el interés general a un segundo plano. Una ruta aparentemente hacia lo mejor, que acaba desviándose hacia el rédito particular.
De esto sabe mucho Paco Moreno, candidato a la dirección de Radio Televisión Española, tras ser apartado por una decisión política y no meritoria, a pesar de su dilatada experiencia, su servicio al pueblo español desde la corporación pública y su brillante intervención a favor de la independencia de RTVE. Precisamente es ese carácter independiente el que parece haberle cerrado las puertas de Prado del Rey. Cuesta comprenderlo tanto como la renovación del dos años caducado Consejo General del Poder Judicial. La presencia de uno de los jueces del Caso Gürtel que simplemente hizo su trabajo lo bloquea, entre otras cuestiones. La política dicta y capitanea mientras nos deleitan un presidente del Gobierno que, a pesar de las circunstancias, parece practicar el pasotismo con su poca presencia mediática; un Pablo Iglesias sediento de protagonismo crónico, todo lo contrario a Sánchez; un Casado que pide una segunda oportunidad al todopoderoso Aznar; una Arrimadas que lucha por sentirse útil; y un Abascal que sonríe mientras espera con sosiego cómo estos le glorifican.
En una realidad paralela, las infantas se vacunan a golpe de talonario en Abu Dabi, aprovechando su visita al Emérito. Legítimo —a diferencia de los chanchullos de su padre— pero poco ético. Por mucho que Felipe VI se empeñe en desmarcarse, la imagen de la monarquía pasa por uno de sus momentos más cuestionados. Solo los ciudadanos saben si se trata de un problema de la Familia Real o de la familia del Rey.
El 8M ha vuelto a estar en el punto de mira un año después de protagonizar uno de los supuestos focos de expansión del Covid19. La polémica sobre si debería celebrarse algún tipo de marcha popular por las calles ha ocupado los titulares de izquierda a derecha. Podemos, tras avivar la movilización, recogió cable a petición de su socio de gobierno. Aunque en esto de las manifestaciones ya saben que todo depende del quién y no del cómo. Tarea compleja la de “prohibir” una marcha para reivindicar la figura de la mujer si las manifestaciones violentas no cesan en Cataluña.
El caso del abanderado de la lucha social, Pablo Hasél, fue el detonante de la erupción de un volcán de indignación que llevaba años calentándose. Y tal fue la cantidad de lava desprendida que hasta un Guardia Urbana sufrió sus drásticas consecuencias mientras su furgón policial ardía. Vándalos alentados vía redes sociales por las juventudes de la CUP - quienes exigen una regularización policial para formar gobierno - que no representan esa vertiente pacífica que no puede más. A esto se resume la política. Algunos lo alegan al alto paro juvenil (40%) y el turbio porvenir. Injustificable en ambos casos habida cuenta de los más de 700 mil ciudadanos en ERTE y las recientes elecciones. Ese turbio porvenir debería haberse justificado en las urnas de manera democrática y no recurriendo al vandalismo. La libertad de expresión ya no cuela. Cuando la moderación no triunfa en la contención social, la ley y el orden se busca en los extremos. Vox sonríe.
Mientras tanto, el conseller de interior de la Generalitat, justifica lo sucedido señalando que son víctimas de un ‘desgobierno’ en Cataluña. El propio govern autocalificándose como desgovern. Inaudito. Sin mencionar al número dos —o tres si contamos a Puigdemont— de JuntsxCat, quien espetó en Twitter que la violencia tenía una estrecha relación con la falta de democracia española. Este es el nivel. Me pregunto si esto le compensa a Esquerra Republicana. La llave del gobierno catalán sigue en su bolsillo y la independencia por encima de la sensatez. La política da pereza.
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