Auxiliares de playa contratados por la Junta, en una imagen reciente. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Auxiliares de playa contratados por la Junta, en una imagen reciente. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Estamos raros, abuela. Todos estamos raros, como si el peso del presente nos arqueara la espalda del futuro. Lo percibo en el ambiente, en las conversaciones, en las redes sociales. Andamos como si aún no nos lo creyéramos, como si todo fuese un mal sueño del que estamos deseando despertar. Pero, como cantaba Serrat: De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza.

Así estamos, con cara de tontos, sin saber aún qué está pasando y, sobre todo, qué pasará. Transitando un verano raro, lógico heredero de la primavera más extraña que hemos vivido  en las últimas décadas. Basculando entre las ganas de salir, de olvidar, de quedar con amigos y familiares, de viajar, de divertirnos y de no pensar demasiado y el miedo a salir, a quedar, a viajar, a pensar en el futuro… Una situación desasosegante.

No estábamos preparados para esto. Nos dijeron que teníamos derecho a todo, que el cielo era el límite, que estaba en nuestra mano conseguir todo lo que quisiéramos solo con desearlo y trabajar lo suficiente. Pero a esta estrategia de marketing que nos quiere tan felices, y tan esclavos del consumismo, del trabajo a destajo y de la precariedad, se le ha pasado por alto que solo somos humanos, una mierdecilla cósmica en medio de un universo inmenso al que le somos indiferentes. 

Y así, la vida nos ha sentado sobre una calabaza mientras pasa por delante de nosotros una película que ni el mejor guionista de cine de catástrofes pudo imaginar: un país cuyo PIB ha caído más del doble que el alemán y un cincuenta por ciento más que el italiano, país también fuertemente azotado por la pandemia; con un millón de desempleados más que el año anterior por estas fechas (y sin contar a los que aún siguen en ERTE) y miles de pequeñas empresas que han dado el cerrojazo; con una economía altamente expuesta al turismo y a la restauración, sectores fuertemente golpeados por la pandemia; con una altísima tasa de temporalidad en el empleo y un tejido empresarial muy débil; con 675 brotes activos y un ritmo de contagios muy superior al de otros países y unos sanitarios que se ven ya inmersos en una segunda oleada, cuando aún no se han repuesto de la primera, fruto de la irresponsabilidad individual y la falta de planificación, coordinación y eficacia de la administraciones central y autonómicas.

Y todo, sin una Ley de emergencias sanitarias, ni rastreadores suficientes, ni datos fiables de contagios, ni una APP de rastreo que funcione en todo el territorio, ni un plan efectivo para la vuelta al cole…, cinco meses después. Pero los políticos siguen a lo suyo, pasándose la papa caliente unos a otros, incapaces de asumir errores y remar en una misma dirección y ciegos a la magnitud del shock económico y social que padecemos. Y así, la ciudadanía está cada vez más desorientada, más replegada sobre sí misma, más contra todo y todos (antimascarillas contra promascarillas, antivacunas contra provacunas, antiocio contra procio, mayores contra jóvenes…). En fin, un laberinto en el que hasta el rey emérito, el campechano que tan bien les caía, incluso, a los que no eran monárquicos (qué bonita frase esa de yo no soy monárquico sino juancarlista), está en paradero desconocido. 

¿Es o no es un verano raro? Ni en nuestras peores pesadillas, abuela. Ya te lo digo yo.

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