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El cuento es una de las formas más antiguas de literatura popular, al principio se transmitía oralmente, más tarde por medio de la escritura y hoy hasta por DVD. Es una narración breve, de sencillo argumento pero que despierta una emoción directa y de impacto.

Contextualizaré un poco mi intervención en este medio y el porqué de hacerlo con el cuento como hilo conductor. El cuento es una de las formas más antiguas de literatura popular, al principio se transmitía oralmente, más tarde por medio de la escritura y hoy hasta por DVD. Es una narración breve, de sencillo argumento pero que despierta una emoción directa y de impacto. ¿Quién no conoce un cuento? Es imposible escapar de ellos. Hoy es la fiebre Frozen, (que yo creo que es un homenaje oculto a Walt Disney porque el pobre se aburre de estar pasando frío entre paquetes de croquetas y pavías de merluza, así que le buscaron un fetiche sexual que le pusiera calentita su pavía), pero esta fiebre también surgió con los cuentos clásicos.

Los cuentos clásicos crearon tradición y todavía se transmiten de generación en generación casi como un mantra. Son relatos procedentes del folclore medieval que tenían un sentido adoctrinador, donde se explicaba la moral a seguir y se dirigían tanto a la infancia como a las personas adultas. Estos cuentos eran más crueles que empezar una dieta un viernes, pero a mediados del siglo XIX las versiones comenzaron a suavizarse aunque manteniendo su esencia y su carga instructiva. Las nuevas versiones quedaron algo descafeinadas pero “aptas” para educar. 

El cuento nos influye mucho más de lo que pensamos. Influye en nuestra infancia, ya que es la manera que tenemos de empezar a conocer el mundo, con sus estructuras y sus arquetipos. Los iconos que en ellos se representan, sientan las bases de nuestra manera de entender las relaciones y la resolución de problemas. Al influir tanto en nuestra infancia, irremediablemente influye en nuestra adultez. Para mí, el cuento tiene una estructura estimulante y los cuentos clásicos me parecen fascinantes y reveladores. Lejos de querer desterrarlos (a pesar de los patrones tóxicos que a veces nos transmiten) me gusta rescatarlos, contarlos y destriparlos. Me encanta utilizarlos en mi trabajo de formadora, los utilizo como analogías, porque son referentes que tenemos muy presentes en nuestro imaginario y resulta my fácil utilizarlos en clave reflexiva. Y de esto trata este espacio, de cuentos. Cuentos deliciosos, cuentos sibilinos, cuentos perversos y su influencia en nuestra manera de entender la vida.

Hoy presentamos…trrrrrrrrr (redoble de tambores): ¡LA LECHERA! ¿Recuerdan la fábula? Yo como soy una gordita, irremediablemente me viene a la mente la imagen de Nestlé y de la leche condensada. La historia, muy resumida, era más o menos así... 

Había una vez, una muchacha cuyo padre era lechero. Ella llevaba un cántaro en el coco y caminaba ligera para llegar lo antes posible a la ciudad para vender la leche. Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían por ella. Con lo que le dieran, compraría huevos, luego los criaría, vendería los pollos, con ese dinero se compraría un cerdo, luego una vaca que tendría un ternero y así hasta tener su propia granja. Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fue al carajo pipa el ternero, la vaca, el cerdo, los pollos y probablemente su orgullo. 

La ambición que mala es. 
Si es que no se puede estar en las musarañas.
Quien mucho abarca…
Después pasa lo que pasa.
¡Qué palo te vas a llevar!
¡Pon los pies en el suelo, hombre ya!
Tú lo que tienes que hacer es sacarte una oposición y dejarte de tonterías.
Es que tienes muchos pajaritos en la cabeza.
Tanto “teatrito”, tanta “musiquita”, a ver si te buscas un trabajo serio.
Vives en los mundos de Yupi. (Yo ya no me acuerdo muy bien, pero imagino que Yupi era medio carajote)

Esos mensajes limitantes provienen de las creencias que hemos ido asimilando mientras crecíamos. Los cuentos son un caldo de cultivo importante en esa recreación mental. En definitiva, “tenemos mucho cuento”, más del que creemos. Esas frases que escuchamos y que hacemos nuestras, nos conminan al pesimismo y a la sumisión. Es un mensaje potente que se convierte en una creencia absoluta. Vamos, que nos pone el cuerpo malo.

