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El bello armatoste de marca Precisa, resulta que el aparato parece venir de principios del siglo XX, quizás entre 1910 y 1920.

Antes de irme a España durante las dos primeras semanas de enero, me llamó fuertemente la atención este artilugio. La mezcla de caja registradora, manivelas y pocas teclas con signos numerales. Qué sería aquello. Descansaba sobre una mesa anexa al despacho de alguien que trabaja con nosotros en Quito.

Aquel pesado instrumento era la excepción a todo cuanto dormía por allá el aburrido y poco hipocrático sueño de la burocracia. ¿Una caja para intercambio de mensajes encriptados? ¿Un enumerador de citas clandestinas? ¿Tal vez un voluminoso medidor de sueños? ¿Un detector mecánico de escritores cipotudos? ¿O un antiquísimo instrumento para conectarse a las redes sociales?

Se me ocurrió preguntarle qué era aquello, dos días antes de que partiera a mi tierra, con la incertidumbre de lo que ocurriera a mi regreso. Y me contó: "Es de mi padre”. “Una calculadora que tiene muchos años”. ¡Una calculadora, ni más ni menos! Una vieja calculadora cuya hechura me recordaba a esas tradicionales máquinas de escribir Olivetti o Corona, con la que los escritores nos deleitaban tecleando a mano sus historias posteriormente noveladas.

Sucede que en vez de cansarme por ser hombre –recuérdese el poema Walking around de Pablo Neruda-, viajé con la curiosidad insatisfecha, la cual me acompañó durante las dos semanas en compañía de mis padres, todos aquellos montes helados hasta el alma y páramos solitarios. Ni tan siquiera le tomé una imagen con la cámara del celular, a modo de consigna equidistante.

Sólo a mi regreso, y de vuelta de nuevo al tajo –como dice el sabio proverbio campesino-, a mi paso por el mismo despacho aquella calculadora indómita me miró fijamente, como diciendo: “Aquí estoy de nuevo”. Así que la fotografié y después me tomé el debido tiempo para descifrar su historia. Una máquina de marca Precisa. 

Entre pesquisa y pesquisa fui uniendo las piezas de tan numerado rompecabezas. En principio, todas las calculadoras tenían el afán de ser precisas. Dónde buscar. En la historia de los primeros indicios de cálculo. El afán del hombre por precisar todo tipo de medidas, sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Cuentas, ábacos, jeroglíficos, el damero chino y hasta la calculadora de Leonardo da Vinci. 

Entendí que el afán por el cálculo es tan viejo como la propia historia de la civilización humana. La evolución de los mecanismos de cálculo es sorprendente y, tanto como para dar miles de páginas desprendiéndose para la imaginación de un ignorante fascinado al haberlas descubierto.

Podría contarles hasta el alma. Algunos ejemplos que nos dan a entender la grandeza de la que el ser humano también ha sido capaz. Con precisión de relojero y el mismo empeño que un avezado científico. En 1623 un tal Wilhem Schickard había construido un reloj de cálculo, lo cual se había descubierto a mediados del siglo XX al hallar la relación de cartas entre este científico y el mismísimo Kepler, que giraban en torno a la admiración que ambos sentían por las matemáticas y la astronomía, y en una de ellas, Wilhem le contaba cómo había construido una máquina capaz de elaborar operaciones matemáticas sencillas. Las fuentes también nos cuentan cómo se destruyó una de tales máquinas que estaba destinada para el uso de Kepler, o los sucesivos intentos de construcción de réplicas de la máquina de Schickard a partir de algunos manuscritos encontrados. Cabe resaltar que Wilhem Schickard también era pintor, grabador y profesor de materias científicas, además del artesano que diseñaba máquinas como la presente.

El propio Gottfried Wilhem Leibnitz, uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, también nos dejó una máquina de cálculo considerada como la precursora de las actuales calculadoras, o al menos el principio de la notación del cálculo. Su máquina también era capaz de realizar operaciones matemáticas básicas, a partir de una serie de cilindros interrelacionados, que al final terminaron siendo sustituidos por ruedas dentadas con un número variable de dientes, del mismo modo que por ejemplo, el conjunto de platos y piñones de una bicicleta de montaña. Semejante inventiva para un hombre que albergó profundas diferencias de criterio con el propio Isaac Newton en torno al principio de la gravedad.

Así hasta llegar a una de los últimos ingenios mecánicos antes de que los engranajes fueran sustituidos por los primeros complejos analógicos y digitales, como un curioso calculador en forma de robot a pilas, llamado Answer que se fabricó en Japón durante la primera década de los sesenta, la metáfora numérica de Mazinger Z, el famoso robot tripulado de nuestra infancia que saltó a las pantallas diez años después.

Todo ello me lleva a la identidad de la calculadora mecánica a la que me refería. El bello armatoste de marca Precisa, resulta que el aparato parece venir de principios del siglo XX, quizás entre 1910 y 1920, cuando se estaban construyendo multiplicidad de máquinas de tipo Odhner, pero con nombres diferentes, es decir, el mismo perro pero con distinto collar. Estos modelos fueron evolucionando en la misma medida que sus fabricantes, hasta que uno de ellos -Facit- desarrolló un modelo resumido en diez teclas numéricas y una serie de palancas laterales, de ahí que la primera visión que tuve fuera la de una primitiva caja registradora.

Las máquinas Facit también tuvieron su propia evolución y réplica. Desde el modelo Stjetmasj propio de la extinta URSS hasta la versión polaca de Mesko, o finalmente la que soñaba con otros tiempos en un discreto despacho. La calculadora Precisa no era más que el producto de un maridaje o intercambio de relaciones cuánticas entre Odhner y Facit, precisamente, en un rincón de Quito.

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