Cosmopolitan

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Soy afortunada, por haber escapado a tiempo de ser una chica “cosmo”, menos mal. Y seré una mujer de arena, con mis hijos y sus cubitos. Se abre la veda de los helados.

Antes, cuando era quizás menos gris, además de comprar la prensa, cada fin de semana me daba una licencia perniciosa, y le daba al Cosmopolitan o a algún sucedáneo. No se asusten, no es una bebida alcohólica, aunque este tipo de publicaciones para “nosotras” también atacan al sistema nervioso, y machacan las neuronas.

Estar al día de lo que se lleva (lo in), y lo que no se lleva (lo out), tragarme treinta páginas de publicidad de perfume, cremas, ropa de diseño (inalcanzable para las que tenemos tarjeta VIP del Primark), fotazas de un par hombres espectaculares, y virtuales, (sí, hablo de esos que se esconden cuando salgo a la calle, para que yo no los vea por ningún sitio), técnicas sexuales para aplicarle a ese hombre espectacular (antes, habría que cazarlo, claro, y averiguar dónde demonios se esconde), y que no se escape al día siguiente. También, truquillos muy chic para mantener “el misterio” en la pareja (yo, como no le esconda las zapatillas o las patatas fritas, no tengo nada que hacer), y lo peor, las páginas dedicadas a mantenerse en forma, o recuperar la línea en tiempo récord después de ser mamá (y que borrar en dos días, las huellas de una cesárea).

Estresantes dietas espartanas, cuyo ejemplo a seguir es la modelo escuálida con mirada agria de una imagen muy estudiada, capaz de hacer sentir culpables a los chicharrones. Además, los ejercicios de kung fu que levantan los glúteos, y el publirreportaje de la Clínica Mega Chupi, a las puertas del infierno, donde te cavitan las cartucheras, te masajean el gaznate, te electrocutan la voluntad y te convierten en momia con helados vendajes a base de algas apestosas.

Sucumbí, no les voy a mentir, y me dejé atrapar por el glamour. Y alguna vez emulé a la felicísima it girl Paula Echevarría, y enamoradísima, y madrísima y delgadísima. Ese eufemismo andante del vacío, muy de actualidad hoy, precisamente. Antes, sí, probaba potingues, mejunjes y hechizos con nombre japonés. Y mi matrícula inservible en un gimnasio de esos con SPA, sirvió para poco, después de aborrecer la L-Carnitina en tortilla.

Creo que lo más efectivo de matricularme en ese carísimo gimnasio, fue la ansiedad que me provocaba no ir, habiendo pagado. Eso sí que te deja en los huesos.

Eso sí, cada noche me limpiaba el cutis, (las modelos cool dicen que no hacen ni dieta ni nada, y solo se limpian bien la cara por las noches), me aplicaba pociones frío-calor en los muslos y la barriga, luego, me embutía una faja reductora, y en el pelo, un turbante hidratante.

De esa guisa, con tanta pringue encima, pretender aplicar las técnicas sexuales a mi asustado marido (que a lo mejor no es el espectacular modelo virtual, pero es el que hay, y no está tan mal), sí que terminaba siendo todo un misterio.

Y nunca me vi estupenda. Sino más bien, estúpida.

Dejé de comprar, hace ya seis años, el Cosmpolitan, y alguna vez, en la peluquería (a la que voy lo justo para tener una imagen agradable), he ojeado revistas rosas. Pura pornografía machista, sexista y un atentado, sí, contra nosotras.

En una publicación cualquiera, de ese tipo, quizás fijo mi vista en un pie de foto, y observo a una de esas tan guays, en la playa, con sus dos hijos pequeños, en el que se lee: Fulanita es genial porque ha recuperado su cuerpazo y eso que es madre. Qué arte tiene Fulanita. La admiramos (por su fuerza de voluntad, y los dos entrenadores personales, nanis y servicio), porque no tiene un gramo de grasa.

Y de pronto, con sabiduría, me siento afortunada. Nadie me hará fotos playeras para juzgarme, y no habrá comentarios. Y ya tengo silenciadas las voces internas.

Soy afortunada, por haber escapado a tiempo de ser una chica “cosmo”, menos mal. Y seré una mujer de arena, con mis hijos y sus cubitos.

Se abre la veda de los helados.

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