Para qué voy a estudiar.
Total si no hay trabajo.
Con la crisis la cosa está fatal.
Con la edad que tengo ya no merece la pena.

Cierto es que nuestro querido Gobierno se ha encargado de recortar hasta nuestros sueños, y que a golpe de IVA y normativas sofocantes podemos deducir, sin miedo a equivocarnos, que quieren a personas alienadas, sumisas y temerosas, que no se replanteen ni siquiera el voto. Personas que no tengan inquietudes y mucho menos inquietudes artísticas o autogestionables. Hubo un momento en que les interesó fomentar de boquilla el emprendimiento, para quitarse el muerto que le suponía una cifra de paro desorbitada, pero ese interés era puro humo, ya que las personas autónomas, las pymes y emprendedores/as en general nos quedábamos con cara de gilipollas esperando ayudas o rebajas fiscales que nunca llegaban.

La opresión viene de fuera, de esas estructuras de poder, pero también viene de dentro, de nuestra incapacidad inculcada para percibirnos triunfando. Nuestra lechera sale a vender, y cuando lo hace, visualiza su modelo de negocio, se ve exitosa y escalando empresarialmente. Se percibe su pasión y las ganas de crecer, pero todo se desparrama de manera literal dejando un cántaro roto y una moraleja contundente. La carga de género que tiene el cuento también es digna de mención. No por casualidad las mujeres tenemos más miedo a emprender. La autoestima femenina que nos inculcan no está concebida para el mundo de los negocios instaurado, al igual que tampoco está preparado el modelo laboral para la maternidad. Una economía androcéntrica que nos excluye, dándonos los trabajos más precarios, permitiendo la brecha salarial o regalándonos el trabajo doméstico y de los cuidados, que no perciben remuneración alguna ni prestaciones sociales pero que es un trabajo lo mires por donde lo mires. Un trabajo que a veces es elegido, otras veces impuesto, escasamente compartido y nunca cotizado.

La cultura popular nos deporta en este caso a una visión cortoplacista de evasión de problemas. Como empresaria tiesa (y digo lo de tiesa, porque decir sólo empresaria me colocaría a nivel nominativo de Amancio Ortega y nominativo de nombre, porque mi nómina no creo que se parezca a la suya ni en la tipografía) os puedo asegurar que los problemas van a surgir, es más, lo mejor es acostumbrarse a que surjan, así te ahorras un bypass. Lo suyo es aprender a solucionarlos de la manera más creativa posible e intentar que esas soluciones no sean parches, sino desvíos necesarios para seguir el camino trazado. La cosa está en cómo los solucionamos o si desistimos inmediatamente de nuestro objetivo.

¿Podríamos volver a por más leche? ¡Pues claro que sí! Faltaría más. En el cuento no se da esta opción y a no ser que la vaca tenga ubres de un solo uso, la muchacha podría volver a llenar el cántaro. Pero después vendrá el refrán de que “tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. La cosa la pintan mal. Pero ¡qué bueno es visualizar!, imaginar sin límites, soñar a lo grande, que para soñar en pequeñito siempre hay tiempo. Además, ¡es gratis! Ya pondrán un impuesto revolucionario y hasta contar ovejas lo va a tener que hacer un asesor fiscal. Nunca deberíamos olvidar lo importante que es tener amplitud de miras, tener un objetivo, pero manteniendo la mente en el aquí y en el ahora. Fluyendo con el presente sin dejar de imaginar el futuro. 

Y como dijo un famoso cuentista: “Cuanto mejor, peor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí, el suyo, beneficio político.” Escuchando cosas así es cuando te sale toda la mala leche del cuento.

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