El circo no es el único lugar donde se hacen malabares. Los autónomos, las caras visibles detrás de los mostradores, son expertos en hacer filigranas para sobrevivir en unos tiempos convulsos para el comercio local. Comprar en tiendas físicas parece ser la última opción y Amazon, Shein o Temu se han convertido en aliados en cualquier época del año. En España, solo en 2024, según datos de Amazon, se entregaron más de 160 millones de artículos el mismo día o al día siguiente. Estos gigantes pisotean a los valientes que todavía apuestan por nadar a contracorriente. Aquellos que llevan años de cercanía y mimo.
En El Puerto, hay quienes siguen acudiendo a las tiendas de toda la vida como Calzados Loli, una zapatería que lleva desde el año 1972. Antonio Pérez de la Lastra y Loli Feria inauguraron el negocio hace más de medio siglo. “Mis padres apostaron por esto, en los inicios era una droguería de barrio. Por entonces se estaban construyendo las primeras casas de aquí, de la Barriada Fermesa y decidió comprar el local”, señala Antonio Pérez de la Lastra Feria, segunda generación al frente desde hace ya 24 años.
A los artículos de droguería, la pareja fue incorporando prendas, pijamas, ropa interior y algo de calzado, como complemento. “No había supermercado, entonces tenían un poco de todo”, dice el portuense de 44 años. Finalmente, a partir de los 80, se centraron en la zapatería, que continúa en el Camino de los Enamorados.

Antonio se ha empapado de la venta en este local al que iba desde muy pequeño para ayudar a sus padres. “Los fines de semana me venía a acompañarlos y ayudar en lo que podía, hasta que terminé mi ciclo formativo en SAFA y me quedé aquí”, comparte con lavozdelsur.es.
Con 20 años, tras la jubilación de sus padres, cogió las riendas de esta tienda que vive ajena a las modas. “Tenemos de todo, todo el año. Lo mismo encuentras unas zapatillas de cuadro de paño en julio, que una cangrejera de mariscar en diciembre”, expresa rodeado de cajas.
La tienda ofrece una gran variedad, desde zapatillas de andar por casa hasta botas de costaleros, tacones de flamenca o zapatos de hostelería. “Aquí vienen muchos camareros buscando zapatos cómodos”, comenta el portuense, que defiende el producto nacional. Casi todos los zapatos están fabricados en España, algo que considera “muy importante en estos tiempos”.
Antonio ha encontrado su nicho en las personas mayores, con pies delicados o anchos especiales, además de los zapatos especializados para distintas profesiones. “Tiendas con zapatos de moda hay muchas ya, pero algo así no falla nunca, siempre hace falta, siempre hay abuelos y abuelas. Y si una zapatilla no la vendo este invierno, se vende al siguiente”, explica.

Con el tiempo, el portuense reconoce que ha tenido que adaptarse a las nuevas formas de consumo. Sobre todo, desde la pandemia, cuando se planteó la venta online y se dio cuenta de su magnitud. “Es difícil mantenerse tal y como está el mercado, hoy en día lo queremos todo rápido y ya”, comenta este comerciante que ha llegado a enviar pedidos a Barcelona o a Italia.
“El envío por mensajería... es que es otro mundo. Nada que ver con Amazon, la mensajería siempre tarda más. Pero claro, Amazon está súper introducido y nosotros estamos ahí poquito a poco, con una página web sencillita y tirando para adelante”, reflexiona. Así, combina la venta física con la electrónica, aunque el mayor peso recae en la que realiza desde este mostrador.
Asesorar y hablar con los clientes es su tesoro más valioso. “Orientamos a las personas mayores sobre lo que le viene mejor, nos agachamos para probarle los zapatos. Este trato humano que Amazon, Shein y Temu no te dan”, comenta Antonio, que reconoce que, aunque estas plataformas son atractivas “para la juventud”, hay un colectivo que prefiere el trato cara a cara. “A los mayores les doy conversación, los escucho y eso también les viene bien”, dice.
Ajenos al comercio electrónico
A pocos metros de esta zapatería se divisa otro negocio histórico del Camino de los Enamorados. En el amplio local de Confecciones Josefina, Juan José Castel Romero también continúa el legado de sus padres. El portuense de 56 años lleva 36 entre camisas y jerséis. Entró en el negocio familiar después de hacer la mili y empezó a vender ropa de caballero, de señora, de bebés, interior o para el hogar. Tomó el relevo de Manuel Castel, sevillano afincado en El Puerto, y Josefina Romero, que arrancaron en 1979. “Mis padres empezaron en el centro, en la calle Cruces, y, a los cuatro años, se trasladaron aquí, donde llevamos en torno a 40 años”, detalla.


El portuense sobrevive a los golpes de los gigantes comerciales y los pedidos online gracias a los vecinos y vecinas. “Aguantando todo lo que nos echan. La competencia que tenemos por todos lados. Pero, bueno, nos conformamos con vivir, comer y pagar las facturas, y para adelante. No hay otra”, expresa.
Su clientela fiel es la que permite que esta tienda se mantenga intacta y con la esencia de la venta de barrio sin un rasguño. De hecho, Juan José no cuenta con página web y, solo en ocasiones, publica algún anuncio en Facebook.
“Ahora la gente busca otro sistema de compra, otro tipo de tiendas, y es difícil entrar y llegar a un público joven. Mis clientes no son muy de comprar por internet”, explica. Confecciones Josefina tiene sus puntos fuertes, como la oferta de sus grandes escaparates, repletos de artículos que se salen de lo convencional. “Tenemos pantalones clásicos. Hay pocos fabricantes en España que hacen estos artículos y solo los tienen las tiendas pequeñas que tenemos este público”, explica.

En el centro, la Mercería Fernández también sigue adelante. Este diminuto local de la calle Ganado funciona desde hace 59 años. Allí, entre lanas y botones, Juan Ignacio Fernández Vaca, de 61 años, aporta soluciones a todo tipo de imprevistos con las telas. Antonio Fernández, su padre, fundó el negocio para su madre, Teresa Vaca, que estuvo al frente desde 1966 hasta el 78. “Mi padre había sido trabajador de la bodega de Terry toda la vida, y le puso la mercería”, comparte.
Cuando él terminó la mili, se incorporó a la tienda familiar y se hizo cargo desde principios de los 80. La mercería “pura y dura” vive de la venta de hilos, lanas, encajes o cremalleras. Además de alguna línea de ropa interior con bragas y sujetadores que siempre ha tenido. Su especialidad son los arreglos de costura. Desde el mostrador recuerda otra época en la que la calle Ganado era una de las arterias comerciales de la ciudad y estaba repleta de tiendas. “Era un ir y venir de gente para arriba y para abajo. Si hay muchos comercios, lo que hace es llamar al público y que venga gente al centro”, comenta.


Tras más de medio siglo de historia, la mercería es la primera opción de muchos vecinos y vecinas portuenses. Una clientela fiel que sigue apostando por lo local. “Aquí viene la gente que me conoce de toda la vida, arreglo cremalleras, si van buscando algo concreto, se lo busco, les hago el apaño”, dice.
En sus planes no entra la venta online ni las redes sociales. “Para mí es peor, preparar paquetes y todo eso, como que no, yo soy más de estar con el público, del cara a cara. La venta de toda la vida”, expresa.


